Miriam Celaya: No somos continuidad, somos ruptura
Todo frente cívico que surja en Cuba socava las bases del totalitarismo y sienta precedentes para el renacer de los cubanos
Con fecha 30 de julio la edición digital del periódico Granma ha publicado otro de los habituales textos-ajiaco a los que nos tiene tan acostumbrados, en el que se mezclan en forzado revoltillo el término “mercenario” (Wikipedia mediante), la crisis de Venezuela, la Ley Helms-Burton en su Capítulo III, el reciente informe sobre Venezuela elaborado por la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet que tan indigesto ha resultado para los autócratas del Palacio de la Revolución, y —finalmente como plato principal— los “apátridas” en Cuba que “por vocación y hasta por ‘cuatro pesos’ (…) se prestan para cualquier componenda contra el país que los vio nacer”.
Esta vez el regurgito oficial, que resultaría perfectamente intrascendente salvo por el momento en que sale a la luz —en medio de una verdadera ofensiva contra el periodismo independiente y contra grupos autónomos de la sociedad civil— y por la prosaica manipulación de hechos y términos con el único fin de condicionar la opinión pública a favor de una eventual redada contra toda acción ciudadana que les resulte adversa, va puntualmente dirigido contra los “traidores, apátridas y mal nacidos mercenarios” que han tenido la intolerable osadía de ejercer su legítimo derecho a solicitar la presencia en Cuba de la Alta Comisionada para los DD HH con sus observadores, así como la elaboración del correspondiente informe.
A este tenor, y poniendo de lado el hecho de que Cuba sea un país miembro de la ONU, el escriba castrista asegura “que dichos informes vienen con guion y redacción del Departamento de Estado estadounidense y vale recordarles que contra Cuba todas esas infamias se han estrellado frente a la verdad (…) y con la dignidad de todo un pueblo que sabe identificar, luchar y vencer a sus enemigos, sean internos o externos”.
Porque la Plaza de la Revolución tiene una visión instrumental y bipolar de los organismos internacionales a los que pertenece: son legítimos si condenan el Embargo (“bloqueo”, le llaman), pero son espurios si denuncian los desmanes del poder castrista o de sus aliados.
Pero no por manida y ramplona la estrategia oficial resulta menos perversa. En especial cuando a todos los reveses sufridos en tiempos recientes por la crema y nata de la progresía regional —hoy casi replegada en el Palacio de la Revolución, en La Habana, y en el de Miraflores, en Caracas— se suma la “traición” de quien hasta el día antes asumían, no sin fundamento, como una aliada confiable, tolerante con los desmanes dictatoriales de sus amigos de la izquierda, la socialista Michelle Bachelet. Definitivamente no corren buenos tiempos para los millonarios “progre” del castrismo, y con igual intensidad se aprestan a defender su poder, su guarida y sus privilegios.
Es así que, aunque ni los organismos internacionales adscritos a las Naciones Unidas ni la propia Bachelet en sus años de Presidenta de Chile le han prestado jamás la debida atención a las demandas de la sociedad civil cubana y a las denuncias de las violaciones de los DD HH en la Isla, por las dudas la dictadura prefiere blindarse hacia adentro. Y dado que los ancianos de la Generación Histórica no gozan de salud ni tiempo biológico suficiente para seguir enfrentando disgustos ni librando “batallas” —menos aún si ahora los adversarios son las actuales generaciones de cubanos que le han tomado el gusto a eso de sentirse ciudadanos y no esclavos de una plantación—, sus beneficiarios y amanuenses tienen la sagrada misión de salirles al paso.
Ellos son, parafraseando al servil escriba del Granma, los verdaderos mercenarios de vocación (él mismo incluido). O acaso sea más exacto llamarlos esclavos mercenarios de “de poca monta” y de bajo costo. Son ellos los que funcionan como esbirros verbales hacia los cubanos que por dignidad y por amor a Cuba tienen el valor de rebelarse contra la dictadura, son ellos los que ladran “envalentonados” porque se sienten protegidos por el amo de la finca, son también los que sí viven de migajas y “venden su alma al diablo” por viajes y pequeñas prebendas y los que “se prestan para las más viles acciones contra sus conciudadanos”. Si no fuera por el veneno que destila y el peligro que encierra, casi había que agradecer al gacetillero por la exactitud del autorretrato.
Y no es que haya que hacerse demasiadas expectativas acerca de una eventual (y prácticamente improbable) incursión de la Alta Comisionada en Cuba, empezando por el insalvable escollo de que la dictadura no lo permitiría. Pero vale la iniciativa, no solo porque corresponde a las funciones de Bachelet atender a los reclamos de aquellos a quienes sistemáticamente les han estado violando derechos humanos básicos a lo largo de 60 años, sino porque todo frente cívico en la Isla socava las bases del totalitarismo y sienta precedentes para el renacer cívico de los cubanos.
No entiende el señor amanuense, esclavo mercenario del libelo Granma, ni entienden sus amos que quienes firmamos esa carta que tanto les atemoriza no somos traidores ni apátridas sino todo lo contrario. No entienden, en su infinita obcecación, que cada vez más cubanos de los que puedan imaginar no “somos continuidad”: somos ruptura.