Luis Pérez Oramas: El movimiento 16 de Julio
Si no fuera un tratado hermético sobre la incorporeidad de Dios, o sobre la onomástica divina en la Escritura, el libro que los venezolanos de esta hora requerimos llevaría por título aquel de Mose ben Maimon, Mainónides: Guía de perplejos.
Hasta aquí la teología judaica.
Tanto la forma en que la dictadura venezolana se ha impuesto con su parapeto constituyente ilegítimo –gracias al cual pretende abusar de su poder absoluto– como la manera en que la oposición, tras haber acometido el acto político más contundente y admirable de la historia reciente, el pasado 16 de Julio, se ha dejado arrebatar en diatribas necias su enorme capital político, merecerían figurar en el archivo universal de la perplejidad, sin contar el de la infamia.
Venezuela ha entrado en la oscuridad, literal y simbólicamente, y no sabremos cuándo verá luz de nuevo. La república, que había muerto tantas veces en el pasado, vive ahora en su estado terminal. El pueblo venezolano no había sufrido nunca en su historia, como hoy, a la vez la asfixia económica y el abuso de poder; la precariedad material y social junto a la represión más bárbara, brutal y desmedida; la carestía y la absoluta ausencia de justicia.
Todos sabemos –empezando por los que hoy usurpan el Estado– cuán explosiva puede ser –y de hecho está siendo– esta trágica combinación de miserias. Venezuela puede haber entrado en una guerra civil de baja intensidad, no por ello menos cruenta. Y así puede mantenerse, letal y latente, a fuerza de miedo, tortura y represión.
Tengo para mí que cuando la normalidad democrática retorne a Venezuela, cuando la república sea restaurada, entre los ingentes desafíos deberemos considerar de raíz, de cabo a rabo, toda su estructura de defensa, empezando por el ignominioso sistema de justicia militar, que deberá rendir cuentas ante la justicia civil e internacional.
Los venezolanos del presente tenemos que aprender a vivir en dictadura, tenemos que reinventar las formas de hacer política –cuyo último fin es evitar que los hombres se entrematen– e imaginar la política en dictadura.
Dos lecciones fundamentales parecen escapársenos: la república y la democracia son regímenes regulados, pero la dictadura no obedece a reglas, más allá del mantenimiento de su tiránico poder, y para ella ninguna norma es respetable. Ese, no otro, es el tiempo que hemos empezado a vivir, ya sancionado formalmente el 30 de julio con un fraude electoral de dimensiones inconmensurables.
De allí la segunda lección que parecemos desdeñar: si la dictadura no obedece a reglas, más que las de su poder de abuso, entonces vivimos un tiempo de perplejidades inexorables y de nada sirve establecernos normativas absolutas. Por ejemplo, decir como si fuese blanco o negro: hay que inscribirse, o no hay que inscribirse.
Sépanlo todos: quienes hablan como si poseyeran la verdad absoluta son unos estafadores del presente y son también cómplices de la dictadura. Les importa más su ego que el sufrimiento de la gente. Cuando no hay regla, sino aquella de la sobrevivencia política, que es la de nuestro adelgazado presente, el moralismo sobra, las lecciones de los grandes filósofos que todo lo saben sin hacer nada forman parte de los despojos de la hora, de lo desechable.
Lecciones filósoficas mejores que aquellas de quienes hablan desde su escondite en las redes son las de la verdadera razón práctica, que es por cierto la razón de los artistas y de los creadores, y la razón política: son las lecciones de la prudencia, que aconseja prepararse para actuar ante lo que no conocemos.
Si la dictadura es el reino de una política sin reglas, entonces es también el espacio de lo que no conocemos. Y tendremos que aprender a actuar ante lo que no conocemos, evitando a toda costa las normas absolutas, los mandamientos tiesos, los maximalismos del discurso ante la amenaza inminente que es también el régimen del terror con el cual la dictadura se hace eficaz.
Hemos entrado al pantano de la historia de la mano de una secta tan ignorante como obcecada y en el pantano sólo podremos movernos con grandes dificultades, la mayor parte del tiempo en forzadas lentitudes.
Es difícil ser optimista hoy en Venezuela y sin embargo estamos obligados moralmente a repetirnos lo que sí conocemos: que esta dictadura se inaugura en las condiciones en las que todas las dictaduras caen y concluyen: cuando ya no tiene pueblo que la acompañe, cuando ya no tiene medios que la financien, cuando ya no tiene pretexto institucional que la disimule, cuando ya no tiene aliados creíbles en el mundo, cuando sólo cuenta con la fuerza bruta de la violencia para mantenerse.
No debería durar mucho.
Pero para ello requiere de nuestra inteligencia, y sobre todo de nuestra prudencia para hacer política bajo su terrible imperio. Quienes nos oponemos, quienes clamamos por el retorno de la República tenemos que hacer uso de todos los medios legales –todos, sin excepción– para combatirla. Ponerse a dictar prohibiciones es tan inútil como contraproducente.
Los demócratas y republicanos de Venezuela no podemos permitirnos perder lo que hemos ganado. Lo que hizo posible la jornada del 16 de Julio existe, es y debe seguir siendo un movimiento político que nos acompañe en estos trabajos y días difíciles.
El movimiento que hizo posible esa organización y tal convocatoria debe continuar, potenciarse: el pueblo tiene que seguir siendo consultado, directamente, fuera de las estructuras ilegítimas que nos han impuesto violando la ley fundamental, espontánea y democráticamente.
El movimiento 16 de Julio debe abrazar todas las fuerzas que, dentro y fuera de la Mesa de la Unidad, se oponen a la dictadura. Debe asumir su instrumental político plebiscitario y su capacidad referendaria para oponerle a los desmanes del régimen la opinión expresa del pueblo, manifestada a través de comicios locales y generales.
Debemos ser consultados sobre las autoridades electorales (por designar) y judiciales (designadas). Debemos ser consultados por el nombre de quien debería, con urgencia y disciplina irrestricta, encarnar la voz de la república contra la tiranía, anunciar las líneas tácticas y estratégicas que puedan devolvernos la libertad, la prosperidad, la democracia y el imperio de la ley.
El movimiento 16 de Julio contiene la forma de una nueva política y debe ser nuestro norte: no sólo marchas; también votos y participación referendaria que dejen al 30 de julio en la ignominia, condenando con esos votos, con la expresión pacífica y organizada de la voluntad popular, los actos de una dictadura que va directo al desfiladero de la historia, donde se constituirá en la más oscura de las sombras del pasado.