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Michael Penfold: El 6D es un punto de quiebre: quien tenga ojos que vea

DSC_84951Tras conocerse los resultados electorales de la cita comicial legislativa del 6 de diciembre, Prodavinci solicitó a Michael Penfold que respondiera tres preguntas que ayudaran a los venezolanos a visualizar mejor el panorama político con base en tres preguntas. Penfold, Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Columbia, realizó el siguiente análisis que compartimos con los lectores de Prodavinci.

1. ¿Cuál es la lectura desde el punto de vista político que le das a los resultados de ayer?

Los votantes venezolanos dieron una señal no sólo electoral sino sobre todo popular de lo que quieren: cambio económico, garantías democráticas y bloquear cualquier reforma que ponga en tela de juicio sus derechos sociales.

Los venezolanos no votaron por otra revolución: votaron por un cambio.

Uno podría estar muy tentado a escudriñar los detalles de los resultados electorales y pasar a explorar la realidad de las regiones y los circuitos distritales, pero es inútil perder el tiempo en eso cuando el descontento fue tan grande que hizo que más de dos millones de votantes chavistas (eso en comparación con los resultados presidenciales del 2013) estuviesen dispuestos a castigar a su propio liderazgo.

Éste es un fenómeno estrictamente nacional y su lectura debe ser global, viéndolo con perspectiva histórica.

Es evidente que la oposición logró capitalizar electoralmente un enorme descontento, con una economía que en los últimos años prácticamente ha perdido casi un cuarto del PIB y ha hecho que los ciudadanos esperen en colas mientras ven perder el valor de su salario y se hunden en la pobreza. Así que queda por verse si ese capital electoral lo logran convertir en un gran capital político.

La oposición ahora es una fuerza legítima en control de un poder nacional. Ése es su mayor triunfo. Tiene un poder inmenso, pues con la mayoría calificada prácticamente puede reescribir el juego constitucional. Sin embargo, tiene un reto pendiente: integrar en un proyecto orgánico a un votante está descontento y, además, continúa desconcertado ante la cruenta realidad económica y social ocasionada por la caída del ingreso petrolero y la presencia de unas políticas económicas y regulatorias absurdas que han exacerbado la crisis externa y promovido el colapso de la economía. Y debe lograrlo sin sentir que están traicionado su pasado.

Los votantes que salieron a castigar a la revolución en las elecciones legislativas quieren poder volver a soñar, pero también desean vivir sin culpa.

Y el reto del chavismo es despertar.

La muerte de Chávez generó un aura de invencibilidad política estimulada por un discurso histórico en esteroides.  No sólo el chavismo se dedicó a negociar cuotas y parcelas entre grupos rentísticos, para estabilizar la sucesión y  darle forma a un liderazgo colectivo, sino que se mostró cada vez más insensible, menos conectado con sus propias bases y cada vez más autosuficiente y autocrático. Y a pesar de que las condiciones externas estaban cambiando, el chavismo decidió fragmentar la toma de decisiones económicas entre distintos grupos, se mostró escéptico ante lo irreversible del cambio del mercado petrolero internacional, hundiéndose en el inmovilismo y la corrupción.

El chavismo entra ahora en una crisis de liderazgo tanto individual como colectivo que sólo puede superar con una rectificación inmediata y una apertura democrática. Ese cambio lo puede promover unilateralmente, dentro de sus propias estructuras. También puede hacerlo en un esquema más abierto, que supone la construcción de una nueva coalición. Éste es un dilema que en los próximos meses veremos cómo se resuelve o, más bien, si se impide.

Hasta ahora el chavismo ha mostrado muy poca voluntad de avanzar en esa dirección.

Siempre existe la posibilidad que el liderazgo del chavismo piense que está enfrentando el escenario chileno pinochetista y que la oposición va por la revancha. El Presidente Maduro siempre asoma esa idea en sus discursos y afirma insistentemente que será necesario radicalizarse frente a un Congreso obstruccionista y provocar una crisis terminal, como Salvador Allende. Lo que ocurre es que, a diferencia del Chile de los años setenta, en esta Venezuela, la Asamblea Nacional se elige dos años más tarde que el presidente y los votantes están diciendo diáfanamente que no le gustan las políticas económicas que está promoviendo el mismo presidente por el que votaron. De modo que la comparación entre Venezuela y Chile es anacrónica y puede enceguecer todavía más al liderazgo chavista, sobre todo si no hay un momento de sindéresis y se acepta que llegó el tiempo de enfrentar a sus propios fantasmas.

