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Michel Houellebecq: “Hay que interrumpir el confort con sobresaltos”

2075EntrevistaV2-610x915El escritor se reinventa como artista contemporáneo. Tras el revuelo que armó con ‘Sumisión’, la novela donde pronosticaba el dominio musulmán de Europa, ahora desembarca en el Palais de Tokyo de París con fotografías que retratan sus obsesiones: desde el vacío existencial hasta el apocalipsis.

TRAS SEMBRAR el pánico en el mundo de la literatura, Michel Houellebecq se dispone a hacerlo en el del arte. Superado uno de los años más complicados de su vida –el que acompañó la publicación de Sumisión, su sexta novela, en la que profetiza la islamización de Francia y que le ha valido amenazas de muerte–, el escritor se reinventa como fotógrafo. Houellebecq acaba de inaugurar una exposición en el Palais de Tokyo, museo parisiense especializado en el más novedoso arte contemporáneo, que permanecerá abierta hasta el final del verano. Sus imágenes retratan paisajes decadentes y desangelados, repletos de edificios brutalistas en los que un día se practicó el turismo de masas, parecidos a los que uno logra visualizar cuando lee sus novelas. Houellebecq también ha protagonizado una performance en la bienal Manifesta, en Zúrich, donde se ha sometido a un estricto control médico del que ahora expone el resultado: análisis de sangre y radiografías, resonancias magnéticas y animaciones del latido de su corazón, reproducciones de su cráneo y de su mano derecha. “Todo el mundo sabe que no lleva una vida muy sana. Y, sin embargo, tiene buena salud”, explicó Henry Perschak, el médico suizo que condujo los análisis.

Si el escritor, premio Goncourt, es un icono de nuestro tiempo, es comprensible que el más nimio de sus gestos sea percibido como una auténtica obra de arte, casi como si fuera un Dalí o un Warhol. Envuelto en su sempiterna parka, sin escolta a la vista y con la dentadura postiza bien colocada, Houellebecq se presenta en un restaurante pegado al Sena en una de las tardes que precedieron a su histórica crecida y desbordamiento, tal vez los primeros síntomas de ese apocalipsis que no deja de pronosticar. El autor de Las partículas elementales pide al camarero una botella de vino blanco, una tabla de quesos y un cenicero, del que se servirá para encadenar innumerables silk cuts, que se fumará sujetándolos entre el anular y el corazón. A sus 60 años, Houellebecq parece la sombra de sí mismo. “Ya no tengo interior / Ni pasión, ni calor; / Pronto me reduciré / A mi estricto volumen”, jura en uno de los poemas de su última antología, Configuración de la última orilla, que acaba de publicar Anagrama. El primer sentimiento que despierta es, inexplicablemente, la compasión. Su voz resulta titubeante. Su sonrisa, tímida e infantil. Lo que seguirá será una conversación llena de silencios, cubiertos por el sonido algo angustiante de un ruidoso ventilador. En ella desgranará escrupulosamente, sin perseguir la polémica ni el escándalo, cómo piensa y trabaja, cómo percibe el mundo y cómo traduce esa visión en su obra. La primera imagen de su exposición contiene esta leyenda: “Hagan sus apuestas”. La última de ellas dice: “No tiene usted ninguna posibilidad”.

Combina sus imágenes con versos extraídos de sus poemas. ¿Fotografía y poesía son dos artes que se parecen? En todo caso, se parecen más entre sí que a una novela, que suele servir para expresar cosas distintas. En mis novelas hablo de personajes, mientras que en mis poemas y fotografías los seres humanos brillan por su ausencia. Para mí, una novela se puede debatir o incluso contradecir. En cambio, no existe contradicción posible a un poema.

¿Por qué retrata esos paisajes desiertos? Porque la ciudad no me interesa demasiado. Me gustan más las zonas periurbanas y los paisajes naturales. Seguramente existe una razón biográfica. Crecí en el campo y pasé mi adolescencia en la banlieue, así que llegué relativamente tarde a París, que es un lugar que me ha marcado menos.

El panorama que desprenden sus imágenes es anodino y decadente. ¿Así es como ve la Francia de hoy? En esos lugares vive la mayor parte de la población. Solo los ricos viven en los centros urbanos. La gran mayoría reside en esas zonas algo indefinidas, en las que podemos encontrar un retrato del francés de hoy. Para esa parte de la población, la vida se ha vuelto muy dura. Claro, todo el mundo preferiría vivir en el Marais parisiense o en cualquier rincón idílico, pero no es posible. El paro ha aumentado y los precios son tan altos que se ven obligados a marcharse lejos de la ciudad. Es gente que tiene la sensación de vivir como si les espantaran.

