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Lula, el Prometeo del sur

Todos los movimientos internacionales de Lula son indicativos de que su gran sueño es pasar a la historia como una especie de portavoz del sur mundial.

 

Muchos autócratas logran cumplir sus sueños dorados en materia de megalomanía. Unos se coronan emperadores (Bokassa), otros cambian las denominaciones de los días y meses en su país y le ponen las de sus familiares (Saparmyat Nyazov) e incluso, más de alguno ha conseguido levantarse estatuas. El caso más estrambótico, hasta ahora, es el del sucesor de Nyazov en Turkmenistán, quien no sólo se hizo un grandioso monumento de oro. También puso su cabeza girando para mirar permanentemente hacia el sol. Todos delirantes.

Pero también hay políticos que actúan en democracias seudo-liberales, en quienes se advierte un espíritu de trascendencia igualmente desmesurado. Lula es uno de ellos.

Un 3 de octubre de 2017, durante una alocución en la empresa Petrobras, ante trabajadores y ejecutivos, se explayó sobre sus deseos más íntimos; sobre sus ansias de trascendencia. Fue un discurso memorable. Cuidadosamente dejado en el olvido. Allí, el líder obrero aseguró: “Lula ya no es más sólo Lula, sino que es una idea asumida por millones de personas en el mundo». Sin ruborizarse, dijo sentirse como Tiradentes, el héroe nacional brasileño, torturado y decapitado tras participar en una rebelión.

Hegel se habría regocijado. En la lejana América Latina también se pueden encontrar ejemplos de ese deseo incontenible de ser reconocido, que él divisaba en la naturaleza de muchas personas.

Mirado con mayor detenimiento, resulta difícil negar que Lula siente un claro llamado a grandes cosas. Todos sus movimientos internacionales son indicativos de que su gran sueño es pasar a la historia como una especie de portavoz del sur mundial. 

También resulta difícil negar que el camino le está siendo más pedregoso de lo esperado. Se observa una barrera muy dura. Su hybris pareciera no tener resuelto el cómo y el qué de esas ansias de trascendencia. Quizás tampoco el para qué. Lo único que sí parece claro es que Lula no busca estatuas ni desarrollar un culto a la personalidad al estilo norcoreano. Quiere algo más político.

Su tercer mandato se está convirtiendo en una búsqueda incesante. Viaja de manera exorbitante. Desplaza sus alfiles por las diversas zonas de conflicto en todo el mundo. Procura trasladar su voz allí donde cree posible dejar su nombre plasmado como mediador, facilitador, arreglador de coyunturas sin salida. Un Prometeo de la paz.   

El balance de sus esfuerzos es, por ahora, insatisfactorio. Ha propuesto una moneda internacional, con eco más bien relativo. Hace pocos meses, fracasó en su deseo de llevar a una mesa de negociaciones a Rusia y Ucrania. Parecía una iniciativa edificante. Pero también es evidente su nula posibilidad de forzar un cese del conflicto.

¿De qué monte sagrado se habrá bajado este Prometeo?, deben haberse preguntado los contendientes.

Y ahora, su fracaso más reciente ocurrió en la ONU. Allí promovió una intervención internacional humanitaria en el conflicto Israel-Hamas. Orientó su diplomacia a hacer esfuerzos denodados por buscar una redacción minuciosa de tal intervención. Trató genuinamente que árabes e israelíes la aceptasen. Pidió “un mínimo de humanidad en la locura de una guerra”. Una «Idea Lula”, muy poco imaginativa. Con mucha desazón debe haber visto cómo sus deseos dorados se esfumaron. Su canciller dijo que el rechazo era “triste y decepcionante”.

Mirado desde los márgenes, vale la pena reflexionar sobre las causas de sus sucesivos fracasos. Nadie podría negar que la voz de Brasil tiene peso y que una de las fuerzas profundas de su proyección internacional es alcanzar el status de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Brasil siempre ha estimado que no tuvo la adecuada consideración al configurarse el orden mundial tras el fin de la Segunda Guerra, pese a haber combatido en el bando de los vencedores. Alega que ahora tiene masa crítica. Pero que no se le toma en cuenta. Solo palabras de buena crianza.

El punto central es obvio. La política mundial es cruda en todos y cada uno de los sentidos. No bastan los deseos. Además, los conflictos del Medio Oriente son de una magnitud donde el tamaño brasileño y los esfuerzos importan menos.

En sus períodos anteriores, Lula había intentado -en vano, desde luego- protagonizar un “algo” en las conversaciones de varias potencias para persuadir a Irán a abandonar su programa nuclear. En aquella oportunidad, para nadie estuvo claro qué buscaba Lula. Su “algo” era poco asible. Los demás involucrados le recordaron que Brasil proyecta más bien poder blando. Insuficiente.

Es claro entonces que, frente a esa mole llamada poder duro, las aspiraciones metafísicas de Lula, se estrellan.

El Mandatario brasileño parece no conocer aquella clásica advertencia del Presidente estadounidense, John Quincy Adams, quien -en las primeras décadas del siglo 19- decía “por doquier que el estandarte de la libertad y la independencia se hayan desplegado o se vayan a desplegar, ahí estará el corazón de los EE.UU., sus bendiciones y plegarias. Pero no irán a ultramar en busca de monstruos que destruir”. Puesto en simple, se puede salir a destruir monstruos, siempre que haya capacidad para aquello. No basta con invitarlos a dejar de lado sus inhumanidades.

Creer que los conflictos del Medio Oriente, especialmente el de israelíes y Hamas, se pueden resolver con palabras de buena crianza -o aplicando sus ideas que debe considerar ingeniosas- es padecer de impulsos bokassianos, por llamarlos de alguna manera figurada.

Es creer que, para entronizarse emperador, basta con convencer a unos cuantos. Suficiente con ponerse una corona en la cabeza. Bokassa, un líder tribal centroafricano, que estuvo un tiempo al servicio del ejército francés, así lo creyó. Dio un golpe en 1966 y diez años más tarde, decidió coronarse emperador. Bastaba con desearlo. Decía sentirse el decimotercer apóstol. Sueños transformados en impulsos irrefrenables.

En términos geopolíticos, Brasil tiene condicionantes que ningún deseo dorado ni voluntad política, puede superar. No controla las principales líneas que conectan océanos y territorios. Está muy apartado de otras masas continentales y no tiene vinculación histórica activa con el Medio Oriente. Así será mientras no disponga de adecuado poder duro

 

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