Muere Lawrence Ferlinghetti, el mítico poeta beat
Fundó la legendaria librería City Lights y fue el editor de Aullido
Durante los últimos años se ha convertido en un tópico afirmar, cuando muere alguna gran personalidad política o cultural a una edad avanzada, que con ella termina el siglo XX. Pero con Lawrence Felinghetti la afirmación adquiere la consistencia de la verdad. Aunque parezca mentira, el soldado de la segunda guerra mundial en la invasión de Normandía que nació el año en que finalizó la primera, el amigo de Jack Kerouac, el fundador de la legendaria librería City Lights, el editor de Aullido, el último miembro de la Generación Beat, falleció en su casa de San Francisco el lunes pasado, día 22 de marzo, a los 101 años de edad. Fue, por tanto, más longevo que el siglo pasado. Y que todos los siglos anteriores.
Tras una infancia huérfana y una licenciatura en periodismo en la universidad pública de Carolina del Norte en Chapel Hill, se inició en la escritura como periodista deportivo. Pero estudios posteriores en literatura, tanto en Columbia como en Francia, viraron su trayectoria hacia la poesía. La segunda guerra mundial y un doctorado en la Sorbona le cambiaron la vida. En París, el más académico de los poetas de la Generación Beat, conoció a su inminente esposa, Kirby, y encontró en la segunda Shakespeare and Company, la librería de George Whitman, tanto un refugio bohemio y libresco como un modelo para el futuro. Allí fue feliz y tramó el plan que le permitiría serlo, también, cuando regresara a los Estados Unidos.
Una vez allí, se instaló en San Francisco y, en 1953, fundó City Lights con un socio estudiante universitario, Peter Martin. Al principio fue sobre todo una librería de libros de bolsillo, pero enseguida amplió su catálogo hacia otro tipo de publicaciones, incluyó los fanzines y las expresiones impresas (o no) de la contracultura que los beatniks estaban generando. Y devino un espacio abierto a todo tipo de nuevas manifestaciones performativas (antes de que la palabra «performance» se volviera, en los años 70, moneda de uso corriente).
Y, por supuesto, fue también una editorial. Un día de 1955, Allen Ginsberg recitó «Aullido» y, al año siguiente, apareció publicado bajo el sello City Lights junto con «otros poemas» en forma de libro. Tanto Ferlinguetti como su empleado, el librero Shigeyoshi Murao, fueron arrestados, bajo la acusación de difundir obscenidad. El juicio, que acabó con la sentencia del juez Clayton W. Horn de que no se trataba de literatura obscena, sentó un importante precedente en la historia de la libertad de expresión. En la «Pocket Poet series» también publicó a Gregory Corso, Denise Levertov, William Burroughs o Gary Snyder. Y, con los años, literatura que expresó las preocupaciones afroamericanas, ecologistas, de la cultura gay o de la gentrificación de la propia ciudad de San Francisco.
Un poeta beat
Como poeta, tal vez su libro más importante sea Un Coney Island de la mente (traducción de Carlos Bauer y Julián Marcos, Hiperión), que publicó en 1958. Si su amigo Allen Ginsberg dijo que había visto los mejores cerebros de su generación destruidos «por la locura, famélicos, histéricos, desnudos», Ferlinghetti escribe en ese libro: «En las mejores escenas de Goya parece que vemos / a las gentes / en el momento exacto en que / consiguieron por primera vez el título de / ‘sufriente humanidad’«. Tanto la pintura, que él mismo cultivaba, como la propia literatura o los viajes alimentaron su poesía cosmopolita, en cuyo horizonte de referentes conviven la poesía anglosajona con la europea, Emily Dickinson con Pier Paolo Pasolini. En 1960 viajó junto con Ginsberg al Congreso de Escritores de Chile. En su «Manifiesto populista» llamó a los poetas a «salir del armario». Para él la literatura siempre fue una experiencia tanto estética como política.
Su legado se encuentra en la síntesis del poeta, el editor y el librero. Se trata de una herencia que conecta el viaje con el hogar, París con San Francisco, lo global con lo local. La escritura con la pintura, con el diseño, con la edición y con la venta de libros. La experiencia individual de escribir y leer con la experiencia colectiva de vivir intensamente, en todas sus dimensiones, eso que a falta de una palabra mejor llamamos cultura.