Lo que un año de guerra ha revelado de tres líderes
Joe Biden y Volodymyr Zelensky en Kyiv, Ukrania, el lunes 20 de febrero. (Ukrainian Presidential Press Service/AFP/Getty Images)
Antes de que Vladimir Putin invadiera Ucrania, algunos funcionarios estadounidenses les advirtieron en privado a sus contactos rusos contra el peligro de la soberbia, de la arrogancia. Sería fácil empezar esta guerra, advirtieron, pero difícil terminarla con éxito. Toda la historia militar moderna de Estados Unidos, desde Vietnam hasta Irak y Afganistán, era un ejemplo de esta humillante historia. Pero los rusos no escucharon.
Ahora, casi un año después, vemos los devastadores resultados para Rusia, Ucrania y el mundo entero. Putin calculó mal lo que los estrategas militares llaman «el orden de batalla», sobreestimando la fuerza de su país e infravalorando la determinación ucraniana y estadounidense. Está atrapado en una trampa de su propia creación, lo que le hace desesperado y peligroso, pero en última instancia condenado al fracaso.
La guerra revela los rasgos esenciales del carácter humano que dan forma a los hechos. Quién podría haber imaginado que un actor cómico ucraniano llamado Volodymyr Zelensky se convertiría en el primer líder verdaderamente heroico del siglo XXI. Quién habría apostado que Putin, el astuto y cínico ex oficial de la KGB, haría una errónea interpretación tanto de la inteligencia como de la historia y convertiría en rehén a su país en lo que equivalía a un cuento de hadas sobre la «unidad» de Rusia y Ucrania.
Tal vez lo más sorprendente de todo sea quién habría apostado por que un presidente estadounidense de 80 años, un hombre parlanchín, sentimental y que a veces parecía muy envejecido, se convertiría en el líder estadounidense más infravalorado de los tiempos modernos. La valiente visita del presidente Biden el lunes a Kiev fue un momento decisivo en su presidencia. Incluso los comentaristas conservadores que se ganan la vida criticándole tuvieron que conmoverse al verle de pie en la Plaza de San Miguel mientras sonaban las sirenas antiaéreas.
Pensemos en el arquitecto de esta guerra desastrosa y en los orígenes de su error. Muchas guerras comienzan con un sentimiento de orgullo herido. En el caso de Putin, esta vanidad le llevó a obligar a su nación a lanzarse por un precipicio. El 24 de febrero del año pasado, Putin lanzó la invasión con un discurso que sigue asombrando por su sentido de victimización y deseo de venganza.
Putin presentó la narrativa sobre Ucrania como una historia de inocencia rusa y perfidia occidental. Al expandir la OTAN hacia el este, hacia las fronteras de Rusia, Estados Unidos y sus aliados habían mostrado una «actitud despectiva y desdeñosa» y se habían comportado «de forma grosera y poco ceremoniosa año tras año». En otras palabras, Occidente había herido los sentimientos de Rusia.
El principal objetivo bélico de Putin, extrañamente, parecía ser entonces lograr un mayor respeto. Occidente, en lugar de tratar a una desorientada Rusia postsoviética «con profesionalidad, suavidad y paciencia», había hecho alarde de su poder con un «estado de euforia creado por un sentimiento de superioridad absoluta, una especie de absolutismo moderno». La OTAN había hablado de invitar a la cooperación rusa, pero Putin insistió: «Nos han engañado o, por decirlo en pocas palabras, se han burlado de nosotros».
Si uno se pregunta por qué tantos rusos parecen seguir apoyando a Putin, a pesar de sus catastróficos errores, es en parte porque comparten su sentimiento de agravio. Como señala el historiador Mark Galeotti en su magnífica breve historia del país, la historia de Rusia ha sido durante siglos una tensión recurrente entre Occidente y Oriente, Europa y Asia, entre un anhelo de aceptación y un amargo sentimiento de rechazo y falta de respeto.
¿Qué ha aprendido Putin en un año de caos autoinfligido? Que todo es culpa de los demás. Como afirmó en su discurso a la nación del martes pasado: «Ellos fueron los que empezaron esta guerra». En otras palabras, Putin no ha aprendido nada.
La parte de Zelensky en esta historia es una combinación de valor en bruto y la comprensión intuitiva de un actor de cómo interpretar el papel de su vida. Los que le vieron en la Conferencia de Seguridad de Múnich hace un año le recuerdan como un «muerto andante». Biden recordó el lunes lo que Zelensky le dijo la noche de la invasión, con el sonido de las explosiones de fondo: «él dijo que no sabía cuándo podríamos volver a hablar».
Pero Zelensky se resistió a las ofertas de ayuda de Estados Unidos para evacuar Kiev. Cuando salió de su búnker tras los primeros días de asalto con su uniforme verde de faena, rodeado de sus colegas ministros, se percibió un cambio en el campo gravitatorio de la Tierra. «No me escondo», dijo. «Y no tengo miedo de nadie».
