Macky Arenas: Presente y futuro en Luis Herrera

Cuando se cumple el centenario de Luis Herrera Campíns, todos quieren recordarlo, escribir sobre él y honrar su memoria. No soy la excepción. Estoy dentro de ese cambote, sencillamente porque viví su tiempo, estuve muy cerca de su trabajo y aprendí mucho de él, lo cual es una poderosa razón para agradecer. A pesar de que era muy joven, una simple militante -lo que nunca dejé de ser porque jamás me conté entre las figuras dirigenciales y las luminarias del liderazgo político- comprometida con los valores de la democracia cristiana y sus principios de acción política en los cuales fui, eso sí, privilegiadamente formada, por mi hogar y por mi partido.
Nunca he vuelto a la política partidista. En primer lugar, porque el partido en el cual milité ya no existe más y lo que hay no me cuadra. En estos tiempos confusos, me quedo con los amigos de toda la vida y con lo que pueda aportar para contribuir a impulsar cualquier iniciativa que, coherentemente, sea democristiana.
Otra razón es haber derivado hacia la actividad periodística-comunicacional y opté por evitar el conflicto de intereses.
Una más: el deterioro del liderazgo y la proliferación de pedazos que pululan por el escenario político sin mayor definición. A fin de cuentas mi generación, además de ideas, seguíamos a personas que encarnaban lo que valorábamos como ideales. Ello, en el Copei que conocí, nunca impidió que la amistad y el respeto mutuo prevalecieran. Porque primero estaba el proyecto de país que acariciábamos y la unidad y fortaleza del partido como vehículo para hacerlo realidad. Por eso Copei permaneció unido, sin que faltaran los intensos y a veces descarnados debates. No obstante, lejos de provocar divisiones como ocurrió durante décadas en otras organizaciones políticas, la democracia cristiana venezolana transitó el período democrático amalgamada por su tradición y el testimonio impecable de sus líderes. Uno de ellos fue Luis Herrera Campíns.
En una ocasión, un pequeñísimo grupo fuimos invitados por la Fundación Konrad Adenauer a una jornada de un par de semanas en Berlín y otros lugares para conocer mejor el partido alemán y, como ellos mismos nos dijeron, ver lo que jamás debíamos permitir ocurriera en nuestro país. Aún Alemania estaba dividida y el comunismo ruso controlaba la mitad. Allá nos llevaron, vivencia que aún recuerdo con mucha impresión. Hasta allá fuimos y tuvimos una experiencia muy aleccionadora.
Asistíamos, también, a algunas sesiones teóricas donde nos explicaban el funcionamiento del partido de aquél gigante de la política que fue Adenauer y algo me llamó la atención: dejaron claro que quien entraba a sus filas y tenía aspiraciones de gobierno -ser electo para cargos de representación popular- no tenía nada que hacer en los mandos partidistas. Y viceversa. La organización y la maquinaria eran una cosa y la política como carrera, otra. Me pareció sano, sanísimo. Obviamente, incomprensible e inviable para nuestras mentalidades y estructuras pero me confieso convencida de que la voracidad burocrática y esa glotonería por controlar el poder en todas las instancias fue degenerando en cogollos insaciables, bastante responsables de que nuestros partidos terminaran siendo lo que jamás debieron.
En esa línea, sin conocer la norma alemana sino por decisión personal, nunca busqué figurar en listas para el Congreso ni en pujas para concejos municipales. Me entretenía y disfrutaba mucho trabajar en donde siempre lo hice, en la Secretaría de Organización (donde una vez me responsabilizaron de la coordinación del trabajo de los comités de base del partido a nivel nacional) y en los comandos de campaña donde apoyé el esfuerzo, por igual, de todos nuestros candidatos presidenciales. De hecho, llegué a Venezuela después de una temporada estudiando fuera, en 1978, y lo primero que hice fue enrolarme en la campaña presidencial de Luis Herrera, que estaba arrancando. Viajé por todas partes, animé mítines, colaboré organizando marchas, hacía pancartas, banderolas, en fin, todo lo que alguien como yo amaba hacer. Fue una bella etapa que recuerdo con el mayor cariño y hasta nostalgia.
Más adelante, formaría parte del equipo de José Antonio -el querido “Negro”- Pérez Díaz en la Comisión Electoral de Copei, pasantía que me reafirmó en la idea de que nada es más sano, útil y acertado el que un político sin ambiciones, pero con sobrada calidad humana y gran experiencia, se encuentre al frente de los organismos que deben mediar entre el que aspira a un cargo y quien debe procurar que llegue hasta él, mediando el más pulcro ejercicio de la democracia interna.
Esto lo expongo a manera de preámbulo porque conservo en mi memoria algunas anécdotas, sobre Luis Herrera, que dirán algo a estas nuevas generaciones de dirigentes que están cruzando peligrosamente los límites de la estricta observancia de reglas que aseguran una correcta acción política. Me pregunto ¿cuántos de los políticos de estas nuevas generaciones, sobre los cuales podría descansar la esperanza de la gente, cultivan la sencillez, la humildad, la cercanía, su propia formación que garantiza la fidelidad a la ética y un profundo desdén por la riqueza fácil? Y es justo sobre esas virtudes que puedo hablar de Luis Herrera.
