Los desencantados de Trump
Cuando en otoño Helen Beristain, residente en el pueblo de Granger, en Indiana, votó por Donald Trump, no se le ocurrió pensar que, como parte de la política de «mano dura» con la inmigración ilegal, su candidato iba a deportar, precisamente, a su marido.
Hoy, Roberto Beristain, casado con Helen, con la que ha tenido 3 hijos, propietario del Eddie’s Steak Shed, que no sólo es uno de los restaurantes más populares de Granger, sino que encima genera 20 empleos, y considerado por el alcalde como «uno de nuestros residentes modélicos», está en la cárcel de Kenosha, en Wisconsin, a 270 kilómetros de casa. El viernes será enviado a un centro de detención de indocumentados en Nueva Orleans, a 1.700 kilómetros. Y, de allí, en dos semanas, a México.
«Ojalá no hubiera votado«, ha declarado Helen al diario South Bend Local. Le hubiera bastado con haber escuchado a su marido. Roberto le dijo que Trump iba a «echar a todos los mexicanos». «No», replicó ella, sólo a unos «bad hombres», o sea, «malos hombres», una expresión que el propio Trump empleó en su tercer debate televisado con Hillary en Las Vegas. A Helen y a Roberto se les escapó la connotación racista de «bad hombres». Es una expresión que procede del siglo XIX, una época en la que la simpatía entre los habitantes de EEUU y los de México era tan grande que un popular libro de aventuras infantil explicaba que, «a la edad de 21 años, Billy El Niño había matado a una persona por cada año de vida, sin contar indios y mexicanos».
Lo más paradójico es que Roberto Beristain no era ilegal del todo. Tenía permisos temporales y renovables del Departamento de Seguridad Nacional que le permitirán hasta cotizar en el sistema de pensiones, abrir un negocio, y gestionarlo. Llegó a EEUU en 1998, y lo hizo como más de la mitad de los indocumentados del país: en vez de cruzar el desierto, viajó con todos los papeles en regla, para visitar a una tía en California. Solo que no regresó a México.
El fracaso de la reforma sanitaria anima al arrepentimiento
Helen no es la única persona que se arrepiente de haber votado a Donald Trump. La cuenta de Twitter @Trump_Regrets tiene 260.000 seguidores que han contado en 140 caracteres su decepción con el presidente. La fracasada reforma sanitaria ha reforzado ese cambio de parecer. En campaña, Trump había prometido todo: seguros más baratos, mejor cobertura, y medicamentos más asequibles. Su reforma proponía, punto por punto, lo contrario.
Eso ha enfurecido a algunos héroes populares del Trumpismo. El caso más obvio es el de Kraig Moss, que el año pasado vendió hasta los muebles de su casa para acompañar a Trump por sus mítines en EEUU. Con su guitarra acústica, su voz potente, y su gusto por el country -la música de la América rural que ha votado por el actual presidente-, se convirtió en el trovador de Trump.
Participó en 45 mítines para apoyar al candidato, porque éste había prometido acabar con la expansión de la heroína en las áreas rurales de EEUU. La misma heroína que hizo que el 6 de enero de 2014, al llegar a casa tras el trabajo, Moss se encontrara en el sótano a su hijo, Bob, de 24 años, muerto junto a una jeringuilla. En enero de 2016, en un mitin en Iowa, Trump se dirigió específicamente a Moss, y le dijo: «Lo mejor que podemos hacer para honrar la memoria de tu hijo es acabar con esto».
Ahora, en la abortada reforma sanitaria, Moss se encontró con que no sólo no se expandían las ayudas a los toxicómanos, sino que se eliminaban. Sin hijo, sin muebles, y sin esperanza, Moss se ha vuelto contra Trump.
La polémica lo impulsa entre los republicanos
La cuestión a nivel político, sin embargo, es otra. Estos casos, ¿marcan una tendencia o son solo anécdotas? Durante la campaña electoral, Trump estuvo siempre por detrás de Hillary. Al final, las encuestas tenían razón, y Trump perdió holgadamente el voto popular. Pero ganó donde importaba: en el Colegio Electoral. Y es presidente.
Todo indica que esa situación está dándose ahora. Trump es tremendamente popular entre los republicanos. Sólo el 3% de los que le votaron en noviembre se arrepienten, según un sondeo de la consultora YouGov y la Universidad del Estado de Pensilvania para el Washington Post.
Una encuesta de otra empresa, Morningconsult, revela que las controversias del presidente reducen su apoyo entre los demócratas e independientes, pero la aumentan entre los republicanos. Un ejemplo: cuando declaró a los medios de comunicación «el enemigo del pueblo», su valoración entre el público en general cayó 15 puntos porcentuales. Entre sus seguidores, subió 31.
El arte de gobernar de Donald Trump no se basa en forjar una gran coalición. Se basa en dividir al electorado y en ganar por la mínima. Su popularidad es del 42,1%, según la web especializada en estadísticas FiveThirtyEight. Si ése es el caso, apenas ha perdido 4 puntos con respecto a las elecciones, cuando obtuvo el 46,1% del voto.