Los niños del norte reciben vacunas, los del sur salen a trabajar
El 27 de mayo, el presidente Alberto Fernández definió Argentina de una forma peculiar en una entrevista con el YouTuber argentino Pepe Rosemblat. Dijo que era “un país punk” cuando le consultaron sobre inflación y, con esa metáfora, hizo referencia al concepto de “no future” del movimiento musical y cultural surgido en Inglaterra. Fernández explicó que, en la Argentina, “todo es a corto plazo”. En un país con casi siete millones de niños pobres, ese slogan describe a la perfección lo que una parte de la sociedad argentina les ofrece.
En las últimas semanas, la escalada de contagios ha llevado al país al tercer puesto entre los países con mayor cantidad de casos diarios y ha elevado las muertes totales a más de 78,000 personas, un número que le hace subir la escalera hasta el decimotercer escalón mundial con más fallecidos acumulados. En medio de esta crítica situación y un renovado confinamiento estricto, se conoció un dato que revela la cara oculta del COVID-19: la mitad de los niños y adolescentes argentinos que trabajan comenzaron a hacerlo durante la pandemia.
Según un estudio realizado por UNICEF Argentina, alrededor de 40% de los hogares tuvieron una caída de los ingresos en la pandemia. La contracara de eso fue un aumento considerable de la cantidad de niños y adolescentes que salió al mercado a trabajar para generar ingresos. Un documento de la Organización Internacional del Trabajo reveló que, de esos niños y adolescentes, “siete de cada 10 habitan en hogares cuyos miembros perdieron el empleo, vieron reducidas sus horas de trabajo o sus clientes y/o fueron suspendidos de manera temporal”. Así, los niños y adolescentes debieron aportar su esfuerzo para poner un plato de comida encima de la mesa; comida que, en el caso argentino, tiene una inflación más alta que el resto de los rubros de la economía. Es inevitable hacer comparaciones, porque mientras en el sur global los niños salen a trabajar, en los países del norte, como Canadá y Estados Unidos, ya comenzaron a ser inmunizados.
La situación social en la Argentina ya era trágica antes de la pandemia. El gobierno del expresidente Mauricio Macri rompió durante su gestión varios récords económicos negativos. En 2018 y 2019 la economía cayó y también se registró la inflación más alta desde 1991. A eso hay que sumarle una caída de 30% del poder de compra del salario mínimo. En esas condiciones recibió Argentina el COVID-19.
Mientras las curvas de contagio sigan creciendo o manteniéndose en una meseta alta de casos —y con el panorama hacia adelante complicado por la llegada del invierno—, no solo la situación social y la crisis económica serán más profundas. También se demorará aún más la normalización del dictado de clases presenciales en las escuelas, que todavía no volvieron a funcionar con la regularidad previa a la pandemia. Así, la brecha entre los niños que viven en los países ricos y los países pobres se convertirá en un abismo cada vez más grande.
Esas diferencias pueden medirse en términos económicos. Un estudio elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo estimó el porcentaje del Producto Bruto Interno (PBI) que se perdería en salarios futuros si se reduce la cantidad de niños en programas preescolares. En el caso de Estados Unidos, varía entre 1.4% y 5.5% si se pierden entre tres y 12 meses; mientras que para Argentina esos números se elevan a un rango entre 1.7% a 6.6% del PBI. El jefe de la división de Salud y Protección Social del BID, Ferdinando Regalia, escribió en Post Opinión que los niños en situación de pobreza serán los más afectados.
Si las imágenes que llegan desde el sur traen sombras a un futuro incierto y difícil, las que provienen del norte elevan el contraste a niveles difícilmente digeribles. El 10 de mayo, la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos autorizó el uso de la vacuna de Pfizer para incluir a personas de entre 12 y 15 años. Según reportó The New York Times, esto permitió acelerar el ritmo de vacunación en las últimas dos semanas en ese país, ya que la inmunización de niños y adolescentes representó un cuarto de las nuevas 2.5 millones de dosis administradas en territorio norteamericano. A mayor vacunación, mayor consolidación de la actividad económica y mayores chances de continuar con la actividad educativa. Todos aspectos que, en el presente, sellan a fuego las oportunidades del futuro de los jóvenes.
Más allá de los análisis económicos, hay una dimensión humana en la desigualdad y la exclusión de niñas, niños y adolescentes que remueve las tripas: ¿Cómo se tolera con indiferencia que un niño o una niña deban generar ingresos para aportar a la subsistencia del hogar? ¿Cómo podemos aceptar mansamente las exclusiones del sistema en edades en las que no se cuentan con recursos para hacerle frente al mundo?
La respuesta a esta tragedia social no puede quedar en el ámbito familiar. El Estado ya hace responsable a las familias de proveerse los servicios de cuidados de niños y adultos mayores, que en gran parte recaen sobre las mujeres. No puede pasar lo mismo con la pobreza infantil. No importa cuánta inversión del Estado requiera, ni cómo se financie, ni el rojo en las cuentas públicas. La vida de los niños y niñas argentinas, y su derecho a vivirla de manera plena, es una deuda que no puede patearse ni renegociarse. El momento de solucionarlo es ahora. El futuro llegó hace rato.