Los colombianos votaron contra la clase política (y sus pactos)
Ilustración: Los Naked
En esta campaña electoral, los colombianos no solo le dieron el triunfo final a Gustavo Petro. Además, votaron masivamente contra la vieja clase política.
El análisis electoral lo demuestra: en la primera vuelta, que es cuando se vota por el candidato que uno quiere, el 78 por ciento de los colombianos votó contra los partidos tradicionales. Más de las tres cuartas partes de los colombianos votó en primera vuelta por candidatos que no provenían ni del viejo bipartidismo liberal/conservador, ni de los partidos creados por los últimos presidentes (La U de Santos o el Centro Democrático de Uribe), ni de otros partidos que son emanaciones de los anteriores (Cambio Radical).
Gustavo Petro (40 %), Rodolfo Hernández (28 %), Sergio Fajardo (4 %) provienen de sectores diferentes: el primero, de una alianza de movimientos sociales y ciudadanos y partidos de izquierda (Pacto Histórico); el segundo, de un movimiento personalista (Liga contra la corrupción); y el tercero, de una alianza de partidos de centro izquierda y centro (Coalición de centro esperanza).
El apoyo de los ciudadanos a candidatos que no pertenecen a los partidos tradicionales (el bipartidismo antes citado y sus emanaciones en torno a figuras salidas de estos partidos) es un fenómeno que ha ido creciendo en Colombia. En los años 1990 y 2000, progresivamente ha ido creciendo el peso de estas figuras de “outsiders” de la clase política tradicional (piénsese tan solo en el fenómeno Mockus). En 2022, Gustavo Petro será el primer presidente de Colombia que nunca ha sido militante de los partidos liberal o conservador (la única excepción a esta regla es el general Rojas Pinilla, pero él fue puesto ahí de común acuerdo entre la élite liberal y conservadora).
La gran mayoría de los colombianos no se sienten representados en ninguno de esos partidos tradicionales. Si aún conservan fuerza, esto se debe a varias razones: la primera es que los partidos políticos en Colombia son monopólicos. No es fácil lograr crear un partido político. Los que existen están cerrados con doble llave (y quienes tienen sus llaves son un puñado de dirigentes que los colombianos conocen y rechazan). Esos partidos políticos no son democráticos, no son estructuras abiertas para que lleguen nuevos militantes y mucho menos son el lugar donde se debaten las ideas. Los partidos son clubes cerrados y sus dirigentes se han especializado en cooptar a sus hijos o parientes para perpetuarse.
Otra razón de su fuerza es que, en tanto organizaciones monopólicas enquistadas en el corazón del poder (el Congreso, los gobiernos locales), controlan aún enormes presupuestos y negocios.
Los dueños de esos partidos ejercen toda su influencia y peso económico para mantener su dominio en las elecciones legislativas y locales. Logran salir elegidos cada cuatro años a la institución más desprestigiada entre los colombianos (el 86 % desconfía del Congreso), donde repiten el ciclo que conocen de memoria. Es un error pensar que al ocupar ellos estos puestos de poder implica que los colombianos los apoyen. Los colombianos no los quieren. El sistema y la pobreza conduce a cientos de miles a votar por ellos, pero no es un voto libre, sino resignado.
Los colombianos se sienten mucho más representados en otras fuerzas, por ejemplo, en las fuerzas ciudadanas, en los movimientos que reclaman por una pensión justa, en las asociaciones de usuarios de bancos que piden modificaciones a sus abusivas tarifas, y por supuesto en los grandes movimientos sociales de estos últimos años: el paro campesino, el movimiento estudiantil, el movimiento de defensa de los páramos, el gran paro de 2021, etc.
Los colombianos que eligieron a Petro, pero también quienes votaron por Rodolfo Hernández en primera vuelta y quienes votaron por Fajardo, representan a esta Colombia, la que no quiere seguir viendo pactos entre congresistas y hombres de poder. Los colombianos quieren un cambio real, no solo simbólico. Quieren que las estructuras del poder cambien de manos, que los partidos se democraticen, que la vida política adquiera sentido y no sean simplemente la ocasión para enriquecerse o para engordar en esos puestos.
La pregunta es qué va a hacer Gustavo Petro con este acuerdo que se propone y que lo tiene visitando a toda la clase política de la que con justa causa renegó durante años. Como dice Prowler, uno de tantos twitteros anónimos (no es un influenciador pagado), un ciudadano que habla desde el sentido común: “Un acuerdo sobre lo fundamental, ¿pero lo fundamental para quiénes? Porque es evidente que lo que ha sido fundamental para los Uribe, Vargas Lleras, César Gaviria y demás no es lo mismo que para los campesinos, trabajadores, amas de casa, estudiantes, etc. del país”.