Leandro Area P. / Venezuela y Colombia: una relación inconclusa
VENEZUELA Y COLOMBIA: UNA RELACIÓN INCONCLUSA Leandro Area Pereira
(*) Ensayo publicado originalmente en edición digital que bajo el titulo de “Venezuela y Colombia: una relación de encuentros y desencuentros”, coordinó Edmundo González Urrutia para abediciones DIGITAL y GRUPO Ávila. Caracas, 2021.
En estos muy personales apuntes deseo revisar caminos recorridos, prevenir de obstinados tropiezos, sugerir perspectivas en diálogo sincero conmigo mismo y por supuesto con el posible lector que me acompañe, a fin de presentar ideas pro- ducto de experiencias académicas, institucionales y propias, vividas en permanente trato con un tema que me apasiona desde hace tanto tiempo que es el de las relaciones entre Venezuela, Colombia, y viceversa, que no es lo mismo una cosa que la otra.
Así entonces, se intentarán expresar y ojalá se entiendan, inquietudes, hipótesis, razonamientos, logros, desencantos e ilusiones ganadas, que atesoro todas como producto irreemplazable de lo vivido. Nada se pierda, todo se transforme en anhelo y esfuerzo de lo que puede ser, tiene que ser así, la construcción de futuro en razón de voluntad política y social en común que se sostenga en evidencias determinantes que nos hagan ser optimistas, con fe y argumentos que permitan resistir y vencer a los embates de la perversidad en lucha convencida.
Y no es discurso de baranda el que pretendo para ganar adeptos a una causa. Antes bien, mi ambición se soporta en el convencimiento sereno y pleno de que nuestras naciones pueden realizarse en armonía construyendo ciudadanía, que es una forma elevada de honor y de respeto cotidiano en vida colectiva, sumada a la creación de progreso y de riqueza, ética y material, dentro de un marco democrático que estimule el ejercicio de la libertad y el respeto por los derechos humanos.
Así, todo en complementario, ambas dos una sola y abiertos a los otros, construiríamos un territorio de nobleza y confianza, compuesto por seres humanos fortalecidos en la cooperación, el entendimiento, y con una voluntad solidaria para encontrarnos sin complejos, sin fronteras mentales, con distancias comunes en lo que a soñar corresponde, con ilusión y coraje de llegar sanos, salvos y provechosos, donde nadie imaginó pudiéramos y está tan cerca, aunque no lo parezca.
Y la política, reitero lo dicho en otras partes, es el barco común de nuestro destino. Los dos juntos, confiados cada quien en el otro, pues bailar bien es arte de cuerpos en armonía de movimientos y propósito.
En el fondo de toda esta tramoya que nos ha dejado la historia, y el presente lo es, hemos sido también indivisibles a pesar y en razón de las grietas que han quedado. Pero eso sí, evidentemente, relación inconclusa y pendiente y es por ello que nos mueve con apuro el deseo, ese que se aprovecha de lo bien habido, para insistir a pesar de las tribulaciones que son tantas que qué bueno que existan estos retos para superarlos, fortalecidos e indivisibles, ambos dos uno solo.
La ruta recorrida
Históricamente hemos sido “nosotros”. Quiero decir que, en lo atinente a la geografía, a la política, a la cultura, a los vínculos sociales y económicos, a los éxitos y a los fracasos, hemos sido “nosotros”. Sí, pues si el parto fue común en lo que a madre y padre corresponden, y la ruta posterior por igual, cómo desentendernos de todo ello. Sí claro, tú y yo, distintos, amigos, vecinos, hermanos, contrincantes, rivales, enemigos nunca, distancias y proximidades, diversos, pero siempre “nosotros”.
Los vaivenes también han sido nuestros, el otro irremplazable. Los mitos y los símbolos, los colores, sabores, amores, olores, pleitos, arrebatos, divorcios, reacomodos también han sido nuestros; las rupturas, los cambios, las brusquedades, tantas cosas que no se pueden escurrir, diluir en el panorama de las tendencias mundiales ni siquiera regionales, porque siempre se percibe un tinte nítidamente colombo-venezolano, una familiaridad y mestizaje, un aroma que sobresale con energía distintiva.
