Gente y Sociedad

Lorenzo Silva: Venenos

Lorenzo Silva: "Afganistán es un país en donde las niñas son vendidas a los nueve años"

Lorenzo Silva

 

Dependiendo de la dosis, cualquier cosa puede llegar a ser un veneno. La conexión permanente a casi todo que este siglo nos ha traído a casi todos no es en sí misma un veneno, pero cabe preguntarse si la dosis que reciben a diario muchos individuos, y en su conjunto la especie humana, no alcanza ya unos niveles de toxicidad preocupantes. Se lo preguntan nuestros lectores respecto de los jóvenes, cada vez más expuestos a percances mentales que luego no tenemos medios para atender, o respecto de quienes en vacaciones no pueden terminar de descansar ante el reclamo continuo del terminal inteligente. Lo peor, con todo, es lo que dibuja la carta de la semana. El abismo al que el reparto torpe e injusto de nuestro hiperconectado mundo asoma a demasiadas personas.

 

Cartas de los lectores

Ingeniero de clase baja

Nos hemos empobrecido. Mi salario como ingeniero de software (2700 euros al mes) no es suficiente para brindar a mi mujer las oportunidades que me gustaría: el alquiler, la compra, la luz, el gas, la letra del coche… la han empujado a aceptar un puesto como teleoperadora y aparcar su carrera en el Marketing Digital. Alguien pensará que, si con ese salario vamos justos, estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades, pero no. Ocurre que ya nos hemos acostumbrado a considerar un lujo ir de vez en cuando al cine, cenar fuera un sábado, tomar una caña con amigos. Es decir: vivir. Quizá en los noventa, cuando un operario de la Citroën podía mantener a su familia, tener coche, casa y pasar un mes en Torremolinos, el término ‘clase media’ tuviese sentido, pero, si hoy es mileurista, usted no es clase media, ni siquiera baja. Es, simple y llanamente, pobre.

José Ángel Maneiro. Pontevedra

Naufragios

Pensar en las 31 camas que dedica un gran hospital a la salud mental es imaginar una pequeña flota de botes salvavidas que navegan atentos al costado del transatlántico que cruza la vida y por cuya borda se descuelgan de a cientos nuestros adolescentes. Caen, sin cesar, al mar de la desesperanza. Faltos de recursos vitales esenciales, son incapaces de mantener el equilibrio ante las primeras ‘olas’ de adversidad. Se ha impuesto un modelo de perfección digital muy alejado de la realidad. Navegar hacia un paraíso que nunca llega solo crea desesperanza, tristeza, ira y ansiedad. Quizá debamos buscar nuevos caminos hacia un futuro más real que ‘enganche’ a nuestros hijos y los anime a recorrer la vida con pasión y realismo. Deberíamos evitar dejar su educación en manos de esos dudosos ‘tutores electrónicos’ y ayudarlos a gestionar las emociones que les generan la adversidad, las dudas, las inseguridades y sus frustraciones. Mientras, solo podemos agradecer que los profesionales de la salud mental, pertrechados con más vocación y profesionalidad que recursos, no decaigan y sigan rescatando a nuestros jóvenes.

Pedro Graciani. Málaga

Veneno en verano

Los teléfonos no dejan de vibrar: mensajes para cuadrar la cena de amigos, noticias sobre Rusia, la notificación de una nueva oferta… Ante esta realidad, me declaro enemigo público del smartphone por cuatro razones: desincentiva la lectura, deteriora las relaciones personales, disminuye nuestra capacidad de atención y dificulta el hábito de la contemplación. Como decía C. S. Lewis: «Cuando los venenos se ponen de moda, no dejan de matar». La solución estriba tan solo en una sencilla novela, conversar con un amigo, centrarse en lo que toca en cada momento y reservar un espacio diario para la reflexión personal.

Patrick Chart Pascual. Pamplona

Remedios contra la tristeza

Incendios, inflación, Ucrania, Pelosi en Taiwán, covid: estío, hastío. Todo apunta a que este otoño e invierno serán severos y los políticos ni se toman la molestia de ocultar que no hay nadie al volante. Bonjour, tristesse. Hace ocho siglos, Tomás de Aquino propuso cinco remedios contra todo tipo de tristeza, hasta la melancolía estiva. Primero: «cualquier goce». Darse un capricho, por pequeño que sea. Segundo: «las lágrimas». Llorar alivia y descansa; en intimidad con un amigo, todavía más. A veces una crisis de llanto acaba en un abrazo callado y alegre, y de ahí el tercer remedio: «compartir la alegría». Se comparte de verdad sin pantallas de por medio. Cuarto: «contemplación de la verdad». De nuevo, será indispensable huir de redes y medios y, tal vez, atreverse a dar un paseo solitario de una hora al atardecer. Quinto y último: «dormir y bañarse». Desconsolados damas y caballeros: frente al invierno de nuestra «aniquilación» —fantástico Houellebecq—, este agosto practiquen filosofía perenne. Al parecer, no hace falta ser creyente para que funcione.

