Miriam Celaya: La Paz que esperan los cubanos
LA HABANA, Cuba.- Tras la firma del acuerdo de cese definitivo del fuego y desarme de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), alcanzado este jueves, 23 de junio de 2016, en La Habana, quedó abierto el camino para el avance de un proceso de paz duradero en ese país suramericano tras más de medio siglo de conflicto armado.
Queda por delante aún otro período de conversaciones y la firma del documento final —anunciada para el 20 de julio próximo, en Colombia—, que marcará el inicio de la reconciliación nacional, de un proceso de justicia y reparación para las víctimas del conflicto, y de castigo para los responsables de tantos crímenes violentos cometidos contra la población colombiana.
De “histórico” ha sido calificada la rúbrica de cese definitivo del fuego y de la entrega de armas por las FARC, bajo la supervisión de representantes del Consejo de Seguridad de la ONU, toda vez que significa el fin de las hostilidades y la consagración del diálogo como vía para dirimir las diferencias entre todas las fuerzas políticas de Colombia.
“Esta fecha marca el fin de las FARC… como cuerpo armado”, señaló el Presidente Juan Manuel Santos en su acertado discurso de cierre de la ceremonia, en el que reconoció al ejército colombiano y a la policía nacional, que hicieron posible la paz para su país. No obstante, en lo que constituyó una lección de respeto a la democracia, Santos –quien se declaró adversario tenaz de la guerrilla– prometió defender el derecho de sus miembros a constituirse en un partido y participar en la vida política del país, pese a no comulgar con su ideología.
Para muchos de los que hemos seguido con atención el controvertido proceso de diálogo entre el gobierno colombiano y las FARC, los acuerdos firmados en esta jornada consolidan el optimismo y la esperanza para los colombianos que apuestan por la paz. Es, por tanto, motivo de regocijo para quienes preferimos el camino del diálogo político por sobre la confrontación y la beligerancia.
Sin embargo, el momento resulta oportuno para insistir en ciertas incongruencias significativas que quedaron solapadas bajo el tapete de la mesa de negociaciones, lejos de las sonrisas y los apretones de manos de los ex enemigos. Cuestiones, digo, que no atañen directamente al asunto gobierno-FARC colombiano, pero sí tienen que ver con la paz, con la democracia y con la necesidad de proyectar un ambiente de diálogo y acuerdos también para los cubanos.
La primera de las incongruencias es que el escenario elegido para las conversaciones de paz haya sido precisamente la capital del país que tanto apoyó y sostuvo a esa guerrilla que sembró de muerte y terror a Colombia a lo largo de décadas.
La segunda, es que el General Raúl Castro, quien era —ni más ni menos— el flamante Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba en los tiempos de mayor sustento del gobierno cubano a la guerrilla, sea hoy el muy celebrado “garante” del diálogo entre las partes beligerantes.
La tercera y más escandalosa incoherencia es que, sin el menor asomo de rubor, ese mismo fiador del proceso de paz colombiano que ahora recibe todos los reconocimientos y palmadas de aprobación por parte de gobiernos democráticamente electos y de los organismos internacionales, se presente posando como paladín de la democracia y haciendo loas a la necesidad del diálogo como vehículo para dirimir las diferencias, mientras aplasta con la represión y la cárcel toda manifestación de disenso dentro de la Isla.
No sé qué resulta más surrealista, si la falsedad de semejante avalador de la paz y el diálogo o la hipocresía de quienes aúpan su labor como garante de la solución de un conflicto externo a este co-responsable de la más larga dictadura del mundo occidental, demostradamente incapaz de dialogar o buscar una solución pacífica al conflicto que vive su propia nación.
Durante la parte final de la ceremonia, cuando fiadores y partes implicadas hicieron sus discursos, el representante de las FARC se refirió al conflicto colombiano como “el más largo de este hemisferio”.
Eso es inexacto. En realidad el conflicto más largo de este hemisferio no ha sido precisamente ningún conflicto armado, sino el que ha mantenido la cúpula castrista con el pueblo cubano. Baste recordar unos pocos ejemplos de cómo el gobierno ha fomentado una guerra de odios y segregación entre cubanos a través de la política, ha legitimado el despojo de las propiedades, ha dictado la exclusión de los emigrados, ha estimulado las guerras extranjeras en las que han sido enrolados los cubanos, ha suprimido de los derechos ciudadanos, ha ordenado los asesinatos impunes contra inocentes (el remolcador 13 de marzo, el caso más brutal), la represión a todo disenso, el terror psicológico, el adoctrinamiento ideológico, la demonización de la disidencia y otras mil formas de conflicto nacional donde las armas siempre han estado en las manos del Poder y las víctimas las ha puesto el pueblo.
Sin dudas, la de ayer fue una jornada de celebraciones. Más allá de las hipocresías de ocasión habrá que reconocer que al menos por esta vez el absurdo romance del mundo civilizado con el castrismo ha tenido un buen resultado al abrir una puerta a la paz para los colombianos. Medio siglo de conflicto armado en Colombia parece estar tocando a su fin. Al nuestro, sin embargo, le queda todavía un largo camino por recorrer… Y lo más lamentable es que aún no se vislumbran siquiera los posibles garantes.