Para el chavismo, el voto castigo está señalando que los problemas centrales son la falta de modernidad económica, su radicalismo político cada vez más lleno de lugares comunes y la ausencia de una propuesta para enfrentar una nueva realidad nacional.  El chavismo debe comprender que la estabilidad macroeconómica no es un tema ideológico y que las políticas públicas sólo se pueden debatir si ese bien publico está provisto. La miopía de someter a la economía a un esquema de controles cada vez más amplio los ha convertido en fabricantes de colas y escasez, en una maquina cada vez más corrupta.

Semejante modelo no es ni siquiera socialista: es simplemente regresivo.

Por eso la oposición debe realizar una lectura de su triunfo desde el punto de vista del nuevo votante que, finalmente, logró atraer: no sólo desde el punto de vista de su votante tradicional.

Ambos votantes son distintos.

En muchos sentidos, este nuevo votante está “prestado” o es un “voto de confianza”, pero es tan grande que vale la pena pensar cuál es la verdadera agenda para retenerlo. Si la oposición disecta el triunfo desde esta perspectiva (y no se engolosina con una victoria tan amplia, logrará consolidar una nueva mayoría.

Por el contrario, el chavismo debe sentarse a entender qué pasó con su votante y ver si lo puede atraer nuevamente. Es un esfuerzo que pareciera épico, pues implica reinventar su discurso y rectificar sus políticas. Eso que vimos el 6 de diciembre es uno de los votos castigos más grandes de la historia republicana, sólo comparable con el voto castigo contra el puntofijismo y el advenimiento de Hugo Chávez Frías.

De hecho durante, este 6 de diciembre uno de los votos castigos más emblemáticos y quizás el más dramático fue el voto rural chavista: los campesinos decidieron rebelarse y buscar opciones y alzar su descontento aun frente al peso de una estructura electoral draconiana.

Vamos a ver si esa maquinaria es capaz de revisarse, si puede volver a imprimirle algo de alma a su política de base o  si, más bien, continúa imbuido en la sordera.

El chavismo es temible, pero sus bases decidieron que le toca una dosis de “ubicatex”, para decirlo a lo venezolano.

Y a la oposición le toca un momento de humildad y reconocimiento de ese nuevo votante que entró (¡quién sabe!) temporal o permanentemente en sus filas.

2. ¿Cuáles son los desafíos a los que se enfrenta la oposición ahora que debe conducir la Asamblea Nacional?


La primero que debe hacer la oposición en la Asamblea Nacional es actuar apegados a la Constitución, ser muy transparentes en su agenda y coherentes. El chavismo debe aceptar su condición de nueva minoría, tanto en la Asamblea como en la opinión pública, pero también son mayoría institucional en su control de los otros poderes. De modo que éste no es un momento de consensos, sino de negociación. Y ambas cosas son muy diferentes. Es difícil pensar que hay espacios de consensos entre chavismo y oposición, pero sí puede haber un campo para encontrar garantías mutuas que le permitan a ambos convivir democráticamente.

Éste es el reto de ambos bandos. Si fallan, ese mismo votante que acaba de castigar al gobierno se va a encargar de volver a pasar una nueva factura electoral, pero esta vez a ambos actores.

La pasión es mala consejera y por eso hay que racionalizar un triunfo que conlleva a la mayoría calificada.

El chavismo por su parte tiene que renunciar a su proyecto hegemónico. La democracia no surge sólo por los valores y el primer orden de preferencias de los líderes y los ciudadanos (porque rara vez los políticos quieren compartir el poder). La democracia emerge precisamente cuando hay un conflicto que obliga a los distintos actores a aceptar un esquema que los lleva a compartir el poder electoralmente y todos aceptan que esa opción es preferible a eliminarse mutuamente.

Venezuela está en ese instante histórico.

Lo que no está claro es cómo se va a traducir esa realidad en reformas institucionales y democráticas.

Habiendo dicho eso, la oposición debe entrar en este proceso político con una condición moral: no pueden haber presos y perseguidos en un país que aspira a ser plenamente democrático. Eso es lo único que no se negocia: el pleno ejercicio de los derechos políticos y civiles. De ahí la importancia de una Ley de Amnistía Política como primer paso para enmarcar dicha negociación.

Los chavistas también han colocado como pilar moral la necesidad de respetar el marco constitucional y social de la revolución. Es decir: que cualquier cambio constitucional o social debe ser acordado.

Preocupa entonces cuando se escucha a algunos analistas decir que estamos en tiempos de grandes pactos políticos, de una transición que genere grandes consensos, normalmente para excluir a otros grupos, cuando lo cierto es que estamos en un momento de negociación política que está por iniciarse entre grupos (tanto hacia dentro como hacia afuera del chavismo y la oposición) que no necesariamente se quieren ni se respetan.