Pero a pesar de lo íntimo, hemos vivido en común dentro de una perspectiva bipolar donde el otro persiste ora como modelo, ora como amenaza, en una especie de contradicción complementaria. Conocer al otro para conocerse a sí mismo, el espejo del “yo”, y cuando me separo me le acerco, me entiendo distanciándome.
Cuatro miradores
He utilizado en otro contexto, una generalización, siempre arriesgada, sobre las razones profundas del comportamiento del venezolano y ahora me doy cuenta que si queremos ser coherentes con lo que venimos destacando en estas páginas pudiera ser aplicada en principio también a la psicología social de ambos pueblos.
Dicho enfoque estaría constituido por y desde los siguientes miradores:
1) Somos y nos sentimos huérfanos con toda la carga abrumadora que ello conlleva en nuestra percepción del mundo, del otro y del nosotros. De lo que espero, del impacto de la recurrencia del abandono, la carencia real o supuesta de afecto, de protección, de compañía, de autoestima. La debilidad empática transformada en agresión, violencia, ensimismamiento.
La búsqueda de hospicio, de padre sustituto, de líder, de caudillo, de héroe, de mesías, de gruta protectora. Una marca, herida sin sutura que predice y provoca a quien hemos sido y podemos seguir siendo interminablemente si no intervenimos para que ocurra algo que nos cure. Eso está allí y vemos se repite y reitera.
2) Somos o nos sentimos invadidos, conquistados, despojados. El causante, el culpable, queda “allá”, en el Imperio, por ejemplo, en cualquiera, y en sus representantes domésticos; y por qué no el vecino o el clima, siempre en definitiva cualquier cosa, siempre los demás. Por qué no Dios o el destino o el mal de ojo, los políticos, “el sistema”, en fin. En todo caso eso nos “explica” y libera de saldos en contra y nos exime falsamente de responsabilidades.
3) Somos o nos sentimos restringidos en nuestra libertad la cual profesamos como un derecho irrenunciable que tenemos todos y que ese “alguien” nos quitó, y en consecuencia de ese arrebato debemos luchar, rescatarla por alguna peregrina razón que no es consciente sino como pura “sentimentalidad”, neblina, imaginería, escape por lo que no hemos podido llegar a ser por nuestra propia y responsable cuenta; duda fantástica que añora de socorro, salvación y epopeya.
Esa irrefrenable y confusa ilusión de libertad nos hace débiles. ¿Libertad como sinónimo de qué, de desorden, de bochinche, de incapacidad para la ciudadanía? Desde la época de la independencia andamos con el Acta de nuestras ambiciones de libertad tocando en cada puerto, en cada puerta, en todo tiempo y lugar, aún ahora, y la gente no sabe si sonreírnos o insultarnos, pero asiente desde la indiferencia porque el jeroglifo que le presentamos rebasa los límites de comprensión real sobre una vaga libertad a la que aspiramos. “Soñadores, poetas, idealistas, románticos, locos”, nos llaman.
4) Somos o nos sentimos dominados de un apetito irrefrenable por el poder. Y no solo por el poder político, sino que el poder es marco y sustancia de nuestras relaciones personales y sociales. El ascenso social, la riqueza, la corrupción, el machismo de nuestros comportamientos y la escalera de creencias, valores y actitudes que nos conducen a ellos, están adheridos, subordinados, a nuestra visión del mundo golosa de poder. Dominación-sumisión, estereotipos o modelos sociales, nuestra concepción consciente o inconsciente del mundo está permeada por esa condición enfermiza.
Pues bien, estos cuatro trazos aquí dispuestos sobre lo que he llamado rasgos primordiales de ese “nosotros”, deberían ser objeto de reflexiones más hondas, detalladas y críticas, pero de detenimiento improbable en estas páginas. Ellos por separado cada uno, pero sobre todo en su amalgama llena de interminables relaciones y contradicciones internas, podrían ser de utilidad para el análisis escrupuloso y en perspectiva de lo que venimos siendo desde el pasado, de lo que somos en el presente y de lo que podríamos llegar ser en el futuro si no tomamos las decisiones correctas.
Las marcas del camino
Destaco ahora cuatro nuevos elementos que pudieran constituir, en mirada subjetiva, los rasgos básicos y más resaltantes, elementales, con los que identificar la substancia y formas de ser las históricas relaciones entre Venezuela y Colombia, y que en conexión con los “miradores” anteriores permitirían una explicación más precisa de los hechos en base a criterios de análisis y no solamente en predicados, conjeturas, suposiciones y prejuicios.
