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Los Faustos republicanos

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Muchos parlamentarios republicanos han hecho un pacto diabólico con Donald Trump. Ellos no lo admiran como individuo,  no confían en él como administrador, no están de acuerdo con él en temas  importantes, pero respetan el control que posee sobre sus votantes.  Esperan asimismo que él apoye sus proyectos legislativos y ciertamente no quieren ser vistos del lado de los  progresistas agresivos,  o de medios de comunicación hiperventilantes.

Su posición era al menos comprensible: ¿Cuántas veces en la vida tu partido controla todos los resortes del poder? Cuando eso sucede estás dispuesto a tolerar un poco de comportamiento circense, modelo Trumpiano, con el fin de lograr tus objetivos.

Pero si hay algo que los últimos 10 días han mostrado con claridad, es lo siguiente: Los Faustos republicanos están en una posición insostenible. El acuerdo que han hecho con el diablo viene con un precio demasiado alto. Realmente les va a costar su alma.

En primer lugar, la administración Trump no es una administración republicana; es una administración nacionalista étnica. Trump insultó a ambos partidos por igual en su discurso inaugural. Los seguidores de Steve Bannon (asesor principal presidencial) están aplastando completamente a los funcionarios republicanos cuando se trata de la formulación de políticas específicas.

La administración ha adoptado  claramente una postura  contra el comercio. Los instintos económicos de Trump son corporativistas, no  favorables al libre mercado. Si Barack Obama adoptó una conducta reactiva, la política exterior de Trump implica un activo alejamiento de compromisos globales. Críticos convictos y confesos de Paul Ryan obtienen puestos de trabajo en la Casa Blanca y, al mismo tiempo, si Reince Priebus tiene pulso, todavía no se ha hecho visible.

En segundo lugar, incluso si la ideología de Trump no fuera nociva, su incompetencia es una amenaza para todos a su alrededor. Decir que ha llegado «la hora de los aficionados» a la Casa Blanca es difamar a estos últimos. Las recientes órdenes ejecutivas se redactaron y firmaron sin ninguna revisión por parte de alguna agencia gubernamental o incluso sin asesoramiento jurídico más o menos coherente, llenas de errores elementales que cualquier párvulo habría notado.

Parece que la administración Trump es menos un gobierno que un pequeño grupo de blogueros y tuiteros que están en régimen de incomunicación con las personas que realmente ayudan a hacer el trabajo. Las cosas se pondrán realmente espeluznantes cuando los problemas del mundo se hagan presentes.

En tercer lugar, es cada vez más claro que un aroma de intolerancia cubre toda la operación, y cualquiera que se le acerque mucho terminará compartiendo el hedor.

El gobierno podría simplemente haber reforzado el proceso de revisión de refugiados y puesto un tope de ingresos no mayor de 50.000, pero en su lugar se las arregló para insultar al Islam. Del mismo modo podría haber endurecido los procedimientos de inmigración, pero Trump se las ingenió para iniciar una pelea con todo México.

Otros republicanos han intentado hacer más de lo posible para asegurar que la guerra contra el terrorismo no sea una guerra contra el Islam o contra los árabes, pero Trump ha buscado asegurar lo contrario. La asociación racial está siempre presente.

En cuarto lugar, es difícil pensar en cualquier otra administración en la historia reciente, a cualquier nivel, cuya identidad esté tan contaminada por la crueldad. La administración Trump es a menudo hostil y nunca amable. Es rápida para infligir sufrimiento a la chica siria de 8 años de edad que ha sido bombardeada y ametrallada y que perdió a su padre. Las promesas gubernamentales de expulsión significan que en los próximos años las pantallas de televisión se llenarán de familias llorosas porque están siendo separadas.

Ninguno de estos rasgos mejorará con el tiempo. Como ex funcionario de la administración Bush, Eliot Cohen escribió lo siguiente en The Atlantic: «Precisamente porque el problema es de temperamento y carácter, no va a mejorar. Va a empeorar, a medida de que el poder intoxique a Trump y a los que le rodean. Probablemente va a terminar en una calamidad – una protesta sustancial doméstica con violencia, una ruptura de las relaciones económicas internacionales, el colapso de las principales alianzas, o tal vez una o más nuevas guerras (incluso con China), además de las que ya tenemos. No será sorprendente en lo más mínimo si Trump no concluye su mandato en cuatro o en ocho años, sino mucho antes, con destitución o remoción según la Enmienda Constitucional No. 25″.

Las señales de peligro abundan. Tarde o temprano, los Faustos republicanos enfrentarán una decisión binaria. Como hicieron con Nixon, los líderes republicanos tendrán que o bien oponerse a Trump y arriesgarse a recibir sus tweets, o seguir furtivamente a su lado y vivir con su mancha.

