Los caudillos se ponen nerviosos ante la inflación
Las crisis inflacionarias, como la que se cierne sobre Turquía, son negativas para cualquier gobierno, pero son aún más peligrosas para un subconjunto específico de gobernantes autoritarios: los tiranos populistas y caudillos.
Este grupo se distingue por una particular tendencia a crear este tipo de crisis, por su resistencia inusual a corregirlas y porque el proceso para recuperarse de ellas es mucho más lento. En promedio, sus países registran tasas de inflación más altas y sus monedas experimentan una mayor infravaloración artificial. Sus bancos centrales son menos independientes, por lo que a quienes dirigirían la política monetaria les es menos posible intervenir.
Antes del caso de Turquía, observamos cómo Nicolás Maduro y su predecesor, Hugo Chávez, llevaron a Venezuela de la prosperidad a la ruina, en parte debido a una crisis inflacionaria.
Cuando este fenómeno se presenta en una democracia, por lo regular se remplaza a los dirigentes electos con otros nuevos que en algún momento logran controlar la inflación. En América Latina ha sucedido varias veces en Nicaragua, Chile, Perú y Argentina. Otros tipos de autoritarismo, ya sea que los encabece un partido, el ejército o la monarquía, pueden derrumbarse, como ocurrió en Brasil, aunque muchas veces tienen suficiente voluntad y flexibilidad para imponer alguna especie de reforma.
Debido a la relación que tienen con sus gobernados y sus aliados de las élites, así como su propio sistema de definición de políticas, los tiranos populistas difieren entre sí. Maduro imprimió más dinero, lo que agravó drásticamente la crisis. Una década antes, en Zimbabue, Robert Mugabe había hecho prácticamente lo mismo y los resultados fueron casi idénticos.
Aunque todavía no sabemos si el presidente turco Recep Tayyip Erdogan decidirá seguir el mismo rumbo, ya está repitiendo los patrones conocidos de un gobernante que, constreñido y guiado por su sistema, no siempre actúa de manera conveniente para el país en el largo plazo.
La crisis de Turquía, más que deberse solo a la concentración del poder en Erdogan, es un microcosmos de las patologías inherentes a su estilo de gobierno y al de otros tiranos populistas. Es un recordatorio de que, a pesar de que su sistema parezca ir ganando terreno en el mundo, conlleva riesgos particulares que, en general, hacen más probable que termine por derrumbarse el gobierno o el país.
Una casa de cambio en Turquía
Los peligros de la inflación
Todo dictador sabe que la inflación puede presentar riesgos a su permanencia debido a que disminuye su legitimidad a los ojos del público y hace enfadar a las élites del poder que esperan verse beneficiadas. Lo peor que puede pasarles a los dirigentes electos es perder el cargo (en la mayoría de los casos), pero cuando se trata de un Estado autoritario, lo más probable es que sencillamente se derrumbe.
En 1989, algunos trabajadores molestos por la inflación en China unieron fuerzas con estudiantes idealistas para organizar manifestaciones, a las que el gobierno respondió con una de las represiones más sangrientas de la era moderna.
La inflación puede ser tan peligrosa para los gobernantes autoritarios que es posible que también los obligue a aplicar reformas inimaginables en otras circunstancias.
Los dirigentes vietnamitas, ante el temor de que una ola de inflación durante la década de los ochenta pudiera acabar con el sistema comunista, adoptaron una economía basada en el mercado. El aumento repentino de la inflación en Irán, en 2013, agravó la inconformidad del pueblo a tal punto que el estricto líder supremo no pudo hacer nada para evitar que los electores llevaran a un candidato relativamente moderado a la presidencia.
Todas las formas de autoritarismo son susceptibles a este fenómeno: las naciones con un partido único (como China o Cuba), las monarquías (Arabia Saudita) o las dictaduras militares (Tailandia hoy; otros países en el pasado reciente).
Sin embargo, el problema de un tirano, un líder carismático que busca consolidar su poder y acabar con las instituciones que podrían oponerse a su control, es que puede desencadenar con más facilidad esas crisis y hacer más difícil controlarlas.
Cuando el crecimiento se vuelve peligroso
Lo anterior se debe en gran parte a las circunstancias que por lo regular permiten el ascenso de los tiranos al poder: una democracia plagada de fallas o, en algunos casos, un régimen militar o de partido único. Como consideran al viejo sistema como una amenaza, deciden desmantelarlo. En muchos casos, justo ahí comienzan los problemas.
“La incertidumbre acerca de lo que les depara el futuro puede incentivarlos a tomar decisiones negativas en el largo plazo”, aseveró Erica Frantz, experta en autoritarismo y catedrática de la Universidad Estatal de Michigan.