Felipe José M. Aguirre. Barcelona.

El hijo prodigio

Un lustro extenuante es el tiempo que mi gran amigo Pablo ha estado interpretando el desconcertante papel de hacer de padre de sus padres, atendiendo con paciencia y afecto todas sus necesidades, y devolviéndoles los cuidados que él recibió de ellos cuando era niño. Murieron hace poco, primero él, después ella, en el corto espacio de una semana. Cinco años de progresivo declive que han culminado en un final de lo más luctuoso, que lo habría sido todavía más de no haber tenido junto a ellos a un hijo como Pablo. Ha sacrificado su tiempo libre y también el preso (el que dedicaba a sus proyectos profesionales, ahora postergados), para cuidar de ellos con absoluta entrega, como el encomiable hijo prodigio que ya era mucho antes de demostrarlo después. En poco tiempo, mi amigo Pablo, se ha consumido como un cigarro, perdiendo unos diez kilos, los que le faltaban para dejar de ser ese sempiterno perro flaco al que, últimamente, le han asediado demasiadas pulgas. Todo lo expresado en esta carta ya se lo he transmitido oralmente en más de una ocasión, pero quería dejar constancia por escrito porque, como bien se sabe, las palabras se las lleva el tiempo.

Jon Arza Pérez. Pasai Antxo (Gipuzkoa)

El abuelo

Es el de la gorra, nos dicen. Sí, efectivamente, la vemos ya desde lejos. No se la quita por nada. Hoy, visitamos al abuelo en la residencia. Tiene 91 años a las espaldas. Habla de sus años mozos. De la vendimia en la que trabajaba a sus 40. De sus ocho hermanos —él era el pequeño— y sobre todo de su única hermana, Fernanda, la que lo protegía. Mientras tanto, no reconoce apenas a su hija. A su nieto mucho menos. Se lleva la mano a las sienes como si de vez en cuando recordara algo que le viene como una luz. Pero la ve muy lejos y borrosa. Mi abuelo es ahora un crisol de recuerdos entrecruzados. Un Aleph que une tiempo, lugar y rostros. La sensación de no poder excavar y ganar ni un metro al tiempo es desoladora. Pero también hay ternura. Está feliz. Sonríe y es dicharachero. Vive en sus recuerdos más remotos que permanecen intactos como en ámbar. Se los llevará con él. Antes de marcharnos nos dice que el mundo está del revés. Sí, abuelo, la verdad es que tienes toda la razón. Feliz cumpleaños, abuelo.

Aitor Lorenzo Hernández. Irún. Guipúzcoa.

 

Se acerca, inexorable, sin prisa, sin pausa… Despertamos en un nuevo día, arrancados del sueño por el bendito invento del despertador. Cepillado de dientes, desayuno y a trabajar, quien aún posea ese bien escaso: un trabajo en condiciones de ser pagado y no explotado. Uno que te permita volver a casa a intempestivas horas y hacer la maratón de… pon la lavadora, dúchate, prepara el bocadillo con lo que quede en la nevera, prepara la mochila para mañana, la ropa, lee un poco… Pero sobre todo un trabajo que te permita no estar en primera línea, no de playa, sino de ese insondable abismo al que cada vez más gente nos asomamos de vez en cuando al no poder pagar el teléfono, la luz, la pequeña deuda en esa tienda del barrio de toda la vida, algo impensable en un centro comercial. Ese insaciable abismo al que somos empujados cuando nos quieren quitar nuestras casas, coches, nuestra vida… Estafados muchas veces y por nuestra eterna ignorancia. Somos cada vez más los asomados a ese abismo, solo esperando que no llegue otra subida de precios que rompa el cada vez más delgadito hilo de la economía precaria que nos mantiene unidos, atados a ese balcón desde el que lo miramos.

Daniel Marzo Domínguez. Zaragoza

Por qué la he premiado… Por si lo leen quienes lejos de ese abismo deciden, tantas veces sin pensar ni saber.

 

 

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