Trump superó todas las expectativas con sus elegidos para el gabinete, pero sus primeros 10 días en el cargo han dejado claro que no es una administración normal. Es un problema que exige una respuesta. Es un grupo despiadado y torpe que exige o bien lealtad personal o el hacha.

Ya puede uno imaginarse a a John McCain y Lindsey Graham formando una especie de oposición republicana. Los otros senadores honorables tendrán que elegir: Collins, Alexander, Portman, Corker, Cotton, Sasse y así sucesivamente.

Uno puede, ante determinadas situaciones, estar  de acuerdo o no con la mayoría de los gobiernos. Pero éste es un peligro para el partido y para la nación en su naturaleza existencial. Y así, tarde o temprano, todos tendrán que elegir de qué lado están, y después, vivir para siempre con su decisión.

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The New York Times

The Republican Fausts

David Brooks

Many Republican members of Congress have made a Faustian bargain with Donald Trump. They don’t particularly admire him as a man, they don’t trust him as an administrator, they don’t agree with him on major issues, but they respect the grip he has on their voters, they hope he’ll sign their legislation and they certainly don’t want to be seen siding with the inflamed progressives or the hyperventilating media.

Their position was at least comprehensible: How many times in a lifetime does your party control all levers of power? When that happens you’re willing to tolerate a little Trumpian circus behavior in order to get things done.

But if the last 10 days have made anything clear, it’s this: The Republican Fausts are in an untenable position. The deal they’ve struck with the devil comes at too high a price. It really will cost them their soul.

In the first place, the Trump administration is not a Republican administration; it is an ethnic nationalist administration. Trump insulted both parties equally in his Inaugural Address. The Bannonites are utterly crushing the Republican regulars when it comes to actual policy making.

The administration has swung sharply antitrade. Trump’s economic instincts are corporatist, not free market. If Barack Obama tried to lead from behind, Trump’s foreign policy involves actively running away from global engagement. Outspoken critics of Paul Ryan are being given White House jobs, and at the same time, if Reince Priebus has a pulse it is not externally evident.

Second, even if Trump’s ideology were not noxious, his incompetence is a threat to all around him. To say that it is amateur hour at the White House is to slander amateurs. The recent executive orders were drafted and signed without any normal agency review or even semicoherent legal advice, filled with elemental errors that any nursery school student would have caught.

It seems that the Trump administration is less a government than a small clique of bloggers and tweeters who are incommunicado with the people who actually help them get things done. Things will get really hairy when the world’s problems are incoming.

Third, it’s becoming increasingly clear that the aroma of bigotry infuses the whole operation, and anybody who aligns too closely will end up sharing in the stench.

The administration could have simply tightened up the refugee review process and capped the refugee intake at 50,000, but instead went out of its way to insult Islam. The administration could have simply tightened up immigration procedures, but Trump went out of his way to pick a fight with all of Mexico.

Other Republicans have gone far out of their way to make sure the war on terrorism is not a war on Islam or on Arabs, but Trump has gone out of his way to ensure the opposite. The racial club is always there.

Fourth, it is hard to think of any administration in recent memory, on any level, whose identity is so tainted by cruelty. The Trump administration is often harsh and never kind. It is quick to inflict suffering on the 8-year-old Syrian girl who’s been bombed and strafed and lost her dad. Its deportation vows mean that in the years ahead, the TV screens will be filled with weeping families being pulled apart.

None of these traits will improve with time. As former Bush administration official Eliot Cohen wrote in The Atlantic, “Precisely because the problem is one of temperament and character, it will not get better. It will get worse, as power intoxicates Trump and those around him. It will probably end in calamity — substantial domestic protest and violence, a breakdown of international economic relationships, the collapse of major alliances, or perhaps one or more new wars (even with China) on top of the ones we already have. It will not be surprising in the slightest if his term ends not in four or in eight years, but sooner, with impeachment or removal under the 25th Amendment.”

The danger signs are there in profusion. Sooner or later, the Republican Fausts will face a binary choice. As they did under Nixon, Republican leaders will have to either oppose Trump and risk his tweets, or sidle along with him and live with his stain.

Trump exceeded expectations with his cabinet picks, but his first 10 days in office have made clear this is not a normal administration. It is a problem that demands a response. It is a callous, bumbling group that demands either personal loyalty or the ax.

Already one sees John McCain and Lindsey Graham forming a bit of a Republican opposition. The other honorable senators will have to choose: Collins, Alexander, Portman, Corker, Cotton, Sasse and so on and so on.

With most administrations you can agree sometimes and disagree other times. But this one is a danger to the party and the nation in its existential nature. And so sooner or later all will have to choose what side they are on, and live forever after with the choice.

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