Es un momento complejo y de mucha fragilidad. Y la Asamblea Nacional puede ser un actor central en ese proceso.

Entender esto es fundamental, pues es posible que terminemos aceptando cosas que en principio no nos gustan pero que son mejores que cualquier otra alternativa, al menos en el corto y mediano plazo. Y esto no sólo es cierto en lo político sino también en lo económico.

Por eso estos son tiempos para consumar grandes liderazgos: líderes que sepan jugar tanto a la política de masas como a la de salón.

En otras palabras, se avecina una negociación compleja porque el resultado no puede implicar que el chavismo se suicide. Tampoco puede implicar que el gobierno bloquee las garantías políticas y electorales futuras para la oposición.

Y ambas partes tienen amenazas creíbles para hacer valer sus peticiones. La oposición con 2/3 de la Asamblea puede promover unilateralmente reformas, enmiendas o varios tipos de referéndum, en especial el referéndum revocatorio. Pero no debería hacerlo en las primeras de cambio: el gobierno puede responder con su control del Tribunal Supremo de Justicia y de los otros poderes. También siempre puede radicalizarse mucho más: tratar de jugar la carta militar o de los colectivos.

Tampoco debería hacerlo.

La razón es que este juego tiene sus limites: la paciencia del elector y el funcionamiento de la economía.

Si el votante percibe que no hay una mejora en los niveles de bienestar en el país en los próximos meses, terminará castigando tanto al gobierno como a la oposición. Por eso el interés de ambas partes llegar a un acuerdo relativamente rápido.

Una negociación ganadora es una que reforme los limites a la reelección presidencial e introduzca un probable recorte del actual periodo presidencial, proponga un acuerdo que acepte nombrar nuevas autoridades tanto en el sistema judicial como electoral y que incluya como beneficiarios de la Ley de Amnistía no sólo a los políticos de oposición sino también a los políticos chavistas que se puedan sentir amenazados por el cambio.

En el plano económico, es posible compartir el costos de un programa de estabilización y darle viabilidad en el marco de este acuerdo político a una agenda de transformación productiva profunda que le abra espacio tanto a la inversión publica como privada. Si esta negociación falla, el país va a tener que volver nuevamente al plano electoral a resolver el problema: sea a través de una referéndum revocatorio y la convocatoria de unas elecciones presidenciales o a través de una consulta constitucional.

3. ¿Cuáles son los desafíos a los que se enfrenta el gobierno luego de la derrota de su partido en las elecciones del #6D?


El gobierno tiene un solo desafío: reinventarse. Luce agotado.

Para reinventarse tiene que castigar, pues necesita volver a ser creíble frente a su elector. Y eso implica cambiar de liderazgo, algo que no esta fácil pues alguien tiene que pagar la cuenta.

El gobierno tiene que buscar nuevos voceros y nuevos programas de políticas públicas para enfrentar una nueva realidad económica y social. Algo que parece complejo por poco probable. Si negocia puede tener vida, pero si insiste en radicalizarse, su futuro es oscuro. El asunto es que para negociar tiene que volver a inventar un discurso, una narrativa. Es algo que debió hacer Maduro en el 2013, pero no lo hizo y no todos sabemos si realmente es capaz de hacerlo, ahora que está en aprietos.

Aquí la idea revolucionaria de ir un paso para atrás y dos para adelante tampoco va a servir: el gobierno tiene que dar un salto cualitativo. De lo contrario, el clima de deterioro del país va a terminar de consumir el poco capital político que le va quedando al gobierno y que ya salpica al resto del chavismo.

En este punto la oposición tiene una ventaja: puede esperar. Y por eso no debe precipitarse. Es necesario que vea si realmente el gobierno y el PSUV muestran capacidad de respuesta, porque ellos tienen que mostrar sentido de urgencia y de renovación para resolver los problemas del país: de lo contrario están liquidados.

Es así de simple. La historia es implacable.

El futuro se juega en un tablero de ajedrez y aquí no hay reina y el rey está amenazado. Los peones (es decir: los ciudadanos) hasta ahora han mostrado mucha inteligencia sino paciencia, han sido asertivos y son la verdadera tabla de salvación del país. Su mayor activo.

Quizás sea cierto aquello de que el pueblo nunca se equivoca. Se equivocan quienes no saben interpretarlo. Y ahí hay un riesgo tanto para el gobierno como para la oposición.

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