Estas cuatro primeras características que definen nuestra relación serían las que siguen:
1) Tensas: nuestros acercamientos y aconteceres desde la muerte del libertador común, Simón Bolívar, en 1830, y la paralela separación de Venezuela de la Gran Colombia, han sido principalmente tirantes y dominados casi con exclusividad por litigios territoriales y beligerancias personales entre caudillos y demás oficiantes, convertidos ambos en imperiosos e irrefrenables, elevados en prolíficos discursos a la categoría de “temas de interés, seguridad y soberanía nacional”.
Desde esos tiempos hasta 1941 por lo menos, 111 años, más de un siglo, fueron invertidos nuestros esfuerzos de Estado y de gobiernos casi exclusivamente, con matices, en esos temas, hasta que firmaran ambos países el Tratado de Límites y Navegación Fluvial, sin que por ello se resolviera en el sentimiento de la opinión pública, muy al contrario, el misterio calamitoso del esclarecimiento justo y confiable de nuestros precisos límites terrestres. Esos viejos apetitos y distanciamientos reaparecieron luego en la década de los años 60, ahora enfocados en codicias por soberanía marítima por una de las partes, sobre el histórico, profundo y vital Golfo de Venezuela.
En contadas y muy puntuales oportunidades, no deleznables en todo caso y que han dejado el sabor y la memoria de que sí podemos construir nación en común, hemos tenido la decidida disposición política para coordinar agendas de cooperación global. Allí quedan sus ejemplos para mirar el horizonte promisorio de futuro.
2) Dispersas: en ese ambiente de desconfianza mutua, los estados se han visto maniatados por la prevención, la suspicacia y la susceptibilidad, basadas en los prejuicios construidos y manipulados. En dicha pandemia de ojerizas los esfuerzos y logros han sido dispersos, contradictorios y volátiles. Las fuerzas de la cooperación se han visto disminuidas por el apetito irrefrenable del conflicto.
Los logros han sido importantes, sí, cómo negarlo, pero puntuales, epilépticos, sin constancia institucional, administrativa, política, ni consistencia social, con excepción tal vez visible en las regiones de la frontera común donde se desarrollan vínculos y vivencias casi que independientes o singulares, amores propios y permanentes en casi toda vecindad. En la frontera reside el espíritu que supera los límites.
Pero el mercado de los buenos propósitos, de los intereses honestos, de los numerosos afanes incluidos en discursos y planes de gobierno, democráticos o no, nunca han marcado tendencia firme, y aunque fueran comedidamente coherentes también lo eran sobradamente inconstantes, hechos a la medida de las buenas formas enriquecedoras de expectativas, demagogia y populismo a veces, ofertas tumultuosas que finalmente caían en el eterno saco roto de los compasivos propósitos o de la corrupción. Siempre a la larga pues habitantes herederos de alguna frustración.
Todo al azar de la improvisación, del esfuerzo o el desgano personal, en un mar de fuerzas a contracorriente que no ha dejado sino lo que se ve a simple vista: pobreza y naufragio a lo largo del tiempo, aunque ahora por razones distintas.
3) Cíclicas: cada tanto un empujón de optimismo, cada cuanto un frenazo de conflicto, normalmente ambos a la vez en eterno tropiezo, sin planes previos de tan siquiera mediano plazo, ensimismados en el cortoplacismo o la relativa y pasajera bonanza de una u otra de las partes, todo lo cual nos ha llevado y traído por oleadas, bamboleantes a lo largo del histórico acontecer, sin institucionalidad sólida y segura cultura para la integración, para la cooperación, con abruptos tropiezos políticos, en lo que todo se repite en persistente y sudoroso Sísifo, en lo económico, en lo político, en lo social.
Cíclicos cíclopes trastabillando a cada tanto, comenzando cansados siempre desde antes de cero. Allí aprovecha y aparece además el complejo de Adán tan vinculado a nuestra desmemoria, siempre queriendo comenzar desde nunca, descubriendo a cada tanto la existencia del agua tibia.