En una ocasión me encontraba en las oficinas de Organización del partido y suena mi teléfono. Atiendo y era el Presidente Herrera, desde su despacho en Miraflores. Me sorprendí pero era imposible pensar que se trataba de una broma porque su voz era inconfundible. En esa época no había inteligencia artificial que clonara a nadie. Me preguntó qué haría el Día de Juventud. “Nada de particular, dije”. Y si tenía planeada otra cosa, no iba a decirlo. “Pues prepárate – precisó- para que te vayas conmigo a La Victorial al desfile. Viene mi hija María Luisa y no te vas a fastidiar”. Y así fue. Tomamos el avión en La Carlota y en Maracay cambiamos a un helicóptero que nos depositó, literalmente, en la tribuna presidencial desde donde presenciaríamos el desfile. Era la primera vez en mi vida que me montaba en uno de esos aparatos. No es frecuente que lo inviten a uno a un vuelo en helicóptero. Recuerdo que nuestros compañeros de viaje eran el Ministro de la Defensa, el general José Antonio Olavarría, Agustín Berríos -a la sazón secretario juvenil de Copei-, María Luisa y yo. La verdad, no tenía yo nada que pintar allí, pero tuvo esa deferencia conmigo.
Otra distinción me la hizo cuando se inauguró el Metro de Caracas. Hice ese primer viaje sentada a su lado. Detrás de nosotros, iba el Ing. José González Lander, justo el que dirigió las obras, todo un personaje prominente que contrastaba con mi insignificancia en ese contexto. Le pregunté qué hacía yo allí, cuando había tanta gente más importante como para ir a su lado. Me contestó: “Lo más importante es que el presente no se desentienda del futuro. Aquí el futuro eres tú y debes responsabilizarte por vivir estos momentos y valorarlos para que te inspiren cuando tengas que hacer tu parte por el país”. Obvia el comentario.
Siempre me recomendaba leer cada día el diario Últimas Noticias. Decía que él lo hacía puntualmente para enterarse de las cosas que interesaban al pueblo, de lo que pasaba en la calle y tal vez no pasaba por su escritorio. Allí veía reflejadas cada día las penurias, angustias y opiniones de los venezolanos menos favorecidos. No sé si hoy me recomendaría lo mismo.
Como buen periodista, siempre estaba fundando revistas en Copei. Decía que había que escribir y que este oficio era del mayor beneficio para la sociedad. Fue un gran respetuoso de los medios y los periodistas. Nunca una negativa ni un reproche. Nunca una interferencia ni un reclamo, menos una retaliación. El papel lo aguantaba todo. Y Luis Herrera también pues, como hombre público, bastantes letras desagradables seguramente tuvo que leer. También elogios, hay que decirlo.
Desde que entré en la universidad comenzó mi contacto con él. No era candidato sino un dirigente que se mantenía cercano y preocupado por la formación de los jóvenes. En su bufete fueron muchas las reuniones de reflexión sobre el país y el partido que compartimos, con él como animador. No dejó que lo tratara de usted ni cuando fue presidente. Tampoco Dr Herrera. Luis, y de casualidad. Una vez, ya Presidente, me incomodaba un poco, pero él decía: “¿Qué ha cambiado? ¿No me ves igualito?”. La verdad, si y no. Pero de nada valió. Lo tutié toda la vida.
Un día, llegando de una gira por el interior, le pedí audiencia. Él me dijo: “Qué bueno, así me entero de como van las cosas en el partido” y me fijó un día para que fuera hasta Miraflores. Yo llegué en mi pequeña moto y los guardias de palacio no creían mucho mi cuento de que el presidente me esperaba. Llamaron y, en efecto, me dejaron pasar, con moto y todo.
La encomienda que llevaba no era muy grata: la gente estaba molesta pues algunos funcionarios del gobierno estaban haciendo de las suyas en la distribución de un conjunto de viviendas. Él oyó, siempre escuchaba callado y atento, sin interrumpir. Y no dijo más nada. Pasamos a otros temas y yo me fui con la idea de que no le había dado mucha relevancia al asunto. A fin de cuentas, se lo decía una jovencita que no tenía responsabilidades de gobierno y bien podía ser portadora de chismes de gente descontenta. En menos de una semana me habló uno de los dirigentes del partido en el lugar para decirme que el presidente había actuado, que los responsables habían sido reprendidos y que todo estaba en orden. El hecho se divulgó en corrillos del partido y un dirigente del Comité Nacional me dijo: “Caray, Macky, cuando tenga una queja te la voy a dar para que se la lleves al presidente». Y reímos.
Ya enfermo, lo visité en la clínica. Al llegar a la puerta de la habitación, la enfermera salió al paso: “Lamentablemente creo que no podrás entrar, no debe recibir visitas. Buscaré al médico para que te informe”. Yo le dije que no insistiría, que lo comprendía perfectamente. Pero él estaba oyendo y distinguió mi voz. Ordenó que yo pasara. No recuerdo quien estaba dentro de aquél cuarto, junto conmigo. Cambiamos algunas palabras y me dio las gracias por haber ido a visitarlo. Me dijo que no me preocupara, que estaba bien. Pero yo sabía que no. Me fui de allí con la sensación de que era la última vez que lo vería. Y así fue.
Si bien ya no tenemos -en líneas generales porque se mantienen excepciones prometedoras- políticos como él, queda la certeza de que los tuvimos y siempre podemos volver a tenerlos. En mi caso, queda la sensación de haber conocido y aprendido de uno de los mejores venezolanos que ha pisado esta tierra y caminado con honor por el sinuoso pero siempre fascinante mundo de la política.-
Imagen referencial: El Nacional