Los mangos bajitos
A veces lo que un político necesita para mejorar los ánimos alicaídos por el maltrato del día a día es eso que en boxeo llaman un “segundo aire”, que puede provenir, por ejemplo, de una idea inspiradora que le permita entretener a una masa como la venezolana, que está primordialmente pendiente de sus asuntos, bastante problemáticos, y que crecientemente mira al zombi de Miraflores con ojos de guillotina francesa modelo siglo XVIII. Para eso, para asesorar con ideas frescas, están los llamados, en lengua anglosajona, “spin doctors”, consultores expertos en darle la vuelta a los hechos para ponerlos al servicio del jefe que paga por sus servicios. Maduro seguramente tendrá el suyo, como todo político con chequera pública generosa cuando de sus necesidades y asuntos se trata. Entra entonces en escena un mango.
El mango, contra lo que se podría pensar, es un fruto reciente en la natura criolla; se cuenta que cuando Gabriel García Márquez estaba trazando las líneas maestras de la novela “El General en su laberinto”, quiso incluir una escena donde Bolívar comía mango junto con su amada Josefina Machado, por allá por 1817-1819, cuando se vio forzado a pasar no solo vacaciones sino también horas laborales en Angostura. Alguien le hizo la acotación al escritor de que en los tiempos bolivarianos (parte 1), no había llegado el mango a estas tierras, y que ello era afirmado por nada menos que Lisandro Alvarado, Henry Pittier y Arturo Uslar Pietri. La escena fue suprimida.
Por cierto, un dato importante para todos los que se quejan de la monopólica presencia portuguesa en los negocios de la venta al detal de productos alimenticios, bien sea en cadenas de supermercados o en el modesto y sobreviviente abasto: el mango al parecer llegó a América traído por nativos de Portugal, que lo introdujeron en Brasil en el siglo XVIII.
Siguiendo con el tema anterior: la fuente de García Márquez al parecer estaba equivocada: según Pablo Ojer los primeros mangos llegaron a estas tierras, vía nuestra Guayana, gracias al navegante vasco Fermín de Sancinenea en 1789 (así al menos se señala en Hortensia Google, como llama al popular motor de búsqueda el querido amigo Ricardo Bada. Vale la pena consultar allí un interesante y enjundioso trabajo de Carlos Alarico Gómez, titulado “el mango en Venezuela”). Así, Bolívar sí pudo haberse comido un mango junto con su Josefina. Lo que no sabemos es si alguna vez alguien, contrariado con sus ideas y posturas, bien sea del bando realista, santanderista, o paecista, le lanzó un mango a Bolívar como signo de protesta.
Lo que sí es cierto es que el mango ha jugado un papel muy importante en la historia cultural venezolana; citando siempre a Carlos Alarico Gómez: “En Venezuela, al mango también se le ha hecho acreedor de reconocimiento, debido a sus características intrínsecas y por haber contribuido al sustento de los agricultores que se dedicaron a su cultivo. En el estado Cojedes, por ejemplo, el gobierno regional llegó a conceder la “Condecoración del Mango”, dada la admiración que le tienen sus moradores esta fruta, debido a sus múltiples acciones beneficiosas para la salud”.
“Armando Scannone, el reconocido gourmet venezolano, ha incluido en su libro Mi cocina (2006) la salsa de chutney de mango, pavo relleno con mango, lairenes y duraznos, el dulce de mango en almíbar y la jalea de mangos verdes con azúcar o papelón. Helena Todd (1999), por su parte, recomienda la jalea de mango en su libro Las recetas caraqueñas. La fruta ya ha llegado incluso al bar y forma parte de la variada selección de cócteles que se ofrece a catadores exigentes en las barras más sofisticadas del país.”
Maduro, en estos tiempos accidentados, está como el novedoso clima de primavera infernal que está torturando nuestra geografía: inestable, caótico e incalable. Solo los nobles mangos parecen mantenerse como siempre. El spin doctor de Maduro debería aconsejarle que de vez en cuando se esforzara al máximo por mostrar algún rasgo humano. Por ejemplo, decirle a alguna dirigente opositora un viejo piropo criollo: “estás como un mango.”
En vez del fracasado episodio del mangazo, su spin doctor también debería haberle recomendado quitarle a Las Vegas el show de la llamada “pelea del siglo”, entre el afroamericano Mayweather y el filipino Pacquiao, y poner como jueces, claro, a las brujo-rectoras del CNE. El anuncio del resultado hubiera sido electrizante, incluso más que el muy aburrido combate. Los costos en publicidad, en el tiempo de espera por el resultado, hubieran sido astronómicos, al igual que las ganancias; imagínense la posibilidad de que todavía estuvieran contando los votos. Y Maduro podría haberse lucido ante el mundo, comiéndose un sabroso mango criollo momentos antes del evento.
No importa el nombre de la persona que le recomendó a Maduro que protagonizara el abortado y ridículo affaire del “mango mensajero”. Lo que ni Maduro ni todos sus asesores probablemente saben es que “su ingestión excesiva produce efectos laxantes, sobre todo en los meses de abril y mayo que es cuando ocurre la sobre abundancia de la fruta”, y que en el siglo XIX se hizo muy popular en la política criolla el dicho “los mangos están bajitos” que servía para expresar, entre otras cosas, que el asunto en ciernes, si bien parecía fácil de conseguir, había sido descubierto.
Serio pero divertido escrito. Culto y oportuno como un daikirí de mango. Coctel cuya receta pongo a disposición del autor.