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Luz Neira Parra: Cuando el centralismo decidió que el Zulia no necesitaba universidad (y creyó que podía apagar una región)

 

CLAUSURADA LA UNIVERSIDAD DEL ZULIA

 

Hubo un día —un día de 1904— en que Caracas decidió que el Zulia no merecía universidad. Que la ciencia y el pensamiento podían seguir viajando en mulas y vapores hasta la capital o hasta Mérida, porque allá, en el occidente rebelde, no hacía falta formar médicos, abogados ni ingenieros. Cipriano Castro, el autócrata de turno, firmó el cierre de la Universidad del Zulia con la misma ligereza con la que un burócrata sella un papel que no leerá. Y así, durante décadas, el centralismo creyó haber dado un golpe maestro: silenciar la inteligencia de una región que, para colmo, siempre había coqueteado con la idea de ser república independiente.

Fueron cuarenta y tantos años —casi medio siglo— de exilio académico forzado. Si eras zuliano y querías un título, debías empacar rumbo a Caracas o a Mérida, soportar el aire pesado del centralismo y volver, si acaso, con un pergamino que valía más en la capital que en tu propia tierra. Fue un golpe certero al orgullo regional. Y vaya si el Zulia ha tenido orgullo: la tierra que un día soñó con su bandera y su República fue reducida a proveedor de petróleo, café y talentos que otros formarían.

Pero la historia es terca y la memoria zuliana, obstinada. Durante años, profesores y estudiantes resistieron como pudieron, con colegios improvisados, exámenes rendidos ante otras universidades y una fe casi obstinada en que algún día volvería la casa de estudios que Francisco Ochoa había fundado a finales del siglo XIX. Fue una resistencia silenciosa, sin pancartas virales ni redes sociales para quejarse. Apenas papeles, discursos aislados y una convicción íntima: el Zulia no podía vivir sin universidad.

Hasta que llegó 1946 y, con él, una Venezuela que parecía respirar un poco distinto. La Revolución del 18 de octubre había sacudido la política y, en medio de ese aire renovado, se decretó la reapertura de la Universidad del Zulia. No fue un regalo: fue una conquista, aunque la Caracas de siempre lo presentara como gesto magnánimo. Ese 1 de octubre, en un acto cargado de simbolismo, el Zulia recuperó su casa intelectual. El auditorio de la Casa del Obrero —prestado por sindicatos que sabían de lucha— se convirtió en el epicentro de una celebración que olía tanto a victoria como a advertencia: “Aquí estamos, seguimos pensando por nosotros mismos”.

El nuevo rector, Jesús Enrique Lossada, no llegó con discursos complacientes. Denunció sin titubeos el asfixiante centralismo que había dejado a la región sin universidad por casi medio siglo. Con él comenzó una etapa difícil, porque abrir puertas es más fácil que mantenerlas abiertas. Faltaban edificios, bibliotecas, laboratorios; faltaba dinero y sobraba desconfianza desde el poder central. Pero el gesto estaba hecho: el Zulia volvía a pensar, a investigar, a formar profesionales en su propia tierra.

Hoy se cumplen setenta y nueve años de aquella reapertura. Y mientras algunos prefieren recordarla con solemnidad institucional, quizá haga falta un poco de sarcasmo histórico para entenderla. Porque no fue un capricho académico: fue el reflejo de un país que durante demasiado tiempo creyó que todo debía pasar por Caracas, que todo saber era mejor si viajaba kilómetros para validarse en la capital. El Zulia sobrevivió sin universidad porque tuvo que hacerlo; la recuperó porque no se resignó a ser una provincia obediente.

Celebrar este aniversario sin recordar el centralismo que la cerró sería una especie de autoengaño. Hay que agradecer el renacer, sí, pero también mantener vivo el descontento que lo hizo posible. Porque cada vez que el poder decide que una región “no necesita” algo —educación, autonomía, voz propia—, recuerda que ya lo intentaron una vez con el Zulia y no funcionó. Y que las universidades, como las regiones que resisten, siempre encuentran el modo de volver a abrir sus puertas.

 

 

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