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Lluís Bassets: Embustero, perjuro y traidor

Trump viaja a Oriente Próximo y sus aliados no saben si esperar lo mejor o lo peor del presidente de EE UU

Embustero, perjuro y traidor | Opinión | EL PAÍS

 

 

Están descontados sus embustes. Los contabilizó The Washington Post en la primera presidencia, antes de que Jeff Bezos, su propietario, se sometiera voluntariamente. Nadie les da importancia ahora. Forman parte de la imprevisibilidad de Trump, alabada como virtud política para desorientar a enemigos y adversarios. La palabra presidencial está más devaluada que el dólar, resultado de la inflación de mentiras y tergiversaciones.

Una relación tan alérgica con la verdad afecta a la función, cuyo titular ha jurado que preservará, respetará y protegerá la Constitución en dos ocasiones, en 2017 y en 2025, aunque a nadie se le oculta el escaso respeto que le suscita la Carta Magna, a la que nunca ha protegido y constantemente ha vulnerado, especialmente en los últimos y turbulentos días de su primera presidencia y más todavía en el desenfreno autoritario de los primeros 100 días de la segunda. Sin contar las inquietantes dudas expresadas públicamente de que la ley fundamental merezca ser preservada.

Sometido excepcionalmente a preguntas de algunos periodistas profesionales —no de los complacientes halagadores habituales del Despacho Oval— se ha visto obligado a manifestar su disposición formal a obedecer a los tribunales y al texto constitucional, pero a la vez ha seguido persistiendo en sus decisiones más flagrantemente ilegales, como la detención y deportación de personas, incluso de nacionales estadounidenses, sin el proceso judicial debido y si hace falta con la suspensión gubernamental del habeas corpus sin pasar por el Congreso. Con tales antecedentes, a nadie debe extrañar la inquietud creada por sus desinhibidas cábalas sobre sus méritos para perpetuarse en el poder más allá del límite constitucional de los dos mandatos.

En su ejército de abogados está el secreto. Ellos son los que le libraron de la cárcel y de la inhabilitación durante la presidencia de Biden y ahora los que cuidan que los incumplimientos de órdenes judiciales y las vulneraciones de la legalidad no desemboquen en una crisis constitucional abierta. De donde se deduce que la relación del presidente con el marco constitucional no tiene que ver con la lealtad al juramento ni el cumplimiento de las obligaciones del cargo, sino con los márgenes de acción que los letrados consiguen ensanchar con sus recursos y dilaciones, al igual como sucede en el mundo de los negocios, especialmente los inmobiliarios.

Su arte del trato, the art of the deal, desconsidera la legalidad como regla de juego compartida y la convierte en un marco a forzar para conseguir ventaja en cada negocio. No atiende a reglas o acuerdos estables, ni respeta las alianzas permanentes. Los acuerdos valen mientras le convienen y falta a su palabra en cuanto se lo dictan sus intereses. Y tanto peor para quienes tiene más cerca, pues la proximidad proporciona las mejores palancas para la extorsión y luego para la traición o la paz aparte.

La lista no tiene fin. En su entorno familiar y político: desde Roy Cohn, el abogado que le educó en el matonismo, hasta buena parte de los altos cargos de su primera Casa Blanca. Y en el escenario internacional: desde el Gobierno afgano pro-americano, sacrificado en el acuerdo de retirada firmado con los talibanes en 2020, hasta Benjamín Netanyahu, al que Trump también ha mantenido al margen, incluso en la ignorancia, de sus negociaciones directas con Hamás e Irán y del alto el fuego acordado con los hutíes de Yemen. La paz aparte y a espaldas de uno de los contendientes es un clásico de la vieja diplomacia secreta recuperada por el trumpismo, al igual que la súbita reversión de alianzas de la que han sido víctimas en este caso los socios de la OTAN y Ucrania.

No se escuchan quejas del primer ministro israelí, recompensado con las manos libres para ocupar y destrozar Gaza entera, donde nadie le atosiga como Biden con treguas y demandas de ayuda humanitaria. Pero no puede estar satisfecho con que Estados Unidos suspenda por su cuenta los bombardeos sobre Yemen a cambio de que los hutíes excluyan como objetivos militares a los buques estadounidenses que pasan por el estrecho de Ormuz. Ni con la buena disposición de Trump para conseguir un acuerdo nuclear con Irán, en muchos aspectos similar al que firmó Obama, en vez de la drástica opción militar.

Esta próxima semana el presidente se desplaza a Oriente Próximo y ha adelantado que habrá una gran noticia para la región. Es una gira inaugural con etapas en Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, pero de momento sin Israel. El perfecto arte de la traición no distingue entre traicionados. Todo aliado de ayer puede ser traicionado hoy. La máxima y más gratificante ironía sería que Putin y Netanyahu fueran también apuñalados por Trump, inquieto por sus fracasos en Ucrania y en Gaza, pero todavía ansioso por obtener el Nobel de la Paz.

 

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