Mary Anning, primera paleontóloga mujer
La vida de Mary Anning, una vez la conoces no puedes olvidarla. Es otra mujer inglesa, valiente, salida de lo convencional (los últimos tres catrecillos han sido sobre mujeres inglesas de esa misma época). Anning fue una enamorada de la ciencia y nunca dudó de la importancia de su trabajo. Nació en Gran Bretaña a finales de 1700 y murió de 47 años en 1847. La historia de su vida es dura, triste y admirable.
Para empezar, cargó con dos lastres: la pobreza y el género. No había campo para las ideas de las mujeres en un mundo por completo machista y menos aún si se trataba de una persona pobre. Después de muchos estudios sociales y económicos sobre la posibilidad de salir adelante en la vida, se ha llegado a la conclusión de que el 90 % de la gente que nace pobre, muere pobre, y el caso de Mary Anning no se sale de la regla. Respecto al machismo en el siglo XIX, las mujeres no tenían derecho al voto, no podían asistir a la universidad y mucho menos podían ser miembros de sociedades científicas como la Sociedad Geológica. La sociedad inglesa era tan clasista, que a la clase trabajadora no se le permitía votar. Para completar las dificultades, los padres de Mary Anning eran protestantes en una sociedad donde los ricos con poder eran anglicanos; razón extra que hacía más difícil su participación en la vida científica.
Por suerte, una persona como ella, con esa tenacidad y asombrosa capacidad de observación, tuvo desde niña acceso a los fósiles, pues vivía cerca de los yacimientos costeros de Lyme Regis, pertenecientes a la formación geológica conocida como Blue Lias, dónde se encontraba una variedad enorme de estos. Mary Anning recorría los yacimientos con su padre, que era ebanista, y juntos buscaban fósiles para vender el fin de semana a los turistas y con ello completar la entrada económica de la familia, que de todos modos seguía siendo insuficiente. A la gente de esa época le gustaba coleccionar fósiles y los compraba pagando bien por ellos. La búsqueda no era difícil, pero sí peligrosa, pues las piedras que constituyen los acantilados de Lyme Regis eran y son inestables, y en épocas de lluvias se desprenden (su perrito murió allí aplastado). Al mismo tiempo, gracias a que se desprenden, se pueden ver los fósiles, pues quedan al descubierto.
A pesar de no haber ido al colegio, Mary Anning aprendió a leer y a escribir en una iglesia cercana. Para aprender biología, prestaba los libros de las bibliotecas y los copiaba con su puño y letra. Además, hacía los dibujos de músculos, huesos y todos los detalles morfológicos que explicaran la fisiología de los vertebrados y le permitieran extrapolar los conocimientos para entender las partes de esas criaturas asombrosas de piedra que encontraba en los acantilados. En esa época no se conocía la edad de la Tierra, no se sabía de los dinosauros y era impensable que un Dios que hacía todo perfecto hubiera puesto sobre la tierra animales que no existían. Era como insinuar que Dios cometía errores, que hacía cosas inútiles y arbitrarias, y que había inventado criaturas imperfectas que no había que tener transitando por la Tierra.
Su papá murió muy joven, de 44 años. Sin la entrada económica de este, la pobreza familiar se acentuó. Para sobrevivir, su madre tuvo que pedir ayuda económica a la parroquia (existía la Ley de ayuda a los pobre de 1662) pues se estaban muriendo de hambre, ella y sus dos hijos sobrevivientes (sobrevivientes ya que la muerte infantil era común y había enterrado a cinco hijos). Mary Anning continuaba con su recolección y venta de fósiles, pero la economía familiar no mejoraba. La familia sufría. Por compasión, un rico coleccionista de fósiles, Thomas Birch, les tendió una mano: hizo una subasta de su colección y les dio el dinero. Los Anning ya habían empezado a vender los muebles de la casa para pagar las deudas.
Más adelante, a los 27 años, Mary Anning tuvo un momento de relativa holgura. Entonces, compró una casa con un ventanal, para vivir en ella y poner su tienda de fósiles. A través del ventanal, exhibía los ejemplares: la cabeza de un ictiosauro, y una gran colección de ammonites y belemnites. Todo parecía ir bien hasta que desafortunadamente Inglaterra entró en una gran recesión económica y las ventas de fósiles se fueron a pique. A veces, la pobreza y el infortunio persiguen a una persona durante toda la vida. En Mary Anning se cebaron el hambre, la necesidad y un generalizado menosprecio de sus vecinos. Lo cual no sorprende, ya que es muy común que la gente común rechace a las personas no comunes. Mary era una de esas personas no comunes, porque se manejaba a sí misma, sin los comandos de un marido, porque amaba la ciencia, era independiente y confiaba en su criterio y conocimiento. Todos, aspectos inusuales en las mujeres de esa época.
Tenía alrededor de 40 años cuando le apareció un cáncer de seno muy doloroso. Para mitigar el dolor, solo había un remedio: preparados de láudano (compuestos de opio y alcohol). Los vecinos, los desgraciados vecinos, le hacían mala fama diciendo que se había dedicado a la bebida. Mary Anning nunca se casó. Acaban de hacer una película titulada Ammonite, en la cual se sustenta la tesis de que era homosexual, pero eso no lo sabremos y, además, no cambia en nada esta historia. La vida no le sonrió por ningún lado, excepto por uno: le dio una pasión verdadera, y eso es algo grande y valioso, algo que la mayoría de la gente se queda sin vivenciar.
Gracias a su gran conocimiento, se puede decir que Mary Anning fue la primera paleontóloga mujer, verdaderamente experta, hasta el punto de que les discutía a los geólogos sobre sus afirmaciones científicas. En verdad, muchos geólogos de Gran Bretaña, Europa y América sabían de su experticia y la buscaban para pedirle ayuda y consejo.
Los hallazgos fósiles de ictiosauros, plesiosauros y pterosaurios de Mary Anning fueron las piezas claves que permitieron demostrar la existencia y extinción de los dinosauros. Y alrededor de estos hechos se puede considerar que fue el principio de la paleontología.
Poco sirven los honores después de estar muertos. En todo caso, en su honor existe una iglesia en Lyme Regis con una vidriera que reza: «Este ventanal está consagrado a la memoria de Mary Anning, de esta parroquia, que murió el 9 de marzo de 1847, erigida por el vicario y algunos miembros de la Sociedad Geológica de Londres en conmemoración a su utilidad en el avance de la ciencia de la geología, y también a su bondad de corazón y su integridad».
Charles Dickens escribió un artículo en la revista All the Year Round sobre las dificultades que Mary Anning tuvo que superar, incluyendo lo de la incredulidad de sus vecinos sobre su trabajo. Existe un trabalenguas en su honor: She sells sea shells on the sea shore (Ella vende conchas de mar en la orilla del mar). También existen dos especies de peces fósiles con su nombre: Acrodus anningiae y Belenostomus anningiae. En 2009, Tracy Chevalier escribió una novela histórica titulada La huella de la vida (título original en inglés: Remarkable Creatures), que narra la vida de la Anning y sus descubrimientos, así como los de Elizabeth Philpot, su amiga y ayudante. Esta es una vida fascinante, una historia inolvidable. Solo espera uno que la película sea buena, y le otorgue el valor que se merece.