Democracia y PolíticaGente y SociedadOtros temasSalud

Lorena Migoya Mastretta: Covidiario, 4 de julio de 2020

La primera vez que escuché hablar del covid-19 fue a finales de diciembre, al cenar sola en una taquería. La gente veía la televisión sin mayor interés y a mitad de la nota cambiaron de canal a un programa de chismes; seguí comiendo pero ya con la pulga en la oreja. Cuando salí le marqué a un biólogo molecular especialista en desarrollo de vacunas a quien conozco desde hace algunos años y que hoy trabaja en Inglaterra. Le pregunté qué sabía del virus que venía haciendo ruido y ya ocupaba un lugar en los noticieros nacionales.

—Es grave —me dijo—. Tiene la gran posibilidad de convertirse en una pandemia.

Directo como es, seco como es y honesto como es, me dijo lo que me tenía que decir sin más… escuchar la palabra pandemia en su boca me preocupó.

—Sé lo que significa pandemia, no me taches de idiota. Si es que el virus llegara a México, ¿en cuánto tiempo crees que sucedería?

—Depende de muchos factores, pero pronto. Como te dije, es grave.

Su respuesta me horrorizó.

Ilustración: Estelí Meza

 

Volteé a mi alrededor; la vida seguía su paso, la gente, con sus asuntos. En la televisión de la taquería, que aún podía ver por el vidrio desde mi coche, pasaban lo que parecía ser una receta de chiles rellenos.

Esa noche empezaron a surgir escenarios en mi cabeza sobre lo que una pandemia le haría a México. Pensé primero en cómo podría evitarse que el virus llegara a nuestro país, quiénes serían los más vulnerables, cómo sería el protocolo de atención en hospitales, cuáles podrían ser los tratamientos y qué tan viable sería tener acceso a ellos —en caso de que existieran—. En general, cómo debería actuar el gobierno; cosas en las que debemos pensar los que somos funcionarios públicos. Al llegar a mi casa busqué en internet frases como: “Coronavirus, tasa de contagio”, “Coronavirus, ¿qué tan grave es?”, “Coronavirus China”, “Coronavirus, ¿qué es?”, “Pandemia siglo XXI consecuencias”.

Como funcionario público es muy difícil agradar a las personas; podemos ser considerados como lo que las inyecciones son para los niños. La realidad es que servir a tu país es una pasión adquirida que puede equivocadamente interpretarse como algo que te saca canas y te quita tiempo, o como algo que te da la experiencia más gratificante aunque vayas de visita a tu casa y vivas en la oficina. Para los funcionarios públicos de carrera, las políticas públicas no las medimos en trienios o sexenios, aceptación o popularidad; por el contrario, esos términos no sólo nos agobian, sino que nos estorban más que un mal salario. Así que pensé entonces en lo que podría significar la presencia de este virus en México desde mi campo de trabajo y las conclusiones a las que llegaba iban generando en mí una preocupación latente. ¿Cómo podría este país con severos atrasos legislativos, operativos —y por consecuencia— instituciones débiles, hacerle frente a ese posible tsunami? Al día siguiente llegué a la oficina temprano, me encontré con Horacio Cano, gran amigo mío y empezamos a conversar:

—¿Has visto lo de China?

—Sí, qué terror. ¿Qué vamos a hacer?

—Supongo que lo que se pueda, con lo que se tenga. Como siempre.

—No estamos listos para algo así. Ni como país ni como gobierno.

—Alguien que sabe de estas cosas me dijo que el virus es serio.

—¿Qué tan serio?

—Grave.

Horacio guardó silencio un minuto y al entender lo que yo trataba de decir agregó:

—¿Cuáles han sido las medidas que el gobierno chino está aplicando?

—Creo que aislamiento de todo el lugar donde comenzó el brote y cierre de algunos lugares de China.

—China siendo China… Con el sistema de gobierno que los rige, siendo quienes son…

—Lo sé…

La conversación siguió por mucho tiempo. Había una preocupación creciente, hablamos sobre posibles restricciones, prohibiciones, pensábamos lo que desde nuestro pequeño lugar de trabajo, perdidos en uno de los tantos municipios que integran México deberíamos de hacer y podríamos hacer. Poco tiempo después el virus llegó y era ya una pandemia. Como dijo un experto: grave.

México es un país que se ha visto altamente afectado por el covid-19: el número de muertes es ya superior a España. Los tres poderes que forman la república y los tres niveles de gobierno, desde el municipio hasta la federación, trabajan de forma parcial. Las instituciones que podrían haber enfrentado la pandemia y contener en gran medida esta desgracia no tienen la capacidad, pues en su momento no hubo el interés por la planeación y la continuidad ni por la inversión necesaria para fortalecerlas, tampoco hubo el interés y la capacidad por crear políticas públicas que emanaran de una genuina aportación al sistema. La constante en la toma de decisiones durante sexenios enteros ha sido los escenarios electorales y el evitar los costos políticos de lo que pudiera ser una administración pública responsable.

Como país no estuvimos listos, no sólo para enfrentar una pandemia, sino para crecer como nación. Toda buena política pública necesita tiempo, e igual que una inyección a un niño, a veces no resulta agradable. La peor amenaza para las correctas políticas públicas es el cambio de sexenio y/o trienio; la peor amenaza para un funcionario público, un político mediocre.

 

Lorena Migoya Mastretta

 

 

Botón volver arriba