Lecciones de Borgen (para Mariano Rajoy y los políticos españoles)
Ando estos días seducido por la actriz Sidse Babett Knudsen, que interpreta a la primera ministra danesa Birgitte Nyborg en la serie Borgen. Y también por las muchas cosas que pasan a su alrededor: en el palacio de Christiansborg, donde se cuece gran parte de la vida pública del país nórdico, y en las redacciones de los periódicos y televisiones de Copenhague que siguen al minuto los avatares de la mandataria y de su gobierno.
Borgen -en realidad apodo del palacio que acoge a la oficina del primer ministro, y la sede del Parlamento- no es una serie audaz en cuanto a las formas, ni tampoco de tramas excesivamente complejas. Además, sus creadores no han renunciado a ciertos clichés, algo que no verán con simpatía los puristas y amantes del riesgo audiovisual, siempre tan difíciles de satisfacer, pero sí el resto de la audiencia.
Sin embargo, esta radiografía más o menos asumible de la vida política de Dinamarca, y, por extensión, de cualquier democracia moderna y mediática, se ve con creciente interés. Birgitte Nyborg, líder del centrista partido Moderado, sintoniza, por ideales y coraje político, con el demócrata Josiah Bartlet (Martin Sheen) de El ala oeste de la Casa Blanca. Pero Borgen da una visión más desencantada de la política y nos muestra hasta qué punto el poder puede aniquilar a aquellos que lo detentan y pasar por encima de ideas, adhesiones aparentemente inquebrantables y afectos familiares.
En este punto, la brillante serie danesa está más en la línea de House of cards (¡el tema musical de entrada es sospechosamente muy parecido!). Es verdad que Nyborg -por lo que dicen, personaje inspirado en la comisaria europea Margrethe Vestager– es bambi comparada con el retorcido Frank Underwood que interpreta Kevin Spacey en la serie estadounidense, pero a través de la peripecia de ambos conocemos los tejemanejes y continuas traiciones que forjan la política de un país, inaceptables para un ciudadano corriente, pero perfectamente verosímiles, como recordaba en una entrevista el que fuera corresponsal de TVE en Washington, Lorenzo Milá.
Y es que después de Borgen, nadie verá igual una rueda de prensa desde La Moncloa, un debate televisado o una comparecencia en el Congreso del presidente o del líder de la oposición. Si uno sospechaba que la política es sobre todo representación y muchas veces juego sucio, aquí tiene una triste constatación.
Pero para mí lo más interesante de Borgen llega cuando se comparan los usos y costumbres políticos (y sociales) de la modélica Dinamarca con los que tenemos en España. Borgen, que para la mayoría de los daneses refleja fielmente el sistema político de su país, aporta unas cuantas enseñanzas que no conviene olvidar en el nuestro, sobre todo en un periodo tan incierto como el que se ha abierto desde las pasadas elecciones en Cataluña y las Generales del 20D. Aquí van unas cuantas que se me ocurren:
1. Un gobierno de coalición no es el fin del mundo. Llegar a pactos es tan legítimo y respetable como gobernar con mayoría absoluta. La primera ministra Nyborg, del centrista partido Moderado -Cuidadanos es lo que más se le puede parecer por estas latitudes- se pasa todo el tiempo buscando apoyos para consolidar su frágil gobierno de coalición, donde se integran ministros de tres o cuatro partidos, a veces con puntos de vista muy divergentes. El asunto es fiel reflejo de lo que pasa en Dinamarca desde tiempo inmemorial. De hecho, la última mayoría absoluta por allí se consiguió hace más de un siglo (en 1901).
No por pactar con señores de distinto signo uno tiene necesariamente que renunciar a sus ideas para mejorar el país. Nyborg -liberal en lo económico, pero también ferviente defensora del estado del bienestar- lo recuerda una y otra vez. Sólo hay que asumir que se pondrán en marcha de forma parcial o no tan inmediata. La política es en este caso negociación y deseo de consenso. No hay otra cuando los electores andan tan divididos. Es lo que pasa en casi todos los países europeos y convendría que lo tuvieran en cuenta nuestros políticos, que por primera vez se enfrentan a aritméticas complejas.
2. No existe el plasma. Ni se contempla siquiera. Lo de no aparecer en una rueda de prensa, en un debate o en un telediario dando explicaciones sobre la polémica del día no le cabe en la cabeza a la primera ministra danesa, o al resto de políticos que hacen pasillos en Borgen. En Dinamarca, acudir a la televisión a afrontar un debate a pecho descubierto con los incisivos periodistas de la cadena estatal, pagada por todos los daneses, está en la agenda. Las espantadas de Rajoy -en los debates a cuatro de las últimas elecciones- o sus salidas del Congreso por la puerta de servicio para evitar a los señores de micro simplemente dejarían estupefactos a Birgitte Nyborg y sus colegas.
