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Michael Penfold: La fragilidad estructural del diálogo en Venezuela

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El diálogo en Venezuela luce como un camino minado y difícil de superar. En teoría, una ruta electoral acordada capaz de restaurar la división de poderes y el estado de derecho, además de darle viabilidad política a un programa de estabilización económica y emergencia social, sería lo mejor para el país. Sin embargo, es evidente que el camino para alcanzar estos objetivos es precario, incluso con la participación de El Vaticano.

El gobierno todavía no ha mostrado algún gesto de buena voluntad significativo que le dé credibilidad a todo el proceso y la oposición se mantiene ambivalente y dividida frente a la idea de entablar una negociación luego de experimentar la forma tan descarnada e inconstitucional como fue bloqueado el Referendo Revocatorio.

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Diversos factores juegan a favor y en contra de un posible acuerdo. Los elementos que más la favorecen son fundamentalmente externos. Algunos son bastantes obvios y otros más insospechados.

1. La Comunidad Internacional. Éste es sin duda un factor  habilitador, pues induce una mayor cooperación entre las partes. Todos los actores regionales relevantes, incluyendo aquellos más críticos del gobierno como Estados Unidos, Brasil o Argentina, apoyan el proceso de diálogo. Incluso, el Secretario General de la OEA ha manifestado la necesidad de plegarse, abandonando temporalmente su intención de activar la Carta Democrática. Por si fuera poco, la inclusión de El Vaticano como mediador consensuado por ambas partes ha terminado de blindar este apoyo. La Iglesia Católica, a través del Papa Francisco, pasa a jugarse su reputación no sólo frente a las partes sino sobre todo ante sus feligreses venezolanos como principal garante de la integridad del proceso. Es difícil pensar que El Vaticano haya decidido entrar en el diálogo sin un previo compromiso mínimo. El problema es cuán creíbles son estos compromisos, porque las partes llegan a la mesa con tanta desconfianza como con agendas radicalmente divergentes, de modo que el conflicto político continúa siendo estrictamente existencial.

2. La Restricción Financiera. El contexto país tiene una población exhausta y empobrecida frente a la incompetencia económica, el desabastecimiento, la aceleración de la espiral inflacionaria y el colapso del sistema de salud.  Cualquier aumento futuro del precio petrolero tan sólo serviría para compensar temporalmente la abrupta caída de la producción de PDVSA. El gobierno prácticamente ha utilizado la mayor parte de sus activos líquidos para financiar un modelo desquiciado. Y todas las fuentes de financiamiento externo están cerradas. Los prestamistas (no sólo los mercados de capitales internacionales, sino incluso los chinos y los rusos) y también los organismos multilaterales comienzan a pedir lo mismo para acceder a nuevos financiamientos: cambio de política económica, aprobación de créditos públicos por parte de la Asamblea Nacional y mayor transparencia. De ahí la urgencia por parte del gobierno de introducir el tema económico en la negociación, no sólo porque es conveniente compartir los costos de un posible cambio de rumbo (por más gradual que estos cambios puedan llegar a ser), sino además por la necesidad de contar con el apoyo de la Asamblea Nacional para poder aprobarlos. Este factor, curiosamente, se va a convertir en la mayor palanca de negociación por parte de la oposición, mucho más poderosa que su fuerza política.

3. Los militares. Es difícil escudriñar los intereses de una institución como las Fuerzas Armadas Bolivarianas. A pesar de la retórica lealtad revolucionaria, los militares pueden tener incentivos a presionar por una salida acordada, siempre que preserve sus intereses, se les garantice el uso del fuero constitucional que los protege y se le otorguen garantías jurídicas a los chavistas con quienes han compartido el ejercicio del poder durante casi dos décadas. Adicionalmente, las divisiones internas (especialmente entre los eslabones más bajos de la institución) probablemente sean cada vez más acentuadas. Quizás los militares aceptaron acatar la arbitraria suspensión del Referendo Revocatorio a cambio de que el gobierno aceptara iniciar un proceso de esta naturaleza y minimizar así los diversos riesgos para la institución castrense.

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Existen otros factores que obstaculizan cualquier acuerdo, de modo que también vale la pena enumerarlos:

1. El tiempo: la dimensión temporal de la negociación es compleja pues ambos actores tienen tasas de descuentos muy diferentes.  El tiempo juega a favor del gobierno, sobre todo después de que se cruce el umbral del 10 de enero de 2017, cuando una renuncia o un referendo no llegaría a precipitar elecciones presidenciales, al tiempo que el gobierno obtiene grandes réditos manteniéndose en la mesa sin necesariamente otorgar concesiones significativas a las primeras de cambio. Obviamente, los costos para el gobierno de que la oposición abandone unilateralmente la mesa comienzan a caer dramáticamente una vez que se inicia el nuevo año.

