Tras dos años hablando de inflación en términos porcentuales, para los no profesionales —e incluso para muchos especialistas— se desnaturaliza su significado. El público se insensibiliza ante el baile de números una vez que integra en su esquema mental que es «normal» y no hay nada que hacer contra el aumento continuo de precios.
Esta insensibilización es frecuentemente utilizada desde la política —no solo en Cuba— para mediante el discurso institucional manipular las percepciones y los estados de ánimos de la ciudadanía, haciendo tramposas comparaciones entre aumentos porcentuales de diferentes periodos, intentando sembrar, subliminalmente, mensajes optimistas a destiempo.
Y es que, cuando pensamos en términos porcentuales, muchas veces olvidamos tener en cuenta el efecto base, qué implica que un aumento porcentual en un periodo dado, si es nominalmente igual al aumento porcentual del periodo precedente, es en términos reales mayor, ya que su estimación parte desde una base más amplia. Veamos un ejemplo numérico.
Si una canasta de consumo valorada en 100 pesos se encareció durante 2021 un 50%, significa que al final del año, para adquirir la misma canasta, habría que desembolsar 50 pesos más que al inicio, pues el dinero se devaluó un 50% frente a esos productos.
Si un año después, terminándose 2022, se informa que nuevamente la canasta se ha encarecido, pero ahora un 40%, muchos creerán que en 2022 los precios sufrieron menos que en 2021… y sí, pero no, porque esta vez la canasta comenzó costando 150 pesos y, al incrementarse otro 40%, su precio se eleva hasta los 210, un incremento real de 60 pesos.
Así, debido al ensanchamiento de la base de cómputo, aunque en el segundo periodo la inflación fue porcentualmente menor, en realidad fue más dañina, especialmente para el bolsillo de aquellos que dependen de salarios, pensiones, remesas fijas o ahorros.
Cuando se analiza la inflación total, saliéndose del más común análisis interanual o intermensual, se encuentra que dos aumentos de 50% no suman uno de 100% con respecto al costo inicial de una canasta de consumo, sino un aumento real del 125%, algo de lo que pocas veces somos conscientes.
Tener en cuenta este efecto base es importante, principalmente para aquellos que, como la inmensa mayoría de los cubanos, tienen ingresos fijos asociados a salario o pensión, los cuales no varían al compás del poder adquisitivo del dinero, con lo que van perdiendo capacidad de compra de manera exponencial, aun cuando parezca que lo hacen de forma lineal.
Esto lo podemos ver continuando el ejemplo anterior.
Suponiendo un ingreso de 400 pesos, el 50% de inflación de 2021 implicó, como ya sabemos, una pérdida de 50 pesos en la capacidad adquisitiva, mientras que la inflación del 40% del 2022 provocó un sobrecosto de 60 pesos. Eso significa que el primer año, después de pagar la cesta, quedaban disponibles 350 pesos, el 87,5% del ingreso; mientras que el segundo año, aunque la inflación había sido menor, ya solo quedaba disponible el 72,5% del salario, apenas 290 pesos.
Ahí descubrimos la importancia de percatarse de que la inflación de 2022, siendo porcentualmente menor que la de 2021, se «comió» una porción mayor del salario; concretamente, en 2021 el salario se degradó un 12,5%, mientras que en 2022 perdió un 15% adicional, recalcamos, aun cuando la inflación fue menor.
Este efecto base de los cálculos porcentuales es también utilizado por los gobernantes para apuntarse victorias contra la inflación. Por ejemplo, se les escucha decir que la inflación está disminuyendo en términos interanuales —les encanta esa palabreja— gracias a sus políticas, cuando lo que ha pasado es que, con cada vez menos dinero disponible para demandar, se reduce la inercia de los precios, aunque el esfuerzo de los consumidores para mantener el nivel de consumo sigue creciendo.
En países donde por diferentes motivos los empleados tienen poder de negociación, cuando la inflación se prolonga cercenando los salarios reales, los trabajadores presionan para negociar sus contratos, ya sea directamente o sindicalizados, ajustando su remuneración al valor de la moneda.
En Cuba, sin embargo, los trabajadores no tienen poder negociador alguno, el Gobierno se los quitó prohibiendo las huelgas y convirtiendo a los sindicatos en correas transmisoras del aparato de represión y propaganda estatal.
En resumen, aunque para economistas y políticos —por razones diferentes— los datos en porciento son muy «golosos», el público debe entender siempre la naturaleza del efecto base y no tomar las cifras porcentuales en abstracto, comparando los porcientos sin pensar en su significado concreto, que es, a fin de cuentas, el que afecta su bolsillo.