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Monday, Monday: Leonard Cohen (1934 – 2016)

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Hace poco, explicando mis razones por las cuales pienso que Bob Dylan es merecedor del Premio Nobel de Literatura, hice mención a otros dos cantautores y poetas con méritos similares para obtenerlo. Uno de ellos era el belga Jacques Brel, y el otro el poeta canadiense nacido en Montreal Leonard Cohen, quien acaba de fallecer. 

Como Dylan y Brel, Cohen, otro héroe de los sesenta, tuvo un arco temático muy variado: el amor, la fidelidad, el desaliento, la soledad, la guerra, la política, lo sagrado y lo profano. Como ellos, fue uno de los grandes poetas del siglo XX, con la gracia infinita de poder musicalizar sus textos. 

Su padre fue un emigrante judío de Polonia, y su madre fue una enfermera lituana, hija de un rabino especialista en el Talmud. Cohen llegaría a afirmar que tuvo «una infancia muy mesiánica».

Estudió en la McGill University, y su primer libro de poesía «Let us compare Mythologies» (Comparemos mitologías), fue publicado en mayo de 1956, a sus 21 años, siendo todavía estudiante.  

Se calcula que se han hecho más de 2000 grabaciones de sus canciones, en principio por cantantes del folk norteamericano que le dieron un apoyo decidido -y que él siempre agradeció- como Judy Collins o Tim Hardin, y luego por una variada estela de intérpretes, como Aretha Franklin, Joe Cocker, U2, R.E.M., Trisha Yearwood Elton John

Es muy probable, amigo lector, que usted se haya encontrado, quizá sin conocerla, con alguna canción de Cohen interpretada por un artista que sabía que al hacerlo, estaba pisando territorios casi sagrados, distintos a lo convencional, mediocre y repetitivo.

Del disco «Famous Blue Raincoat» (1987),  Jennifer Warnes y Leonard Cohen, en «Joan of Arc».

 

Oigamos ahora, «Famous Blue Raincoat», de nuevo en las voces de Warnes y Cohen:

 

 

 

Bon Jovi, y su versión de la que es probablemente la más popular canción de Cohen: «Hallelujah».

 

 

Y con la cantante, compositora y guitarrista de jazz norteamericana Madeleine Peyroux, «Dance me to the end of love»:

 

 

Gracias al pana Ricardo Bada recibo este excelente texto de León Gil, en el que se recuerda el homenaje de Cohen a Federico García Lorca:

COHEN CANTA A LORCA

León Gil

El amor de Leonard Cohen por la obra de Federico García Lorca comenzó cuando a sus quince años entró a una librería de “usados”, se encontró con el libro Diván del Tamarit, y leyó el poema Gacela del mercado matutino. Aquí el poema:

Por el arco de Elvira 
quiero verte pasar 
Para saber tu nombre 
y ponerme a llorar. 

¿Qué luna gris de las nueve 
te desangró la mejilla? 
¿Quién recoge tu semilla 
de llamarada en la nieve? 
¿Qué alfiler de cactus breve 
asesina tu cristal? 

Por el arco de Elvira 
voy a verte pasar 
para beber tus ojos 
y ponerme a llorar. 

¡Qué voz para mi castigo 
levantas por el mercado! 
¡Qué clavel enajenado 
en los montones de trigo! 
¡Qué lejos estoy contigo! 
¡qué cerca cuando te vas! 

Por el arco de Elvira 
voy a verte pasar 
para sufrir tus muslos 
y ponerme a llorar.
Sesenta y dos años después; cuando en 2011 se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias, dijo que “Lorca fue el poeta que más influyó en mi juventud. Fue el primer poeta que me invitó a vivir en su mundo”. A su vez el poeta español pasó a ser parte del mundo del poeta canadiense, al dar a su primera hija el nombre Lorca; Lorca Cohen.

En 1986 Cohen fue invitado a participar en el disco Poetas en Nueva York, en el que junto a otros artistas como Georges Moustaki, Paco y Pepe de Lucía, y Lluís Llach, entre otros, musicalizaban poemas del libro Poeta en Nueva York. Cohen adaptó el poema Pequeño vals vienés, al que tituló Take this waltz. Cohen declaró que adaptar el poema le había costado 150 hojas de folio e incluso una depresión.

A continuación el poema de Lorca, la adaptación de Cohen y su musicalización:

  PEQUEÑO VALS VIENÉS

En Viena hay diez muchachas, 
un hombro donde solloza la muerte 
y un bosque de palomas disecadas. 
Hay un fragmento de la mañana 
en el museo de la escarcha. 
Hay un salón con mil ventanas. 
¡Ay, ay, ay, ay! 
Toma este vals con la boca cerrada. 

Este vals, este vals, este vals, 
de sí, de muerte y de coñac 
que moja su cola en el mar. 

Te quiero, te quiero, te quiero, 
con la butaca y el libro muerto, 
por el melancólico pasillo, 
en el oscuro desván del lirio, 
en nuestra cama de la luna 
y en la danza que sueña la tortuga. 
¡Ay, ay, ay, ay! 
Toma este vals de quebrada cintura. 

En Viena hay cuatro espejos 
donde juegan tu boca y los ecos. 
Hay una muerte para piano 
que pinta de azul a los muchachos. 
Hay mendigos por los tejados. 
Hay frescas guirnaldas de llanto. 
¡Ay, ay, ay, ay! 
Toma este vals que se muere en mis brazos. 

Porque te quiero, te quiero, amor mío, 
en el desván donde juegan los niños, 
soñando viejas luces de Hungría 
por los rumores de la tarde tibia, 
viendo ovejas y lirios de nieve 
por el silencio oscuro de tu frente. 
¡Ay, ay, ay, ay! 
Toma este vals del «Te quiero siempre». 