¿Se identifica con ellos? Sí. No voy a fingir ser pobre, porque tengo condiciones de vida más favorables que las suyas, pero sí sé cómo es su existencia, porque crecí en lugares parecidos. A mí me ha ido bien en la vida, pero proceder de un lugar así no es nada divertido. Sería indecente que me quejara, porque he tenido un éxito enorme, pero eso no me impide ver lo dura que se ha vuelto la vida desde mi adolescencia. Pero estoy convencido de que, incluso si vivimos en un universo feo, siempre podemos extraer algo bello.

Muchas de sus imágenes están tomadas en España. ¿Qué le interesaba capturar?Nunca he vivido allí, pero tengo una casa desde hace 15 años [en la costa de Almería]. En España, la gente es menos depresiva que en Francia, y eso que tienen más razones para serlo. Otra diferencia es que los españoles no se quieren a sí mismos. Los franceses adoran criticarse, pero no soportan que lo hagan los demás. Los españoles, en cambio, lo aceptan sin problemas. También es un país con más problemas de identidad. Existen fuerzas centrífugas que no hay en mi país. Por ejemplo, en mi opinión, Cataluña acabará siendo independiente.

¿Qué le hace decir eso? No lo sé, es solo una impresión. Lo que veo es que se sienten más aptos y más competentes para gestionar sus intereses. Me parece más bien negativo… Pero, al margen de eso, España me gusta. En especial, visualmente. En Almería hay una cantidad de polvo increíble, que lo recubre todo. Si lavas tu coche por la tarde, a la mañana siguiente tendrás que hacerlo otra vez. A nivel visual, ese polvo me parece muy impresionante.

Sus imágenes parecen describir un mundo posapocalíptico. ¿Lo que dice es que nos dirigimos inevitablemente hacia la hecatombe? Es una posibilidad. Cuando visito un lugar nuevo, me pregunto si logrará sobrevivir a la desaparición de la humanidad. Por ejemplo, si se produjera una epidemia viral, provocaría un apocalipsis suave. Los edificios seguirían donde están, porque no sería como en una guerra atómica, pero se iría produciendo una erosión. Eso es lo que describen mis imágenes.

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Imágenes que forman parte de la muestra que Houellebecq expone este verano en el Palais de Tokyo de París.

El apocalipsis aparece en libros suyos como La posibilidad de una isla, en El mapa y el territorio y, en cierta manera, en Sumisión, donde describe la desaparición de la cultura francesa. Se diría que fantasea, incluso en el sentido erótico de la palabra, con ese apocalipsis. ¿Desea que ocurra? No, no es algo que desee, pero me parece interesante plantearlo. Comparto algunas de las preocupaciones de la ciencia-ficción. Podemos imaginar que otras especies, ya sean animales o extraterrestres, retomen el papel que ha tenido el hombre hasta ahora. Podemos imaginar a pulpos inteligentes.

¿Lo que dice es que el ser humano tampoco ha sido para tanto? No, tampoco diría eso, porque ha tenido una capacidad de transformación que las otras especies no han poseído. No me parece una especie nefasta. La producción intelectual del hombre ha sido impresionante, igual que la tecnológica.

Es curioso, porque en La posibilidad de una isla decía que los siglos de arte y filosofía no servirían de nada, porque en el futuro solo se recordarán las innovaciones tecnológicas. ¿Para qué sirve, entonces, escribir? No sé qué me hizo escribir eso. Debió de coincidir con un periodo de depresión. Yo me dirijo a quienes están vivos. Mientras la humanidad subsista, escribir seguirá teniendo un mínimo sentido.

En El mapa y el territorio se mostraba muy crítico con el arte contemporáneo. ¿Ha cambiado de opinión, ahora que usted también es artista? No todo el arte contemporáneo me disgusta. No me gusta la tendencia a hacer dialogar las épocas, a buscar la contemporaneidad en los siglos pasados. Y tampoco me convence ese arte en el que la explicación es más importante que la obra en sí, como fue el caso en épocas más conceptuales que la actual. Recuerdo una obra de Joseph Beuys que me gustó bastante hasta que leí la explicación: todos los objetos que presentaba fueron fabricados el año de la publicación de El capital, de Marx. A menudo encuentro que esas explicaciones teóricas son un poco ridículas.

En el catálogo de la muestra afirma que con sus imágenes aspira a despertar a sus visitantes, “a provocar colisiones que les hagan salir de su zona de confort”. ¿El papel del artista consiste en provocar ese tipo de choques? Sí, sí. No tengo nada en contra del confort, pero creo que hay que saber interrumpirlo con sobresaltos. La vida es así, y creo que el arte debe parecérsele.

