Miramundo: Árboles caminantes
FloraBorg es el proyecto de la escultora estadounidense Elizabeth Demaray para dotar a las plantas hogareñas de la movilidad suficiente a fin de satisfacer de manera autónoma, sin intervención humana, sus necesidades básicas de luz y nutrientes.
Profesora en la Universidad de Rutgers, New Brunskwick, la artista aprovechó la colaboración de ingenieros, informáticos y biólogos para alcanzar el objetivo de brindar a las plantas la libertad de ocuparse de su propio mantenimiento, trasladándose en plataformas sobre ruedas, activadas con paneles solares sensibles a la luz que recargan la batería y comunicándose con un pequeño computador que las impulsa hacia los rincones más brillantes de las habitaciones, evitando colisiones mediante un sonar, y un sensor de humedad que detecta depósitos de agua fresca en la eventualidad de sequedad del suelo.
Es sólo una de docenas de numerosas iniciativas de robotización botánica reseñadas por los Proceedings of the National Academy of Sciences de los Estados Unidos, que, de alguna forma, rinden homenaje al trágico desenlace de Macbeth, al cumplirse el presagio de las brujas de que se movería el bosque de Birnam cercano a su castillo en Dunsinane.
Otra es la de Shannon McMullen y Fabian Winkler, dos artistas que han exhibido sus robots modificados, o Roomba, en la Universidad de Purdue, Indiana, con un hardware adicional para cargar plantas de soya sobre ruedas, con sendas fotocélulas a cada lado, para comparar la luminosidad y dirigirse hacia donde sea más intensa.
Un concepto que, a diferencia del anterior, no tiene fines artístico-filosóficos sino más bien prácticos, ligados a la agricultura industrial, con un propósito conservacionista, para incrementar la productividad de los terrenos y la seguridad de abastecimiento en el estado que es el quinto productor de soya del país.
Por su parte, el empresario y robótico chino Tianqi Sun comenzó a preguntarse en 2014 si un girasol marchito en un rincón sombrío de su casa hubiera podido resistir moviéndose a otro más luminoso e instaló un cactus en una base móvil de tablones de polivynil, hasta llegar al modelo más reciente, Hexa: un robot similar a un cangrejo de seis patas que monitorea el ambiente con una cámara, para asimilar la cantidad de luz que requiere su bienestar.
En vista de que las plantas son por naturaleza sensores que detectan la luz solar y expelen un vaho químico para orientar sus hojas hacia ella, otros proyectos se preguntan si no podría prescindirse de los paneles solares y las fotocélulas, aprovechando esas capacidades innatas; como el biorobótico Harpreet Sareen de MIT de Massachussets y la Parson’s School of Design de New York, creador de un auténtico híbrido entre máquina y organismo sin necesidad de productos artificiales.
SareenElowan, que así se llama, enlaza una planta doméstica a una base móvil mediante finísimos electrodos que registran gradientes de calcio (el tipo de señal química producida cuando una planta detecta la luz), desplazándose hacia ella en un proceso ambientalmente positivo. Y, lo más importante, menos artificial, utilizando las plantas para sus procesos biodegradables en lugar de elementos electrónicos, consumidores de energía.
Son ideas atractivas, motivadas en su mayoría por búsquedas artísticas y filosóficas, que generan aplauso por su originalidad, aunque no están disponibles en el mercado porque –según concluyen los Proceedings– hay que resolver todavía una gama de detalles, incluso de carácter ético, sobre nuestra relación con las otras especies y la linea divisoria entre la máquina y lo orgánico en la intersección de la humanidad, la naturaleza y la tecnología.
Varsovia, junio 2020.