Luis Ugalde: La muerte de Rommel
Recordando el auge y caída de uno de los militares más reconocidos por Hitler, el sacerdote jesuita, Luis Ugalde, señala que los regímenes totalitarios fundamentan su carácter criminal apegándose a la muerte, la destrucción, las mentiras y el sufrimiento
El Mariscal Rommel fue un verdadero genio de la guerra, admirado por Hitler y los alemanes y temido por los enemigos. Su Afrika Korps y sus tanques lograron triunfos resonantes en los blitzkrieg (guerra relámpago) en el Norte de África. Pero a partir de 1942, el incontenible avance alemán se paró en todos los frentes: Inglaterra no se rindió, EE.UU. entró en la guerra y la Unión Soviética ganó la heroica batalla de Moscú, contraatacó con millones de hombres y contó con el apoyo de miles de tanques, aviones y material de guerra estadounidense.
En 1943, la derrota alemana parecía inevitable y al año siguiente los avances aliados eran imparables en todos los frentes. Generales alemanes, de criterio militar, vieron que la guerra estaba perdida. Sobre todo, luego del exitoso “Desembarco de Normandía” que los alemanes no pudieron impedir. Rommel era de los convencidos de que la guerra estaba perdida, y el realismo imponía negociar la paz y ahorrar millones de vidas y el arrase total de Alemania.
Pero Hitler no podía renunciar a su mito y razón de ser y se convirtió en el principal obstáculo para terminar el horror de la guerra ya inevitablemente perdida; contra toda racionalidad había que mantener la ilusión del triunfo y hablar de acuerdos era traicionarlo. Su mente perversa se aferraba al triunfo imposible. Con su ministro de propaganda Göbbels disfrazaba las derrotas de triunfos y cultivaba esperanzas en prodigiosas armas secretas. “No capitularemos jamás. Podemos caer, pero arrastraremos un mundo con nosotros”, decía Hitler. «Si los alemanes son incapaces de frenar el avance del enemigo, no son dignos de seguir viviendo».
Rommel se entrevistó con Hitler y discutió acaloradamente, pero sin éxito. En adelante el Führer lo vio como traidor. Luego del atentado fallido del general Stauffenberg contra Hitler en julio de 1944, este lo incluyó entre los sospechosos y decidió matarlo; debía ser ejecutado por traidor y cobarde. Degradarlo públicamente y ejecutarlo era perder a Rommel como mito del régimen y héroe del pueblo que lo adoraba, pero la mentira oficial, capaz de convertir derrotas en triunfos, podía combinar la ejecución de Rommel como traidor con su glorificación como héroe nacional.
Los tiranos se consideran dueños de la verdad y usan la mentira para cambiar las derrotas de muerte en triunfos de vida. El Führer mandó dos generales a casa de Rommel para que este escogiera el modo de ejecución de su muerte: O lo llevaban preso a Berlín para someterlo a juicio popular, deshonra pública y ejecución, o le otorgaban la especial deferencia de suicidarse. En el primer caso, Rommel y su familia quedarían deshonrados. En el segundo, su muerte sería presentada como consecuencia de heridas de accidente y el régimen le rendiría honores fúnebres y le levantaría un monumento como héroe nacional. Rommel pidió unos minutos para pensar y optó por el suicidio. Los generales lo metieron en el carro y le dieron la pastilla de cianuro con la que inmediatamente se mató.
En su solemne funeral, en la ciudad de Ulm, el representante de Hitler, Mariscal de Campo von Rundstedt, dijo en el elogio fúnebre que el “corazón de Rommel pertenecía al Führer” y luego se expresó ante el cadáver: “Nuestro Führer y comandante supremo te envía por mi mediación su agradecimiento y saludos”. Ese mismo día, Hitler comunicó que Rommel había fallecido por las graves heridas causadas por el accidente que había tenido meses antes. En todo el país se escenificó la burla nazi de las honras fúnebres como héroe nacional.
Venezuela no es Alemania, ni los vernáculos paramilitares motorizados que amenazan y disparan son comparables a los miles de tanques en su avance triunfal. Pero también en Venezuela hay 5 millones de exiliados y muchos millones más en la miseria y desesperados. Pero el régimen se proclama como el triunfador de la pandemia en las Américas y campeón del mundo en la defensa humanista de los pobres, y con la información y comunicación secuestradas, trata de disfrazar la derrota en triunfo y la muerte en vida.
Todo el que sensatamente ve que con este régimen no hay futuro es un traidor y terrorista; debe ser execrado. Pero millones que celebraron las promesas revolucionarias, hoy las viven como cenizas y muerte. La dictadura no tiene cómo ocultar la tragedia y el sufrimiento de esa muchedumbre de venezolanos. La única salida es el cambio de régimen con un nuevo gobierno inclusivo de transición y elecciones democráticas, para la reconciliación y reconstrucción.
El tirano nazi exigió prolongar la guerra perdida y extremar el sufrimiento de Alemania y del mundo con más millones de muertos y destrucción de ciudades y fábricas; hasta que, con la caída de Berlín, se suicidó.
Moraleja: Cuando un régimen decide prolongar su agonía a las puertas de la muerte, se agrava su carácter criminal. ¿No habrá ni sensatez ni fuerza para parar el actual genocidio venezolano?
*Foto: National Geographic