3. El poder corrompe y hace que los que llegan arriba se aferren a la silla como si les fuera la vida en ello. La en principio pragmática y consecuente Birgitte Nyborg también sucumbirá al efecto corrosivo de la poltrona. Algunas de las frases que abren los 30 capítulos de la serie y dan el tono de lo que va a pasar en los 50 minutos siguientes son bien ilustrativas: «Casi todos podemos soportar la adversidad; pero si queréis poner a prueba de verdad el carácter de un hombre, dadle el poder» (Lincoln); «cuando se hace daño es menester hacerlo de tal modo que sea imposible la venganza» (Maquiavelo); «un príncipe ha de saber que el partido más seguro es ser temido primero que ser amado» (Maquiavelo); «la política es la guerra sin efusión de sangre; la guerra es política con efusión de sangre» (Mao Tse-Tung); «algunos cambian de partido para defender sus principios; otros de principios para defender su partido» (Churchill). De todo esto, por desgracia, sobran ejemplos en España.
4. La política es puro cinismo. En Borgen, todos escenifican en público sus diferencias, mientras que, en petit comité, de puertas adentro, en las cómodas estancias del palacio de Christiansborg, con un café humeante en la mano, trabajan para llegar a muy calculados acuerdos y mantener así su cuota de poder, a pesar de que eso signifique dar la razón al oponente al que públicamente acaban de desacreditar. Borgen es una verdadera lección de negociación, de cómo se mueven las piezas en el complicado tablero de la política actual, con el poder tan repartido. Birgitte Nyborg se muestra más audaz cuanto más complicada se pone la partida. La primera ministra danesa exhibe siempre un discurso brillante y persuasivo. Cuesta no comprarle la mercancía.
5. Paradójicamente, en las modernas democracias mediáticas que se han impuesto aquí y allá, es el periodismo el primer damnificado. El periodismo, un barco de papel en medio de un mar encrespado. Después del palacio de la primera ministra, el segundo escenario de Borgen, y donde se desarrolla buena parte de la intriga de la serie, son precisamente los estudios de la televisión pública danesa. Allí, sus profesionales luchan por dar buena y rigurosa información política. Aunque lo tendrán todo en contra: la puerilidad que imponen los índices de audiencia, unos directivos más pendientes de la hoja de cálculo que de la calidad del producto, el amarillismo de la competencia, las filtraciones interesadas, la escasez de recursos en la redacción por los indefectibles recortes de presupuesto o la excesiva proximidad al poder de los propios medios. Es un fenómeno global y en Borgen está maravillosamente expuesto.
6. No hay manera de conciliar vida profesional y familiar en el mundo de la política. Ni allí -en el modélico estado del bienestar nórdico- ni aquí -donde tanto queda por hacer-. Uno de los grandes conflictos de la serie Borgen reside en este punto. Durante las tres temporadas, Birgitte Nyborg lucha para mantener su matrimonio y la complicidad de sus hijos tras jornadas maratonianas cargadas de reuniones con políticos taimados y ambiciosos, sesiones en el parlamento, viajes al extranjero o lecturas de complejos informes sobre las más variadas cuestiones. Aunque la primera ministra danesa en la ficción se las ingenia para abandonar su despacho temprano y preparar la cena, o también nos la muestran repartiendo los cereales por la mañana a su prole, la verdad es que la conciliación siempre se le pone muy cuesta arriba y le va a traer quebraderos de cabeza y ansiedades múltiples.
7. En Borgen, las reuniones duran poco y son efectivas. Los puntos de vista se exponen con rapidez y contundencia, y los acuerdos y las decisiones se toman pronto. Sé que es una ficción y que muchas veces las cosas son más complejas y requieren más tiempo y detalle, pero tengo la impresión de que en España todo es más prolijo y hay verdadera dificultad para ir al grano y acabar pronto lo que sea. Da gusto ver a la primera ministra Nyborg despachar temas cruciales con sus ministros o con su jefe de gabinete en las caballerizas del palacio de Christiansborg mientras dan un corto paseo para estirar las piernas y coger aire. En Borgen no hay largas y opíparas comidas en restaurantes de lujo. Lo más, un café y un croasán en una mesa de trabajo durante la hora del desayuno. Y luego, a otra cosa mariposa.