4) Frágiles: quiero referirme en nuestro particular caso a la histórica incapacidad para formar lazos firmes de trabajo en conjunto, de falta de habilidades sociales, mentales y políticas con las que debiésemos comprender y superar esos obstáculos creados por los distanciamientos adquiridos, promovidos y utilizados con fines de toda índole por quienes no desean la unidad.
Frágiles porque todo lo emprendido se desmorona o se pervierte, se pudre a veces, casi sin tan siquiera ser inaugurado, o se corrompe en el torvo manejo de los dineros públicos o privados, o se cierra así no más como los pasos fronterizos para que no entre la ayuda humanitaria internacional y así socorrer a quienes están urgidos de ella.
Ese de nuevo “nosotros”, aquí esbozado, el acomplejado, que como sombra y carcelero nos persigue, nos ha impedido sembrar la tierra fértil que tenemos enfrente y en vez de aprovecharla rechazamos. Nos han dominado, a cada uno y a ambos, las fuerzas corrosivas. Mire como se mire, centrífugas o centrípetas, seguimos buscándonos sin encontrarnos, ahora ya ni eso, al contrario, y así se repite incansablemente por voz de causantes y silencio cómplice de indiferentes, perseguidores y víctimas, enfermos bipolares, el fácil mecanismo de los distanciamientos.
El rompecabezas así se ha llenado de epítetos, de calificativos, “patriotas y realistas”, “buenos y malos”, “leales y traidores”, y hemos dejado todo, desde la colonia hasta hoy, a los “contantes”, cleptómanos y manipuladores de las verdades históricas, quienes han construido una narrativa bipolarizada donde se vocea la supuesta maldad de los otros, las causas de todo en los enemigos de la patria.
Relación acuartelada pues y amurallada por virosis compartida, estigmatizada en una teatralidad preconizada y asentada tantas veces en repetidores o constructores de “novedosas” mitologías y prejuicios. Visiones excluyentes en suma del otro, fanatismos, obsesiones, animadversiones, xenofobia, rabias, ojerizas, el diccionario crece, complejos y reservas, prevención, aprehensión, discordia, mecanismos de defensa, complejos de inferioridad o de superioridad que en tanto se complementan.
Encerrados en esa percepción, nos hemos dedicado al marasmo improductivo y cansino de los axiomas territoriales: Hasta aquí…, desde allá…, se dijo en tal o cual documento que ya no existe…, el Laudo Español…, el Congreso es el culpable…, herida abierta…, el tesoro de Los Quimbaya…, el mapa del Duque de Tetuán…,el árbitro suizo…, el río cambió de curso…, el golfo de Venezuela…, debajo de la mata de mango…, allí comienza el límite. Y quién, me pregunto, atesora esos bienes. ¿La Patria? Suena interminable la parranda de los eunucos héroes de cartón y medalla en busca de epopeya y gloria.
Pero nunca una guerra
Así se ha construido desde 1830 o desde antes esa teología en la que se justifica la tensión y el negocio de los conflictos. Pequeños, grandes, altos, bajos, al mayor y al detal. La religión de la desconfianza difundida desde la cofradía de los defensores de la soberanía, la invención de la invasión, la pérdida de El Dorado “violado” y el giro incansable de la tuerca infructuosa, otra vez sobre si misma, cumpliendo con su persistente encargo de polilla.
Pero en todo caso, algo debió existir, alguna fuerza allá en el fondo del “nosotros” que hasta ahora no dejó que lo peor ocurriera. Cálculo, desconfianza en la capacidad de ataque, buenos oficios de terceros, razones hasta del alma o del hígado o de la racionalidad que tuvimos y aparecieron en el momento crucial, al borde del abismo.
Porque “hipótesis de guerra” siempre hemos sido el uno para el otro, ahora por razones distintas, “ideológicas”, “geo estratégicas”, en las que se camuflan otras dentro de las cuales pudieran estar y aparecer las territoriales. ¿Se regolfizarán las relaciones colombo venezolanas en escenarios mundiales ahora muy distintos a los de 1987? ¿Se desconocerán los Tratados internacionales en materia territorial? ¿Iremos a una guerra? ¿Qué nuevos elementos podrían provocar esa tragedia?
Pero hasta la fecha algunos factores han funcionado para evitarla. Mecanismos institucionales como los que tienen que ver con resolución de conflictos y medidas de fomento de la confianza, asuntos que parece en todo caso desde hace ya tiempo estar en crisis. Pero en verdad algunos resortes han amortiguado los conflictos: ¿La conciencia, el miedo, la estrategia, el retroceso calculado, la prudencia?
