Más prosa, menos poesía
El ‘gran acuerdo nacional’ suena como una invitación a que el país le dé la razón a Petro en todo.
El 20 de julio, el Presidente volvió a insistir en la necesidad de un “gran acuerdo nacional”. Desde entonces he estado muy pendiente cada vez que el mandatario menciona la propuesta, a fin de entender cuál sería el contenido del acuerdo que propone. He concluido que, como Proteo –el homérico dios de los mares que cambiaba de forma para no dejarse atrapar–, el pacto planteado por el Presidente muda tanto sus contornos que es imposible saber a qué se refiere.
Por momentos parece que Petro estuviera hablando de un compromiso para garantizar la implementación del acuerdo con las Farc y respaldar las negociaciones con el Eln y otros grupos armados. A lo mejor incluso con narcos puros, aunque eso tampoco está claro.
Se descuida uno por un instante, sin embargo, y el acuerdo nacional cambia de forma. De repente se trata de una alianza por la educación. En otro momento, el foco es la desigualdad. O la reforma agraria. Y no podemos olvidar, entre los posibles objetivos de la iniciativa, la lucha contra el cambio climático. Ah, y sin duda en el saco del acuerdo cabe la renegociación del TLC con Estados Unidos. Es más: con frecuencia al gran pacto soñado por Petro se le notan las ganas, nunca explicitadas con franqueza, de adelantar una reforma sustancial, antimercado, del modelo económico del país.
Luego, en otras ocasiones, el acuerdo nacional adquiere la forma más modesta de un convenio de gobernabilidad con los demás partidos para sacar adelante los proyectos legislativos de la Casa de Nariño.
Lo incongruente es que, mientras el mandatario habla de un gran acuerdo, él mismo o alguno de sus ministros tratan a la dirigencia gremial de “Coca-Colas en el desierto”; casan peleas con empresas como Argos, que fue acusada temerariamente de enriquecerse con tierras arrebatadas a campesinos desplazados por la violencia; y se refieren a “la prensa”, en genérico, como enemiga del Gobierno. Ante los reparos técnicos a la reforma de la salud, se respondió reemplazando a la ministra Corcho por un ministro con instrucciones de hacer exactamente lo mismo que ella. A las serias preocupaciones del sector productivo sobre la reforma laboral, se respondió: “Mamola”.
A la luz de esas provocaciones, no suena sincera la intención del Presidente de dialogar. El “gran acuerdo nacional” suena más como una invitación a que el país le dé la razón a Petro en todo.
Existe además la posibilidad de que el acuerdo ideado por el mandatario sea como otro ser mitológico: una quimera, compuesta de todos los propósitos enumerados arriba. En ese caso estaríamos ante una agenda más maximalista todavía que la del presidente Santos en el acuerdo con las Farc, proceso que condujo a la fractura del establecimiento y a un estado de polarización del que no nos recuperaremos por mucho tiempo. El que mucho abarca mucho agrieta.
Esa última posibilidad es aterradora, pues, mientras nos enfrascamos en paralizantes debates ideológicos, se nos acumularán decenas de problemas de índole práctica: el frenazo de la economía, el estado de las vías, el impacto del fenómeno de El Niño, las amenazas de racionamiento de luz y de gas, las colas para reclamar los subsidios del Estado, el desfinanciamiento de las EPS, los riesgos que se ciernen sobre las elecciones de octubre y, por supuesto, la agudización de la violencia.
La polarización del país, la indefinición de la propuesta del Presidente y la insinceridad que proyecta su administración le auguran poco éxito al acuerdo nacional. Pero, en cualquier caso, sería preferible que el Gobierno le bajara un poco a la poesía y se dedicara más a la prosa: a resolver, uno a uno, los problemas concretos que agobian a la ciudadanía. Los hay para escoger. Más que epopeyas, el país espera soluciones.
THIERRY WAYS
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