Los efectos de MAGA
Hay que tomarse en serio las palabras que pronuncia Mr. Trump porque, aunque la exageración sea el medio usado en su retórica, interpreta un sentimiento y una dirección.
Credit: Cuenta X President Donald J. Trump @POTUS
Lo que haga o deje de hacer Donald Trump nos atañe a todos: Estados Unidos es el mayor productor mundial de petróleo, carbón, uranio, oro, platino, aluminio, carne, soja, etc. Es el país que más invierte en I+D; representa un cuarto de la producción industrial; el 37,5% del gasto global en defensa y podríamos seguir por esta línea llenando páginas. Todo lo que decida Trump y ratifique el Congreso norteamericano, donde tiene mayoría, repercute a nivel global. De allí que su estado anímico sea relevante, aunque todos sabemos que sus insolencias responden a una vieja táctica intimidatoria para dejar sentada una posición de poder sobre la mesa de negociación.
Además, su foco está puesto en los propios norteamericanos. Los gestos del nuevo Presidente, su teatralidad, histrionismo, arrogancia, retórica impertinente, mirada desafiante y el uso del glamour de su familia quieren producir un efecto electrizante en el público. Viejos trucos de la comunicación. Sus apariciones buscan estimular la emotividad y mantener el efecto de una campaña permanente donde la polarización, la nítida diferenciación con ‘el otro’ es un instrumento para mantener la fe en la epopeya de hacer grande a los Estados Unidos otra vez.
Ese público vibrante y ansioso quiere resultados, y pronto. Por eso, haber declarado la emergencia en el sur para acabar con la inmigración irregular y expulsar a los ilegales; el aviso de perforación del territorio para producir más hidrocarburos y para reabrir fábricas locales de automóviles convencionales; el anuncio de una mega inversión de US$ 500 mil millones en Stargate etc., son parte de la narrativa, independientemente de si es realizable o no. En esa línea, los compromisos internacionales le resultan incómodos. Son ignorados por la mayoría, son fácilmente transformables en chivos expiatorios y, según el relato, responsables del declive de los Estados Unidos.
Soy de los que cree en la centralidad de la persona y en su libertad como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Algunos puntos me resultan gratos, pero no soy ciego. No me gusta la exclusión, el fanatismo, lo woke al revés; me incomoda que el Presidente se rodee de gente que justifica el crecimiento económico como un valor en sí mismo. No me gusta su altivez ante el mundo. Me preocupa que el ‘efecto imitación’ cunda entre nosotros, en una Iberoamérica que ha abandonado sus fundamentos y los ha reemplazado por un individualismo brutal o identidades particulares que traen aparejada la desintegración social.
No sé si Javier Milei va a aplicar el ‘trumpismo’ a la realidad trasandina, aunque hay síntomas en esa dirección, y me inquieta que ‘hacer grande a Argentina’ incluya una alianza estratégica con los Estados Unidos de Trump. Personalmente, celebro los notables éxitos económicos de Milei. Sin embargo, espero que lo que aún queda por hacer no lo lleve por el camino de la imitación. Ojalá sus éxitos económicos y su popularidad lo conviertan en el estadista que Argentina necesita, atrayendo a movimientos políticos y sociales por la fuerza moral de la convicción y no por la utilidad. No me gustaría que se consolide en nuestra región la acritud por diferencias ideológicas, o que los mandatarios afines corran a Washington irreflexivamente para fortalecer su posición local.
La hora presente es de definiciones colectivas. Pienso que las declaraciones atrevidas de Trump sobre el Canal de Panamá es mejor tomarlas en serio, por si acaso. Aunque celebro la próxima visita del Secretario de Estado a dicho país y a Centroamérica, debemos prepararnos para actuar si fuera necesario. Chile, México, Perú, Colombia, Ecuador y Canadá tienen experiencia en el Canal al estar entre los diez mayores usuarios. Entre todos tenemos que analizar si detrás del discurso agresivo del nuevo Presidente sobre esa ruta está la necesidad de un nuevo régimen tarifario, más facilidades de tránsito, la exclusión de una empresa china de la propiedad de dos puertos; o hay una cuestión de tipo estratégico profundo. Si lo que pretende Washington es una actitud afirmativa sobre los pasos interoceánicos, deberíamos alarmarnos por el futuro de Magallanes, el Beagle y el Drake.
