Los cabos sueltos de Raúl Morodo
Leído ahora, el exergo que sirve de pórtico al primer tomo de Atando cabos. Memorias de un conspirador moderado (Taurus) puede resultar hasta cínico. Colocado entre una cita de Francisco Franco y otra de Tierno Galván, Raúl Morodo escogió un fragmento de Escuela de mandarines, la ucronía sobre la política y el poder con la que Miguel Espinosa logró el Ciudad de Barcelona en 1974: «Todos los hechos son hijos de la corrupción; fuera de ellos reside lo irreal. De la inocencia surge inocencia; de la corrupción, la necesidad. El embozo de la corrupción se llama retórica. Sabedlo siempre: la corrupción es irremediable».
Entonces, era 2001, Morodo disfrutaba del prestigio de ser un padre de la patria (suyo, y de Tierno, es el Preámbulo, en parte mutilado, de la Constitución) cuya coherencia ideológica le había llevado a abandonar a su maestro y amigo, con el que fundó el Partido Socialista del Interior (luego, PSP) cuando éste decidió venderse al PSOE por una vara de alcalde. Catedrático de Derecho Político, había sido eurodiputado con el CDS de Suárez y embajador, primero ante la Unesco y hasta 1999 en Portugal. Sin poder sospechar aún que sería nombrado para una nueva misión diplomática en Venezuela, en las Memorias hablaba Morodo de su buen amigo Carlos Andrés Pérez, que «supo dar» al país «estabilidad política durante casi cuatro décadas». Y apuntaba su escepticismo hacia Hugo Chávez, que si bien incluía a «los excluidos» del régimen anterior, lo hacía «con un confusionismo que veremos si se resuelve eficazmente«. Para 2004, cuando el actual colaborador de Maduro, Rodríguez Zapatero, lo destina a Caracas, era ya un chavista convencido.
Del «carismático presidente Chávez«, escribió en El País que era el mejor representante del populismo, que lejos de ser algo peyorativo, por un prejuicio «eurocéntrico», era la «expresión de mayorías sociales populares», y lejos de ser demagógico, pretende «ser democrático». La «transgresión retórica» de la «revolución bolivariana», concluía, «provoca suspicacia, y sobre todo, hostilidad y, en este sentido, el presidente Hugo Chávez es un gran transgresor inocente, porque sólo la inocencia es rebelde«.
Quizá, como sentenció el personaje de Miguel Espinosa, la corrupción sea «irremediable» y haya afectado también al hoy miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Pero de confirmarse la investigación de la Udef, que habla de blanqueo en Panamá de millonarios pagos ilegales de la petrolera estatal de Venezuela, la figura de Morodo tendrá que ser revisitada ya con ciertas reservas éticas.