2. Los radicales chavistas son creíbles: el chavismo ha mostrado que su ala más dura es más poderosa que sus facciones más moderadas. La forma en la que se suspendió el Referendo Revocatorio mostró de forma muy cruenta sus fortalezas. En la oposición ocurre totalmente lo opuesto: el ala moderada pareciera tener mayor control político que los más radicales. En el fondo, en el chavismo los llamados “moderados” no son claramente visibles, por lo que los moderados opositores van a tener que hacer muchas concesiones para poder llegar a un acuerdo aceptable para los duros chavistas, lo cual podría como consecuencia enajenar una base de apoyo popular muy relevante para la oposición.

3. La oposición no tiene una amenaza creíble: al aceptar desmovilizar temporalmente la protesta en las calles y posponer en la Asamblea Nacional la votación sobre la responsabilidad política del Presidente, como respuesta a la crisis constitucional que supuso el bloqueo del referendo, la oposición perdió su poder de negociación más importante. Lo único que mantiene en sus manos es su capacidad de formalizar ante la OEA y Mercosur la ruptura del hilo constitucional que ha ocurrido en Venezuela, algo que tampoco va a poder realizar en estos momentos, al menos hasta tanto continúe operando una mesa de diálogo respaldada por la comunidad internacional.

4. Nuestra cultura política: en Venezuela se ha instaurado una cultura política que favorece el lenguaje de guerra, el clientelismo, la impunidad, la corrupción y la confrontación directa. Además, privilegia el uso de las redes como mecanismo de comunicación directa entre los actores y estigmatiza la política, la negociación, la discusión racional de las políticas publicas y los acuerdos. Es una herencia del chavismo que varios en la oposición imitan con el mismo fervor. Estos elementos de la cultura política venezolana se agravan con el uso de la violencia: tanto la estatal como la paraestatal. Esto se hace evidente en el uso de la represión para perseguir y silenciar a los factores de oposición que más les irrita. De ahí que el tema de los presos políticos tenga tanta importancia: en todos los procesos de conciliación, la amnistía política es un paso previo a cualquier negociación. Es la señal de buena voluntad por excelencia. En Venezuela, López Contreras legalizó a todos los partidos políticos para poder acordar los pasos de una apertura democrática gradual. Rafael Caldera hizo lo mismo con la izquierda venezolana después de la cruenta insurgencia de los sesenta.

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La mesa de diálogo, incluso con la presencia del El Vaticano, es una iniciativa importante pero extremadamente frágil.

En el papel pareciera que es el mejor camino disponible para generar resultados, tanto políticos como económicos y sociales, que incluso en el corto plazo podrían llegar a ser estables y concretar una salida electoral para Venezuela.

Sería absolutamente irresponsable no explorarla, sobre todo porque las alternativas parecieran ser irreales y probablemente terminarían dándole  aún más poder al estamento militar, algo de lo que ya gozan en abundancia.

En otro artículo publicado aquí en Prodavinci señalé las características ideales de una posible negociación, pero reconozco que esto es tan sólo un deseo teórico que dista mucho de la realidad. Es necesario reconocer con honestidad que los factores internos que caracterizan a este proceso no auguran un acuerdo favorable para la oposición.

Su mayor bondad es que internacionaliza la crisis venezolana y por lo tanto restringe más al chavismo (por ser gobierno) que a la oposición. Sin embargo, es evidente que cualquier texto que surja del seno de estas mesas va a estar caracterizado por concesiones muy limitadas, debido a las amenazas creíbles que tiene el segmento más duro dentro del chavismo, a la falta de congruencia temporal entre ambos grupos y a la asimetría en el poder de negociación.

El acuerdo, si es que se materializa, tendrá entonces como resultado garantías parciales con concesiones sustantivas, sobre todo en el ámbito electoral, incluyendo la formalización de un cronograma y el otorgamiento de algunas garantías electorales. Y quizás ofrezca algunos avances en la esfera económica. Pero sólo la presión externa va a poder compensar la debilidad negociadora de la oposición, más allá de su mayoría electoral actual, e inducir al gobierno a que ceda en algunos otros puntos igualmente críticos.

Es indudable que las probabilidades de que todo este esfuerzo colapse son muy altas. Y si eso ocurre, se van a profundizar el conflicto, la crisis económica y la crisis social en la que todos estamos inmersos.

Venezuela es una grieta y el país se encuentra atascado en la parte más baja de la montaña, pero también en la parte más dura. Vivimos en una nación donde la ferocidad del verbo, la ausencia de instituciones, la irresponsabilidad económica, las armas, la represión y la falta de confianza conspiran permanentemente contra la tolerancia y el desarrollo.

En ese contexto, el diálogo es apenas eso: una esperanza muy tenue.

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