La amenaza de aplicar aranceles a México y Canadá echa por tierra el principio de la libertad comercial que Estados Unidos lideró por décadas, con sus altos y sus bajos. De concretarse, se acabaría el acuerdo tripartito de libre comercio y todo hace pensar que nosotros podríamos estar en la mira, todo un desafío a nuestras exportaciones de cobre o salmones a ese mercado. Casi la mitad de los US$ 14,4 mil millones que exportamos en 2023 a EE.UU. correspondía a esos dos rubros. Peor aún, si la pesadilla se hace realidad, temo que el proteccionismo se asiente en el mundo como reacción en cadena, ante lo cual, nuevamente, debemos coordinar con otros qué hacer.
Los amenazados con la deportación a sus países de origen son latinoamericanos en su mayoría. Pocos chilenos. Es evidente que el hermoso sueño contenido en los 23 principios rectores del Pacto de Marrakesh al que Chile no quiso adherir durante el gobierno del ex Presidente Piñera por el desorden migratorio que ya entonces teníamos, se habrá hecho añicos. Adherimos al Pacto durante esta administración y adquirimos un compromiso con su espíritu y su contenido a pesar de que no es vinculante. ¿Lo haremos valer aunque Estados Unidos no es parte? ¿Seremos solidarios con los países más perjudicados ante una eventual expulsión masiva? Si nosotros seguimos adelante con las expulsiones que nos afectan, el Pacto nos obliga a crear las condiciones para el desarrollo de los expulsados en sus países de origen. ¿Alguien midió la capacidad política y económica que tenemos para cumplir este punto?
Bajo la nueva Presidencia de Trump los compromisos internacionales adquiridos por los Estados Unidos se respetarán en la medida en que convengan únicamente a sus intereses. Esto quedó claro en el retiro de la OMS y del Acuerdo de París. Seguramente, más adelante, rescindirán otras obligaciones. Esto debilita el multilateralismo, donde países como Chile podemos decir algo en el concierto mundial. Frente a ello, necesitamos prepararnos.
En otro orden de cosas, Washington entra en una era de revisión de los principios y valores universales que defendió desde 1942 para centrarse en una política pragmática. Sus recursos militares, los mayores del mundo, serán aplicados únicamente en aquellos lugares donde esté en juego el interés de los Estados Unidos. El foco estará puesto en China por razones estratégicas y en el combate a los cárteles criminales declarados organizaciones terroristas y objetivos militares. Si esto ocurre, ¿de qué manera reaccionaremos? ¿Ha habido alguna coordinación entre nosotros?
Muchas de las amenazas de Trump descritas son difíciles de cumplir. El quiebre del libre comercio en América del Norte provocaría inflación en Estados Unidos; la expulsión de millones de migrantes ilegales plantea su reemplazo por una mano de obra más cara y escasa; la perforación de pozos puede tener un impacto menor en la geopolítica de los hidrocarburos a un costo muy alto; las amenazas sobre Panamá implicarían una invasión militar de 90 mil efectivos y el cierre temporal del Canal que sirve, principalmente, a los propios Estados Unidos.
Sin embargo, igual hay que tomarse en serio las palabras que pronuncia Mr. Trump porque, aunque la exageración sea el medio usado en su retórica, interpreta un sentimiento y una dirección. Es más, creo que no sólo debemos coordinarnos regionalmente ante esta nueva realidad, al menos con los países afines, sino preguntarnos qué hicimos mal. En una reciente columna, el director del Excelsior de México cree que su país debe asumir una posición autocrítica admitiendo que los cárteles se convirtieron en un poder paralelo que domina regiones enteras, que el país perdió el control de sus fronteras, que la migración se convirtió en un negocio, y que el ejercicio de la soberanía parte porque los mexicanos hagan cumplir sus propias leyes, y no les sean impuestas desde fuera.
En Chile estamos lejos de llegar a la situación mexicana. No registramos 80 asesinatos o 40 desaparecidos diarios. Sin embargo, no vamos por buen camino y tal vez por eso necesitamos una urgente relación de cooperación con los Estados Unidos de Trump. Está en el interés de ellos y en el nuestro. Para esto, claro, necesitamos que el embajador en Washington, por más brillante que sea, ofrezca una mínima confianza emocional a los nuevos inquilinos del poder.