Ora modelo, ora amenaza.
En medio de las constantes vicisitudes que imponen los tiempos y los espacios, las realidades que son múltiples y variantes, condicionan a los seres humanos que las vivimos entre necesidades, logros, frustraciones y expectativas, que nos empujan y obligan.
Somos arrastrados tantas veces por esos ires y venires del azar, épocas de pasajera bonanza o de penuria, el mal tiempo, situaciones de guerra y de desplazamientos, hambrunas, desastres naturales, y tantos imprevistos más; o los polos cambiantes de la atracción, que como leyes físicas y socialmente naturales, ayudan u obligan a la huida, al exilio, a la migración ineludible o voluntaria, legal o ilegal, ya planificada, ya estrepitosa, la más de las veces tortuosa, por lo que se deja y pierde, por lo que no se sabe vendrá; el miedo a lo desconocido a cambio del terror de lo vivido.
Venezuela hasta hace poco, no tanto, fue un país receptor de migraciones, y mucho bien hicieron los que vinieron y tantos otros que se quedaron en conformación y confirmación de un yo-nosotros abierto, espléndido, acogedor y múltiple, rico, minero y hermoso; además, fácil a las ambiciones pequeñas y también a las grandes. El oro negro, el petróleo.
Ya finalizada la segunda guerra mundial y necesitado de mano de obra especializada que aquí escaseaba en cantidad y calidad para enfrentar los retos impuestos desde de la concepción de “progreso” que tenía el gobierno del país de entonces, de y con una mentalidad esponjosa y creativa, abrimos de par en par puertas y ventanas a ese proceso de integración racial, económico, cultural y social que nos define.
Muchas veces geografía sin gente, ganas sin destino, distancias y caminos, pueblo con necesidad de narrativa, se fueron llenando interminablemente de ambiciones y proyectos de vida en un ambiente paradisíaco, perpetuo de bellezas, oportunidades y de calidad de gentes. ¡Ahora cuanta nostalgia no suspiramos!
En esas llegaron individuos y familias de todo origen, condición y latitud. Desde el faquir hasta el bodeguero, desde el cura hasta el ladrón, desde el industrial hasta las bailarinas, desde la costurera hasta el maestro, para el trabajo y para el descanso, para enseñar y para aprender, para el pecado y para la bendición, todos se incorporaron y el tesón y la diosa fortuna jugaron su papel, a veces por separado, a veces en conjunto, para definir sus existencias. La mayoría decidió su destino quedándose. Ahora ya no. Ahora todos huimos.
De Colombia específicamente llegaron por docenas, detrás fueron cientos, miles después, millones en suma sin orden ni concierto e hicieron nido en estas tierras en desmedida cantidad y sin control alguno. Ya en la década de los 80 alguien bautizó este proceso subrayando lo nocivo del mismo, olvidando lo que de positivo tuvo, y lo definió como “la colombianización de Venezuela”, aludiendo a la descomposición social que se vivía en Colombia producto de factores internos y que se inoculaba aquí.
Algunos de los que así opinaban y tenían vara alta en los medios de comunicación venezolanos, se dedicaron a vender su teoría de la leyenda negra de la migración colombiana. Enemigos perversos del “otro”, jugando con el odio y el conflicto, estimularon desde sus púlpitos el ensillar de los caballos del apocalipsis que en nuestro caso se llaman: huérfano, invadido, libertario, y enfermo de poder, y con ellos la pólvora del prejuicio encontró chispa, y ocurrió lo previsto en el brevísimo cuento de Augusto Monterroso donde se narra que: “Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí”.
Ese juguete narizón convertido en matriz de opinión, guion ya puesto en marcha a través de la historia con los resultados inhumanos de siempre, sirvió entre otros elementos de catapulta para estigmatizar, por razones de políticas interna, a ciertos líderes políticos democráticos venezolanos. Quebraderos turbios de la ambición por el poder que buscan y encuentra pretexto en sentimientos de venganza, como si la culpa de todo residiera y drenara otra vez hacia la esponja absorbente de nuestros fracasos, individuales o colectivos, en aquel, en “el otro”, que sirve hasta de instrumento para la carambola destructora.