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Conforme van deshaciéndose de instituciones y rivales, en detrimento de su propia legitimidad, aumentan su desesperación por lograr un mayor crecimiento y su ansiedad ante la posibilidad de no conseguirlo.
Muchas veces, esto los motiva a tomar la peligrosa decisión de gastar de más o, en el caso de Erdogan, obtener demasiados préstamos. Su gobierno alentó a las empresas a invertir de forma desmedida en préstamos denominados en divisas, que fomentaron un crecimiento económico tremendo, lo cual protegió la popularidad de Erdogan a pesar de las restricciones impuestas a los derechos políticos. Por desgracia, esa situación también preparó el terreno para la crisis monetaria que acaba de estallar.
China tampoco ha sido ajena al derroche en proyectos de infraestructura y a la sobreinversión. No obstante, las dictaduras a cargo de un miembro de la realeza afianzado en el poder, el ejército o una burocracia partidista cuentan con un elemento que los caudillos muchas veces ansían destruir: las instituciones.
Aunque las instituciones autoritarias no sean nada justas, por lo menos son predecibles y, hasta cierto punto, pueden ser independientes. Por lo tanto, tienen más posibilidades de manejar o prevenir problemas, en especial, el banco central.
De acuerdo con investigaciones, si se tiene la percepción de que el banco central de una dictadura es creíble e independiente, es más fácil contener la inflación. Por el contrario, si se cree que el banco central es susceptible a intervenciones políticas arbitrarias o erráticas, como muchas veces es el caso de las instituciones de los sistemas dominados por caudillos y tiranos, entonces la inflación puede dispararse sin control.
Líderes como Chávez o Erdogan, quien designó ministro de Finanzas a su yerno, tienden a inmiscuirse en los asuntos de sus bancos centrales, no solo para promover el crecimiento a corto plazo, sino por su tendencia a percibir a las instituciones independientes como una amenaza y no como colaboradores. En cuanto aumenta la inflación, tenemos una señal de que algo peor se avecina.
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Cómo crean crisis los caudillos
Este tipo de dirigentes también socavan sus economías de otras formas. Según un estudio realizado en 2008, la inflación tiende a subir cuando se erosiona el sistema legal de un país.
Incluso si el Estado de derecho se debilita solo en unos cuantos sectores, sus efectos alcanzan al banco central, cuyos encargados comienzan a comportarse como secuaces leales o temerosos más que como custodios independientes.
Las dictaduras burocráticas, como la de China, por lo regular intentan reforzar su sistema legal para cimentar su autoridad, incluso si esos sistemas legales exhiben profundas fallas. Sin embargo, los dirigentes como Erdogan, quien se deshizo de muchos jueces en su país, tienden a ver al poder judicial como una amenaza.
La administración económica de los caudillos tiende a ser menos competente, por lo que es más probable que cree una burbuja o genere deuda en vez de crecimiento. Los funcionarios de menor rango saben que su principal obligación es complacer y glorificar al líder, así que son más propensos a prometer más de lo que pueden hacer o a disfrazar errores. La lealtad está por encima de la competencia.
En consecuencia, muchas veces los tiranos no solo gastan de más o piden demasiados préstamos, sino que lo hacen de manera errática e imprudente, casi sin intervención de los bancos centrales ni de otras instituciones. Pueden sumirse en crisis que otros países por lo menos tratarían de evadir.
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Un sistema político de gran riesgo
La relación del caudillo con las élites de poder puede agravar la situación. Maduro, por ejemplo, comenzó a temer más un golpe de Estado cuando la economía empezó a debilitarse, así que canalizó muchísimos recursos a los dirigentes militares y a unos cuantos miembros de los grupos de poder con los que podía contar.
Debido a que los caudillos y líderes autoritarios se dedican a acabar con sus rivales, por lo regular solo cuentan con el apoyo de algunos miembros de la élite de su país, así que necesitan mantenerlos contentos. Esta situación puede distorsionar la economía, ya que esas personas por lo regular pertenecen a sectores que eran lucrativos, pero quizá se han vuelto obsoletos. La afición de Erdogan por la construcción, el sector que recibió gran parte de los préstamos, podría ilustrar este punto.
Durante años, varios analistas pensaron que este patrón podría ser la perdición de China. Sus figuras más poderosas controlaban enormes imperios del acero y la construcción, que se vieron beneficiados gracias a políticas nada coherentes con las industrias de consumo necesarias para que el país lograra la transición de su economía. Muchos dieron por hecho que los viejos industrialistas impedirían los cambios.
Por el contrario, las autoridades metieron en cintura a los barones del acero, una medida que puede tomar con más facilidad una amplia burocracia autoritaria que un tirano solitario preocupado por su círculo cercano. Incluso Arabia Saudita, una monarquía con sus propios grupos e instituciones que tiene varios problemas, ha aplicado reformas que son desfavorables para una determinada vieja élite.