Miramundo: Biden – Una difícil agenda ambiental
Ha llegado la prueba del pudding para el presidente Joe Biden, ahora cuando las promesas de la campaña electoral chocan con la implacable realidad.
Particularmente en el tema ambiental, que tiene bastante de cuadratura de círculo, porque se mezclan objetivos como la protección de las especies animales, la reducción de las diferencias sociales, el calentamiento global, la diversificación energética, la creación de empleos y un largo etcétera de difícil conciliación.
Es lo que piensa la revista SCIENCE del ambicioso programa de preservar el 30% del territorio nacional al horizonte de 2030, que precisa más que duplicar el área de propiedades públicas y privadas sometidas hoy a medidas proteccionistas.
Sobre todo por las limitaciones presupuestarias que enfrenta la nueva Administración debido a la pandemia que en cierta medida le franqueó las puertas de Washington y podría, si no se enfrenta con tino, costarle las venideras elecciones legislativas, en sólo dos años más…
Alcanzar esa meta exigiría, según la publicación, definir exactamente qué significa protección porque si bien ya la disfruta la tercera parte de las aguas costeras, sólo el 12% de las tierras- la mayoría en Alaska- cuenta hoy como parques nacionales, refugios de vida animal y otros tipos de reservas.
Por ejemplo, según estudio de la Universidad de Boston y la ONG Nature Conservancy, establecer los costos como máxima prioridad conduce a expandir la protección de las praderas occidentales, donde la tierra es más barata pero alberga escasas especies amenazadas y absorbe pocos gases como metano y dióxido de carbono, responsables del calentamiento global.
Cuesta el doble –afirma la revista- un escenario con énfasis en la protección de áreas resilientes y conectadas en zonas preservadas a lo ancho del país, con excepción de los desiertos y los cultivos de maíz; y otro, para prevenir la pérdida de pastos y bosques que almacenan carbón y produciría el mayor beneficio climático, costaría tres veces más, resultando una colcha de retazos de bosques protegidos en el sudeste, carente de las conexiones necesarias para salvaguardar la biodiversidad.
Un cuarto esquema que protege a las especies en toda la vasta geografía pero, especialmente, en las zonas críticas al sur, cubriría el más vasto espacio de ecosistemas y costaría cuatro veces más con pocos beneficios climáticos.
Es obvia, entonces, la recomendación para una joven Administración urgida de economizar recursos y exhibir rápidos progresos, de concentrarse en los territorios que pertenecen ya al Gobierno federal, reduciendo la industria maderera, la minería, las perforaciones y los pastos, afectando, por ejemplo, los intereses de las asociaciones pesqueras, poco afectas a la idea de reducir en 30% sus faenas en las aguas territoriales.
Asimismo, como los planes en marcha no excluyen el uso humano de los recursos naturales, podrían sustituirse los subsidios a programas que persiguen el desarrollo por pagos a granjeros y propietarios para conservar inexplotadas sus tierras y aprovechar una ley federal aprobada recientemente para apoyar la compra de tierras por los estados y los gobiernos locales.
Y para reducir todavía más la tentación de aplicar medidas cosméticas sin contenido real, la Administración acaba de colocarse en el ojo de la atención mundial, declarándose de regreso a los foros internacionales que el presidente Trump rechazó con tanta torpeza, mientras numerosos países aumentan la presión para adoptar ese objetivo de 30 por 30 y aguardan que los Estados Unidos reasuman el liderazgo en el espinoso tema ambiental.
Dando el ejemplo en casa, precisamente.
Varsovia, febrero 2021.