Acá y allá, modelo y amenaza, apetito perverso, insatisfecho e incesante, ganas desmedidas, obsesión por derrotar el modelo socio-político de vida abierto y auspicioso de entonces aunque en crisis, frágil y cómo, comenzó la democracia a dejar de ser lo que había sido en el inconstante inconsciente colectivo, quimera realizable, fuerza política y social frente a las dictaduras, fuente de paz y de fe en el porvenir siempre cercano, y en esas el “anti colombianismo” fue utilizado junto a tantos otros alegatos como bandera política para derrotar a la política democrática e “imponer por las buenas” la fuerza. ¿Lo sabían los energúmenos cruzados del anti colombianismo de la primera fila o fueron inocentes palomas o pagadas marionetas de la otra infamia, la mayor?
Hoy
Ahora, no solo ellos, los colombianos digo, ya se han ido en buen número de aquí huyendo de este infierno cotidiano que ha impuesto, “a paso de vencedores”, el socialismo del siglo 21. Se calcula que son aproximadamente 5 millones de venezolanos y contando, éxodo ya, los que han migrado con destinos diversos y dispersos, pero se establece que a la fecha de por estos días, dicen las cifras oficiales de Colombia al menos, en Venezuela no existen estadísticas confiables, que son 2 millones aproximados de venezolanos los que viven allí.
Unos legales y otros ilegales, son tantas las razones por las cuales nos quedamos allá, como por ejemplo la proximidad, las ganas y la oportunidad de regresar, la escasez de recursos para andar más allá, el calor o la solidaridad de amigos o familia asentados allí, el sentimiento del “nosotros” que emerge o que regresa en esos momentos de necesidad y urgencia de apoyo y solidaridad. Y allí nos han tratado tan bien como se puede, pues llegamos de golpe y sin aviso por millones, con un colchón de recursos y de mentalidad de quien nos recibe que nunca se compara con el que teníamos como país para acoger a colombianos aquí entre otros, con los brazos abiertos y en un mundo distinto, casi que otro planeta de distinta galaxia.
Pero a pesar de lo bueno que hay en la acogida, hay una realidad y un sentimiento en Colombia y en otras partes, tan hermanas cuando estábamos en las buenas y ellos en las malas, que preocupa y es el de la xenofobia. Puntual y pasajera, ojalá, pero alentada nuevamente por los que quieren crisis de gobernabilidad en Colombia.
“La venezolanización de Colombia” proferirán algunos en imitadero de los que aquí fueron, para multiplicar la desconfianza de la gente en líderes e instituciones del Estado, para finalmente, si los dejan, tomar el poder por las vías que ofrecen las libertades de la “democracia burguesa”, como la tildan los marxistas y sus adláteres, a través del voto para muestra, pues mire que los ejemplos en el continente sobran y apoyos y recursos ni se diga. “Y si se firmó la Paz por las buenas, camarada, y además ganamos tantas elecciones en el vecindario, por qué tomarnos el poder por las malas. Las condiciones están dadas. Gritemos más bien: ¡Viva la democracia, viva la libertad!, que qué más da la mascarada”
Los apremios presentes
Los apremios de hoy radican pues en donde los peligros crecen, los enemigos hacen fiesta y la indecisión y la indiferencia, que no son sino indolencia disimulada, cobran víctimas inocentes. Los apremios gritan en los estómagos de tanta pobreza, en la carencia de hospitales, en la falta de servicios básicos. Los apremios quedan en estimular la decencia, la honestidad, la mística.
Los apremios quedan también en el combate contra la injusticia, la corrupción, la guerra y sus “perros”, con el perdón de los caninos. Los apremios apuntan hacia la lucha contra la falta de convicción de los mansos que somos mayoría, frente al ex- ceso de ambición de los lobos que son tan solo una manada. Los apremios nos hacen señas desde los que no nos quieren y nos quieren también. Los apremios gritan por la construcción de una nueva sensibilidad.
Los apremios obligan a producir, invertir, construir, alimentar, proteger para que aprenda el protegido a enseñar lo recibido. Los apremios radican en la carencia de respeto por los derechos humanos y en la desprotección del medio ambiente que ello sí que urge para que protejamos nuestra soberanía vital, la madre tierra. Los apremios faltan en el incremento sustancial en conciencia y recursos para la educación y la cultura y no para el indecoroso aumento en gasto militar.
