Mejorar un país, arruinar un país
A raíz de la visita de protesta que acaba de hacer Felipe González a Venezuela, conviene recordar lo que hizo por España su ex presidente hace tres decenios, durante un mandato de 13 años, y lo que Hugo Chávez y Nicolás Maduro han hecho por Venezuela en los últimos 16. Vamos a suponer, en principio, que tanto González como Chávez y Maduro tuvieron las mejores intenciones, pero no nos adentremos en su alma ni en su corazón: veamos simplemente los resultados.
Felipe González fue el primer presidente socialista que hubo en España después de la Guerra Civil, la dictadura de Franco y el régimen de transición. Esta transición estuvo marcada por Adolfo Suárez, que tuvo el valor de desmontar las Cortes franquistas, de aprobar una constitución de verdad democrática y de resistir al intento de golpe de estado. Luego vino Calvo Sotelo, que gobernó poco tiempo tras la renuncia de Suárez.
Pues bien, Felipe González no presidió un gobierno resentido, revanchista ni marcado por el fanatismo ideológico. Se le podrá criticar, y mucho se le ha criticado desde la izquierda, por el hecho de que por su culpa (o gracias a él) el partido socialista abandonara la ortodoxia marxista y siguiera una línea socialdemócrata. Se le criticó, también, por ser moderado y conciliador con buena parte de los empresarios españoles (es decir, según muchos, por ser “poco socialista”), pero el hecho es que durante su gobierno España dejó de ser un país oscuro, clerical y dividido entre buenos y malos, un país atrasado de la periferia de Europa, y se sentaron las bases de un país moderno, dinámico, y sobre todo luminoso, alegre y lleno de vida. La España de la movida, pese a sus múltiples escándalos de corrupción, era un país volcado al futuro, un país de grandes cambios sociales positivos (salud pública y educación universales), de esperanza económica y apertura cultural y mental. Hace 30 años, precisamente, González firmó la entrada de España a la Comunidad Europea, quizá una de las instituciones menos malas de este mundo imperfecto.
Chávez y Maduro, en cambio, instauraron y continuaron un régimen del odio, el revanchismo social y el resentimiento de clases. Sin anunciarlo antes, y aliados con Cuba, trataron de aplicar las recetas fallidas del marxismo ortodoxo. Durante los años de mayor bonanza petrolera de la historia del mundo, repartieron de un modo grotesco los recursos públicos de un país riquísimo, y lo lograron quebrar. Adularon y compraron a las clases más pobres con regalos y prebendas populistas. Encarcelaron o desterraron a los opositores políticos y expropiaron a los empresarios. Al hacer casi imposible el ejercicio de la oposición, renunciaron a la crítica. Y al asfixiar a los empresarios arruinaron un aparato productivo que al menos conseguía abastecer el consumo interno del país.
Hace 20 años Venezuela, con todos sus defectos, progresaba lentamente y parecía salir de la condición de subdesarrollo. Hoy, tras más de tres lustros de desgobierno chavista (salvo algunos sectores marginados que han conseguido el regalo de un techo, una salud o una educación de tercera clase), el país se hunde en la inseguridad, el desabastecimiento, la inflación y la represión política de la disidencia. La prensa comprada o clausurada; los principales opositores políticos presos sin causa justa; los intelectuales arrinconados y humillados. Venezuela sin conflicto tiene tasas de delincuencia y homicidios que duplican las de Colombia con todo y conflicto.
A manifestarse contra ese desastre fue, muy valientemente, Felipe González, a Caracas. No lo dejaron visitar a los presos ni asistir a sus juicios. Lo vilipendiaron con todas las groserías imaginables. Y sin embargo es Felipe González quien tiene la razón, y quien tiene a su espalda el respaldo de la historia de un país que progresó en sus manos, y que puede señalar con la voz firme y la frente en alto el desastre que ha sido, en todos los sentidos, el actual gobierno venezolano.