Muhammad Ali es el siglo XX
La vida de Muhammad Alí es mucho más que el recuento de sus hazañas en el boxeo. Una exposición en Londres explica su valor icónico
A Cassius Marcellus Clay Jr. le robaron la bicicleta cuando tenía 12 años. Hecho una furia, corrió a denunciar el robo al policía más popular de Louisville, Joe Martin, que estaba a cargo del Gimnasio Columbia. El chaval juró vengarse del ladrón, pero el policía lo apuntó al punching ball y le dio un consejo: «Si quieres pelea, aprende antes a boxear«…
El resto es carne de una leyenda ilustrada a través de 100 objetos: desde la jamba de la puerta que tocaba al salir de su habitación (supersticioso como era) hasta sus anillos y cinturones de campeón del mundo, pasando por al albornoz con lentejuelas que le regaló Elvis cuando ya había renunciado a su «nombre de esclavo» para convertirse en Muhammad Ali, el más grande…
Pero los gigantes también se tambalean, y en la exposición que hoy abre sus puertas en el O2 de Londres están los guantes rojos y rotos del histórico combate en 1963, en Wembley, cuando llegaba con su aureola de invencible y llegó a morder la lona en el cuarto asalto frente a Henry Cooper. Clay tenía su estilo, poco ortodoxo, bajando la guardia y retando ocasionalmente a su rival. Cuando menos lo esperaba, Cooper le sorprendió con un gancho de izquierda. Sólo le salvó la campana.
Dicen que la gloria en el ring rara vez se alcanza sin la ayuda del corner man, el hombre de la esquina. Y Clay tuvo siempre a mano al también legendario Angelo Dundee, autor de alguna resurrección asombrosa como aquella en Wembley, cuando todo parecía ya perdido…
Dundee necesitaba ganar tiempo para reanimar al púgil y le mostró al árbitro un guante desgarrado, como consecuencia del gancho de Cooper. Mientras se buscaban unos nuevos guantes, se consumó el milagro. Al final, tras una pausa eterna, Cassius Clay afrontó el quinto asalto como una fiera desbocada, como si estuviera dispuesto «a arrancarle la cabeza a su rival» (según la crónica del New York Times). El árbitro le proclamó vencedor por KO técnico.
Aquella pelea precedió en ocho años al «combate del siglo«, Muhammad Ali y Joe Frazier en el Madison Square Garden, en 1971, que convocó a casi tantos espectadores ante la televisión como la llegada del hombre a la Luna. Un puñetazo para el hombre, un golpe de efecto para la humanidad…
¿Cómo se explica el fenómeno Muhammad Ali más allá del boxeo? ¿Cómo fue capaz de convertirse en el icono cultural de una década, inmortalizado por Andy Warhol y Norman Mailer? ¿Cómo llegó a abanderar la causa pacifista? ¿Cómo fue capaz de recoger la antorcha de Martin Luther King y entregársela en mano a Nelson Mandela, que dijo haberse inspirado en él?
En estas preguntas indaga la exposición I am the greatest, desde el personalísimo ángulo de Davis Miller, el amigo entrañable y biógrafo de cámara de The Champ, como cariñosamente le conoce desde que llamó a la puerta de la casa de su madre, en Louisville, para expresarle su admiración: «Campeón, cambiaste mi vida. Me hiciste creer que soy capaz de hacer lo que me proponga».
Davis Miller escribió tiempo después El tao de Muhammad Ali y estos días se desmarca con Aproximándose a Ali, un recuento de sus encuentros durante las últimas tres décadas. Miller asegura que el boxeador viajará a Londres para ver la exposición en verano… si tiene salud.
«Le vi por última vez en septiembre y tenía un aspecto estupendo. Había engordado 15 kilos y se parecía al Muhammad Ali de sus mejores épocas. A pesar del Parkinson, no ha perdido su personalidad. Sigue siendo un bromista y aún puede hacer algunos de sus trucos de magia. Le gusta estar rodeado de niños».
Miller ha ejercido de peculiar comisario de I am the greatest, empeñado en ponerle siempre un guiño personal a una crónica del siglo XX en blanco y negro hecha exposición. Por eso, la muestra acaba en los últimos 30 años, «cuando el Superman negro se convierte en un hombre corriente y vulnerable que lleva su enfermedad con nobleza ejemplar«.
La exposición ahonda también en el combate que se libró por su cuenta cuando decidió renunciar «al apellido de esclavo que yo no había elegido» y llamarse primero Cassius X y finalmente de Muhammad Ali, el amado de Dios. A un lado del cuadrilátero vemos a su gran aliado Malcolm X. En el otro lado tenemos a Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam, que no veía con buenos ojos la atención provocada por la conversión del luchador.
«Con el tiempo, Muhammad Ali se dirigió hacia el sufismo, la vertiente más espiritual del Islam», asegura Miller. «En los últimos años, y pese a su enfermedad,ha hecho un esfuerzo muy especial en reivindicar el Islam como una religión de paz frente al fanatismo y el terrorismo«.
«No tengo ningún conflicto con esos del Vietcong«, fueron sus palabras cuando en 1966 fue calificado como «apto» para el servicio militar (dos años después de haber sido rechazado por «bajo coeficiente intelectual»). Sus palabras fueron elegidas como símbolo del movimiento antibélico, y también su gesto, diciendo tres veces «no» en la cola del reclutamiento en Houston.
Una hora después, la Comisión Atlética de Boxeo le suspendió su licencia. El «más grande en la historia de la humanidad desde los tiempos de Adán» (en palabras propias) lo acabó perdiendo todo: el título, el pasaporte y la reputación. «Pero el tiempo barrió a su favor y acabó reconociéndole como el más grande», recuerda Davis Miller. «Ali ha sido siempre un luchador nato y no da ningún combate por perdido».