En ese sentido, ¿acepta que le llamen enfant terrible, provocador y pirómano? No creo que sea exactamente eso. Es más bien que, como fan del rock, soy partidario de cierta agitación nerviosa. Le pondré un ejemplo: a mí no me gusta nada Bach. Prefiero a Beethoven, Schubert o la música romántica. En eso consiste la provocación para mí: en suscitar una agitación nerviosa. Es algo que sienta bien. Que te sacudan un poco siempre es bueno. Las emociones fuertes sientan bien.

¿Incluso cuando son devastadoras? Sí, en el fondo es mejor vivirlas… No soy partidario de la calma.

Creía que vivía apartado, en el extranjero y lejos del circuito literario, para encontrar esa calma… Soy muy poco tranquilo. Es mejor que viva rodeado de cierta calma, porque mi cerebro es cualquier cosa menos tranquilo.

En sus fotografías casi solo aparecen mujeres. Es como si dijera que solo ellas lograrán sobrevivir al apocalipsis. ¿No era usted misógino? No creo ser misógino. Los personajes femeninos de mis libros ni están maltratados ni son inferiores. Nunca he entendido esas acusaciones. Entendería que me llamaran machista, pero misógino no.

¿Qué diferencia a un machista de un misógino? Un machista es un hombre al que le gusta que las mujeres sobreactúen en su papel [el que se les ha asignado tradicionalmente]. Un misógino es un tipo que desprecia ese papel. No es mi caso. A mí sí me gusta ese papel, porque hace que la vida se vuelva más interesante. Entre otras cosas, porque erotiza las relaciones entre hombres y mujeres.

En las relaciones de igualdad, ¿el erotismo desaparece? No tener géneros marcadamente definidos hace que la vida se vuelva más aburrida. Yo pienso lo mismo que dice Milan Kundera [en El libro de la risa y el olvido]. Cuando una mujer llora durante una pelea, el misógino se enfada, porque lo considera la prueba de que son seres inferiores y deshonestos. El machista, en cambio, se enternece. Desde ese punto de vista, soy más bien machista.

Pero ese papel, por utilizar su término, también predetermina la carrera profesional de una mujer, la recluye en el hogar, limita su capacidad de decisión… No se puede hacer todo. Sobreactuar en ese papel tiene un impacto negativo en la carrera profesional de una mujer. Pero me parece una cuestión de civilización. De hecho, no está claro que Occidente sobreviva al acceso de las mujeres al mercado laboral.

Si lo dice por la natalidad, no siempre es así. En Francia, por ejemplo, es altísima: 2,01 hijos por mujer en edad fértil. Es verdad, pero es una excepción en toda Europa, junto con Irlanda. En Irlanda se puede explicar por el peso del catolicismo, pero en Francia, que fue el primer país ateo del continente… No tiene sentido que los franceses, que son extremadamente depresivos, sean los que más procreen. Somos un país incomprensible.

Ha dicho que vive cerca de la autopista que comunica París con el suroeste de Francia para poder escapar “si se declara una guerra civil”. Deduzco que no lo dice en broma… No, lo pienso muy en serio.

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Houellebecq, con su fallecido perro Clément, en una de las fotos de la muestra.

Si llegara esa guerra, ¿quién se enfrentaría a quién? El objetivo de los islamistas radicales es provocar una reacción a sus actos. Quieren que haya atentados contra las mezquitas y otros centros musulmanes para provocar una guerra civil que enfrente al islam con el resto de la población.

Tras los ataques terroristas en París el 13-N [que dejaron 137 muertos] no se produjo nada parecido. ¿Qué le hace creer que acabará teniendo lugar? Pues que lo volverán a intentar, hasta que tal vez termine por funcionar. Por otra parte, existen otros elementos más confusos, pero peligrosos. Si la izquierda gana las presidenciales de 2017, el resultado puede ser dramático, porque este país es aritméticamente de derechas, todavía más que hace cinco años. El nuestro es un régimen pensado para dos partidos. La irrupción del Frente Nacional ha hecho que el sistema deje de funcionar. Yo prefiero que gobierne un presidente de derechas, pero es posible que la izquierda vuelva a ganar. Será malsano y podría provocar fenómenos desagradables…

¿A qué se refiere? El resultado de la reelección de François Hollande será una ola de emigración. En España están acostumbrados, pero los franceses son más hogareños. La gente escapará, por desacuerdos políticos y por la sensación de que el país está jodido. Vivimos en un clima siniestro.

 
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