En Viena bailaré contigo 
con un disfraz que tenga 
cabeza de río. 
¡Mira qué orilla tengo de jacintos! 
Dejaré mi boca entre tus piernas, 
mi alma en fotografías y azucenas, 
y en las ondas oscuras de tu andar 
quiero, amor mío, amor mío, dejar, 
violín y sepulcro, las cintas del vals.

 

TAKE THIS WALTZ:

 

 

Finalmente, buscando otros materiales para el merecido homenaje al autor de «Famous Blue Raincoat», «Hallelujah«, o «Suzanne«, encontramos también esta nota de Lorenzo Silva, «La elegancia inmortal», que queremos compartir con ustedes. 

Marcos Villasmil


14790396092179El poeta y cantante canadiense Leonard Cohen durante los Premios Príncipe de Asturias de las Letras 2011 MIGUEL RIOPA AFP

EL MUNDO

La elegancia inmortal

Lorenzo Silva

No hizo, hasta el final, otra cosa que darnos pruebas de su infinita e infalible elegancia. Fue elegante en la última entrevista que concedió, y en la que se declaraba preparado para morir. Fue elegante en su última gran canción, You Want It Darker, que dio título a su último disco, presentado tan sólo unas pocas semanas antes de que su vida se apagara, y en el que, como corresponde al hombre sabio que era y al poeta que llevaba dentro y le sobrevive, elevaba una plegaria a todo lo superior a él. Ya lo advertía Raymond Chandler, un tipo con el que pudo coincidir, y con el que seguro que se habría entendido: ignoran la poesía los hombres pequeños, que son los que olvidaron cómo rezar.

K. D. Lang: «Bird on a wire».

Una de las penúltimas muestras de su elegancia está contenida en uno de sus discos postreros, donde se incluye una interpretación en directo de una de sus canciones más celebradas, Tower Of Song, en la que antes de comenzar a cantar expone una divertida teoría acerca de las diversas fases que atraviesan los hombres, en relación con la atracción que ejercen sobre el sexo opuesto. Una materia en la que era una autoridad más que acreditada, con su abultado historial de feo seductor.

En uno de los más hermosos álbumes de los sesenta, «Wildflowers«, Judy Collins cantó un par de textos de un joven canadiense desconocido, Leonard Cohen. Aquí puede oírse «Hey, that’s no way to say goodbye».

 

Según explica, con gracia difícil de reproducir, los hombres, en su juventud, comienzan siendo irresistibles. Luego pasan a ser resistibles, para más adelante volverse transparentes; no exactamente invisibles, sino como si se pudiera ver a su través como se ve a través de un plástico viejo. Tras eso, viene al fin la invisibilidad, a la que sucede una transformación que considera la más extraordinaria de todas: el momento en el que te haces repulsivo. Pero ese, advierte, no es el final del camino. Tras esa fase viene otra: de pronto, te vuelves mono. «Y ahí», sentencia ante la carcajada del auditorio, «es donde estoy yo ahora«.

En homenaje a Cohen: James Taylor y Yo Yo Ma, intepretando «Suzanne«.

 

 

El 7 de noviembre de 2016, Leonard Norman Cohen pasó al estadio siguiente, un estadio al que acceden pocos elegidos, y en el que él permanecerá indefinidamente, para los muchos que hicieron más anchas y hondas sus vidas gracias a sus canciones: el de la elegancia inmortal, apoteosis de la seducción que supo ejercer con la intensidad de su voz y la fuerza de su poesía.

Se fue, sigilosamente, horas antes de que el mundo, a remolque de la que es hoy su primera potencia, se precipitara a una era de zafiedad y simpleza, bajo la batuta de un hombre de cuya boca jamás brotó ni brotará un poema y en cuya cabeza no hay mucho más que el beneficio después de impuestos, siendo éstos algo que preferiblemente han de pagar por uno los demás. Un hombre cuyo discurso está hecho de odios y desdenes, de superioridades y desplantes, de oscuridad, miedo y frío.
Nunca sabremos si Leonard Cohen quiso irse para no estar en un mundo tan sumido en la fealdad; una fealdad que, a fin de cuentas, no habría sido radicalmente distinta si hubiera triunfado una mujer a la que apoyaban tantos tiburones bursátiles y tantos feroces halcones de oscuras potencias. Quizá sea mejor interpretar que el poeta despejó su sitio y marchó a unirse a ese misterioso Dios que le excedía para dejarnos, convertidas en legado imperecedero, sus canciones y su voz, que nos arropan frente al hielo de la codicia, la ignorancia y la inhumanidad.

Tenía tal capacidad de enaltecer y hacer bella la condición de este mono confuso y arrogante que somos, que se las arregló, cuando en un país de segunda de Europa le dieron un merecido premio como poeta, para improvisar un discurso en el que se contienen algunas de las más bellas razones jamás expuestas para que los habitantes de ese país, tan dados secularmente a la flagelación y el autodesprecio, sientan el inopinado y asombroso orgullo de haber nacido donde nacieron. Lo hizo con gratitud y humildad, con esa invariable elegancia suya, apelando al suelo y al alma (soil and soul) de una tierra ingrata y maltratada.

Nos atrincheraremos en tus canciones, Leonard, para poder resistir, y después para derrotar a quienes quieren reducirnos a lo que no queremos ser. Primero, tomaremos Manhattan.

Y después, tomaremos Berlín.

 

Joe Cocker: «First we take Manhattan… (then we take Berlin)».

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