Y por último, ¿qué decir de Biden, el improbable pero indiscutible líder de la alianza occidental? Siempre ha sido fácil subestimar a Biden. No es un gran orador, habla demasiado y a veces se comporta como un abuelo irlandés gruñón. Pero, al igual que Harry S. Truman, que cada vez parece más un espíritu afín, Biden sabe las cosas que uno descubre cuando va dando tumbos por la vida y es despreciado por los sabihondos, y sobre todo, lo que uno aprende simplemente siguiendo adelante, en las buenas y en las malas.
Al final, toda guerra es una prueba de voluntades. Putin estaba convencido de que su determinación brutal y fría duraría más que la de los demás. Pero un año después, la capacidad de resistencia de Putin empieza a ser cuestionable, mientras que Zelensky y Biden nunca han parecido tan fuertes.
Traducción: Marcos Villasmil
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NOTA ORIGINAL:
THE WASHINGTON POST
What a year of war has revealed of three leaders
Before Vladimir Putin invaded Ukraine, some U.S. officials privately warned their Russian contacts against hubris. It would be easy to start this war, they cautioned, but difficult to end it successfully. All of the United States’ modern military history, from Vietnam to Iraq and Afghanistan, told this humbling story. But the Russians didn’t listen.
Now, nearly a year later, we see the devastating results — for Russia, Ukraine and the whole world. Putin miscalculated what military strategists call “the order of battle” — overestimating his country’s strength and underappreciating Ukrainian and U.S. resolve. He’s caught in a trap of his own creation, which makes him desperate and dangerous but ultimately doomed to failure.
War reveals the essential traits of human character that shape events. Who could have imagined that a Ukrainian comic actor named Volodymyr Zelensky would prove to be the first truly heroic leader of the 21st century. Who would have bet that Putin, the canny and cynical ex-KGB officer, would grossly misread both intelligence and history and ransom his country to what amounted to a fairy tale about the “oneness” of Russia and Ukraine.
Perhaps most surprising of all, who would have bet that an 80-year-old U.S. president, a man who was garrulous, sentimental and sometimes appeared senescent, would turn out to the most undervalued American leader in modern times. President Biden’s brave visit Monday to Kyiv was a defining moment in his presidency. Even conservative commentators who make a living trashing him had to be stirred by the sight of him standing in St. Michael’s Square while air raid sirens wailed.
Let’s think about the architect of this disastrous war, and the sources of his error. Many wars begin with a sense of wounded pride. In Putin’s case, this vanity led him to march his nation off a cliff. On Feb. 24 last year, Putin launched the invasion with a speech that is still astonishing for its sense of victimization and desire for revenge.
Putin cast the Ukraine story as a tale of Russian innocence and Western perfidy. In expanding NATO eastward toward Russia’s borders, the United States and its allies had shown a “contemptuous and disdainful attitude” and behaved “rudely and unceremoniously from year to year.” The West had hurt Russia’s feelings, in other words.
Putin’s chief war aim, bizarrely, seemed to be greater respect. The West, rather than treating a disoriented post-Soviet Russia “professionally, smoothly, patiently,” had flaunted its power with a “state of euphoria created by the feeling of absolute superiority, a kind of modern absolutism.” NATO had talked of inviting Russian cooperation, but Putin insisted: “They have deceived us, or, to put it simply, they have played us.”
If you wonder why so many Russians still seem to support Putin, despite his catastrophic mistakes, it’s partly because they share his sense of grievance. As historian Mark Galeotti notes in his superb short history of the country, Russia’s story for centuries has been a recurring tension between West and East, Europe and Asia — between a yearning for acceptance and bitter sense of rejection and disrespect.
What has Putin learned in a year of self-inflicted mayhem? That it’s all the other guy’s fault. He claimed in his address to the nation on Tuesday: “They were the ones who started this war.” In other words, Putin learned nothing.
Zelensky’s piece of this story is a combination of raw courage and an actor’s intuitive understanding of how to play the role of his life. Those who saw him at the Munich Security Conference a year ago remember him as a “dead man walking.” Biden recalled on Monday what Zelensky told him the night of the invasion, with the sound of explosions in the background: “You said that you didn’t know when we’d be able to speak again.”
But Zelensky resisted U.S. offers of help in evacuating Kyiv. When he emerged from his bunker after the initial days of assault in his green fatigues, surrounded by his fellow ministers, you sensed a change in Earth’s gravitational field. “I’m not hiding,” he said. “And I’m not afraid of anyone.”
And finally, what of Biden, the unlikely but indisputable leader of the Western alliance? Biden has always been easy to underestimate. He doesn’t give a good speech, he talks too much, and he sometimes behaves like a grumpy Irish granddad. But like Harry S. Truman, who seems ever-more a kindred spirit, Biden knows the things you discover by getting bounced around in life and deprecated by the smart guys — and most of all, what you learn just by keeping going, through good and bad.
In the end, war is a test of wills. Putin was convinced that his cold-eyed, brutal resolve would outlast everyone else’s. But a year on, Putin’s staying power begins to look questionable, while Zelensky and Biden have never looked stronger.