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Mi despedida

Esta personalidad genial que ayer lloramos colectivamente era profundamente creyente en Dios, en la familia, en Chile, en la democracia, en el diálogo cívico, en el interés por los demás. Su muerte nos interpela sobre los valores extraviados.

 

¡Qué impotencia siento al no poder expresar en persona el dolor por la partida del ex Presidente Piñera, que en el 2010 me llamó a formar parte de su equipo! Estoy fuera de Chile y he seguido por los medios la despedida que le hizo nuestro pueblo en las calles, de madrugada o bajo el sol, soportando horas de espera en el exterior del Congreso. Hubiera querido estar allí. Los testimonios de la gente me conmovieron profundamente. Me hicieron llorar. A su vez, la actitud de un gobierno que ha estado a la altura me devolvió la esperanza en Chile, en el sentido republicano que pervive, en la importancia de preservar los símbolos que se fueron construyendo a lo largo de la historia. No obstante, la lejanía, me quedan estas líneas para recordar a Sebastián Piñera puertas adentro.

En estas semanas nuestra sociedad ha estado inundada de dolor. Primero, los devastadores incendios que asolaron la Región de Valparaíso dejando más de un centenar de muertos. Luego, esta tragedia. Me uno al dolor de tantas personas que trabajaron una vida y lo acaban de perder todo en incendios criminales provocados por terroristas. Es hora de que renovemos la unión que nos hace fuertes en la adversidad, utilizando para reconstruir esa Región el mismo espíritu de quien sacó a 33 mineros desde la profundidad de la tierra. Tal vez ese sea el más profundo y sentido homenaje de todos al estadista que acabamos de enterrar.

Se han exaltado en estos días las innumerables virtudes del Presidente Piñera. La mayor parte de ellas las experimenté en forma personal y quisiera compartir algunos recuerdos.

A mediados de febrero del 2010 aterricé en Santiago desde Hungría, donde servía como embajador de Chile. No sabía muy bien qué sería de mi futuro. No obstante, al igual que otros diplomáticos convocados a Santiago, teníamos claro que quienes entramos al servicio público por vocación lo hicimos para poner nuestras capacidades a disposición del país y de nuestros compatriotas y, además, que si éramos invitados por el nuevo Presidente a colaborar no podíamos rehusar.

Después de una entrevista personal con el futuro Canciller, Alfredo Moreno, en la que le confirmé mi disposición, recibí a los pocos días una llamada telefónica del Presidente electo invitándome. Al día siguiente nos conocimos en una amplia casona en Apoquindo, donde se respiraba un ambiente frenético. Ahí mismo nos pusimos a trabajar un comunicado. A las pocas horas las prioridades en el programa de política exterior cambiaron porque la devastación provocada por el brutal terremoto del 27 de febrero de ese año exigía otro rumbo en lo inmediato.

Para Sebastián Piñera el día no tenía 24, sino 48 horas. Corría contra el tiempo y sus explicaciones eran intencionadamente esquemáticas. La Memoria y Contramemoria de Chile en el caso de la delimitación marítima con Perú las leyó y estudió enteras. Una de ellas, quitándole horas al sueño durante un viaje al exterior. Por eso interrogaba sobre cada detalle y proyectaba en sus apariciones una imagen eficiente pero distante… y no era así.

Apreciaba tremendamente la familia como fundamento de la sociedad. Amaba a la suya con pasión. Buscaba estar en familia en cuanto podía. Con nosotros compartió un par de noches cuando servíamos a Chile en Trinidad y Tobago. Entonces, se dejó mansamente reorganizar una maleta grande pero casi desprovista. A todos nos interrogó en esas horas con juegos rápidos y disfrutaba como un niño los trucos de magia de uno de mis hijos. Quería descubrir cómo lo hacía mirando de reojo y hasta por debajo de la mesa. Se reía. Conocimos al Sebastián Piñera que jugaba y alborotaba a sus nietos como profunda expresión de amor y cariño hacia ellos.

Simultáneamente, miraba el celular porque preparaba la visita al penal de Ramo Verde en los alrededores de Caracas, junto a otros ex Presidentes latinoamericanos. Entre todos querían mostrar su solidaridad a Leopoldo López, encarcelado arbitrariamente por el dictador Maduro.

Su visita a Trinidad y Tobago y Barbados, como ex Presidente, tuvo por objeto explicarle a los primeros ministros, cancilleres, Poder Judicial, jueces de la Corte de Justicia de Caricom cual era la posición de Chile en la demanda entablada por Bolivia en contra nuestra ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Lo hacía por servir a Chile, entonces gobernado por Michelle Bachelet. También se reunió con un grupo de empresarios destacados para saber cómo se había logrado armar el polo energético de Trinidad, y el futuro del mismo.

Años más tarde, en mi primer día en Brasilia, quiso saber cómo era la residencia fiscal que iba a habitar y la recorrió entera, pieza a pieza. No le gustó nada, pero no por su arquitectura, tamaño o la elegancia que transmitía su mobiliario que eran fruto de épocas pasadas y otras circunstancias, sino porque para un matrimonio la encontró inhóspita. Sin nuestros hijos esa inmensidad era desapacible. Conjuntamente, encontramos un rincón donde se podía armar un departamento. Dejaba patente una vez más que el Sebastián Piñera de los números, el de los punteos fríos, estaba atento a cada uno y a su familia en cosas pequeñas de cada día, sin aspavientos.

Hace relativamente pocos meses nos visitó en Salamanca, España. Alteró otros planes para llegar a nuestra casa porque le importaba saber de nosotros. Quería comprobar cómo estábamos, qué planes teníamos. Bromeando, tomó una máquina sopladora de hojas para despeinar a su primo Andrés que le acompañaba. Otra vez estaba allí el Piñera lleno de cariño por los demás, atento, buscando rodearse de familia en cualquier lugar. Nunca llevaba el cargo consigo, siguiendo una sobria tradición chilena que nos enorgullece.

No obstante, permanentemente buscaba aprender algo más, nutrirse de nuevas ideas para Chile y su futuro. Siempre estuvo inquieto, activo. Su mente, tremendamente creativa y su carácter impulsivo lo llevaban a indagar más, a servir más.

En aquella visita privada a Salamanca compartimos con el Rector de la varias veces centenaria universidad. Quería sondear cómo se manejaba la autoridad y el alumnado; el equilibrio entre los derechos y deberes de unos y otros; la gobernanza universitaria; las áreas de excelencia que ofrecía la Universidad. Todo lo aquilataba. El Rector le ofreció la posibilidad de desarrollar una investigación con tranquilidad y alejado del trajín diario, “huir del mundanal ruido”, pasar un año académico en una de las ciudades más hermosas de Europa.

Nada más lejos del carácter de Sebastián Piñera que el sosiego. Era reflexivo, sí, pero le apasionaba la gestión, hacer cosas, estar en movimiento constante. Era cultísimo, también, como lo atestigua Cristián Warnken en su artículo sobre el ex Presidente. Puedo dar fe de ello cuando con uno de sus ministros debatían como expertos sobre La Odisea. Era estudioso y dominaba los detalles en cada uno de sus ministerios. Esta personalidad genial que ayer lloramos colectivamente era profundamente creyente en Dios, en la familia, en Chile, en la democracia, en el diálogo cívico, en el interés por los demás. Su muerte nos interpela sobre los valores extraviados.

A Cecilia, a sus hijos y nietos, un cálido abrazo con toda gratitud por su entrega a Chile.

 

Embajador, ex Subsecretario de Relaciones Exteriores

 

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