Los apremios apuntan a la falta de líderes honestos con convencimiento del “nosotros” por encima de su invasivo yo. Los apremios no existen para la bondad o la avaricia sino para la sabiduría creadora. Los apremios se oyen en la punta de nuestras narices y están en el resplandor de la cultura productora de bienes colectivos y enriquecedores.
Los apremios no esperan y no están allí para la bondad o la mezquindad, sino para aprender de su sabiduría el valor de la paz que es el mayor de los apremios de este mundo, pues sin paz no habrá mundo o al menos el mundo que queremos.
El apremio que guía nuestros pasos es en definitiva el de la constitución de una República de y para ciudadanos que provea de riqueza a todos por igual, material y espiritualmente; prosperidad generosa y compartida bajo el requisito de la Democracia que no estorbe la libertad y el emprendimiento, sino que los constituya, defienda y promueva como requisito fundamental de su propia existencia.
El bien atesorado
Que nada se pierda, todo se transforme, lo reitero en forma de espiritualidad, pues la realidad no es nada más lo que ocurre sino la persistencia de la voluntad creadora y el deseo de superación frente a lo corrosivo y absurdo.
A pesar o en razón de nuestra esquemática y repetitiva historia de desencuentros y fracasos, de sometimiento a tanta hipótesis de guerra, es necesario que prevalezca una visión y un convencimiento común y sostenido en la búsqueda de soluciones consensuadas, por las buenas y civilizadamente.
Desde 1810 queriendo ser ese ser nebuloso que no hemos llegado aún a alcanzar, países en gerundio, “nosotros”, insistiendo, perdiéndonos, buscándonos, tropezándonos, sin sentido en común, no hemos llegado a nada más que lo que está a la vista.
No podemos volver a desperdiciar nuestros esfuerzos en disputas territoriales que absorbieron tanta energía de lo que fuimos y seguimos siendo. Temas de discutida soberanía, terrestre o marítima, detrás de los cuales pueden esconderse, como siempre, intereses dañinos que componen las inconstancias del presente. Ni si- quiera de espaldas, uno contra el otro, eso es lo que somos ahora por razones distintas y perversas.
Porque dígame usted en dónde quedaron aquellas glorias, estas derrotas, quién se enriquece o empobreció de ellas, cuáles los héroes, el orgullo de la gesta, dónde la sacrosanta libertad, la soberanía, su valor en oro o en especies, en honor, en dignidad, en conciencia. Díganme dónde por favor.
No podemos regodearnos en el vicio hipnótico del resentimiento, que no es sino distancia envenenada, que ha sido utilizado como consigna estridente o subterránea, siempre excitante de conflicto y de guerra, que se expresa en la incultura de los nacionalismos, de los patrioterismos, de los militarismos, de los individualismos posesivos, todas formas de egolatría viciosa. Qué liderazgo adecuado puede establecerse dignamente en los apetitos de dominación y en el rechazo del otro que también es prójimo y próximo complementario.
No podemos tampoco abrigarnos en la liturgia plañidera de los bostezos idílicos mientras la verdad se nos viene encima. No queda más que el humano sudor del esfuerzo vital y sostenido, del horario cotidiano con propósito de vida humanizada. Que los partidos no distraigan, que las sectas no logren, que hagamos lo que el bien del “Nosotros” remite a la conciencia y a la acción para que seamos por fin alguna vez y de verdad ambos dos uno solo.
Leandro Area Pereira
Leandro Area Pereira. Venezolano. Politólogo. Diplomático. Embajador jubilado. Profesor universitario jubilado (UCV). Exdirector del Instituto de Altos Estudios Diplomáticos “Pedro Gual” del M.R.E.; Secretario Ejecutivo de la Comisión Presidencial Negociadora de Límites con Colombia (1989-1999); Comisionado Presidencial de Integración y Asuntos Fronterizos con Colombia (2000-2003). Subdirector del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela. Jefe de Departamento y de Cátedra en la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos de la U.C.V. Conferencista y profesor en instituciones nacionales y en el exterior. Con amplia obra publicada sobre temas de Ciencia Política y de relaciones Colombo-Venezolanas. Columnista habitual en los medios de comunicación.