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Narrativa cubana actual: una mirada

cuba (1)La literatura de un país siempre está dialogando con su entorno político y social. A raíz de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, la isla se ha vuelto a “poner de moda” y, con ella, su literatura actual, que ya poco tiene que ver con el ideal del intelectual comprometido de los años sesenta. Este acontecimiento histórico constituye un parteaguas y es el producto de un largo proceso que inició con la disolución de la Unión Soviética (1989) y continuó con la profunda crisis económica (el famoso “Período especial”) que padeció el país caribeño al terminar la Guerra fría. Este proceso de desgaste económico fue registrado, desde fines de los años ochenta y principios de los noventa, por la primera generación de escritores nacidos y educados dentro del gobierno de la Revolución (es decir después de 1960); narradores y narradoras, llamados en un inicio los Novísimos, que conforman la tradición literaria cubana del incipiente siglo XXI.

Como en todo intento de hacer un compendio de la literatura actual de un país, es preciso enfrentar la dificultad de elegir sólo algunos ejemplos de una larga lista de autores que pueblan los registros de la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba). Premios nacionales de cuento y novela, periodistas que publican regularmente en revistas, páginas electrónicas y periódicos locales, son susceptibles de ser tomados en cuenta. Una revisión exhaustiva de todos los autores del presente siglo abarcaría un libro completo, de manera que la siguiente sólo es una pequeña alusión a algunos escritores que tienen una amplia trayectoria, han aportado un quiebre importante a la literatura actual o han tenido una mayor difusión a nivel internacional. Cabe mencionar, sin embargo, que la mayoría de los escritores que actualmente publican en Cuba tiene alguna participación en medios electrónicos (páginas web o blogs, independientes y oficiales) donde dan a conocer su obra más reciente sin los líos y retrasos de la publicación física.

 

La irrupción de los Novísimos

 

El ambiente bajo el cual se formó esta nueva literatura cubana estuvo marcado por varios cambios, entre ellos las condiciones de ajuste de la “época oscura” (en la década de los setenta), cuando los escritores vivieron sus años educativos y hubo un reforzamiento de cierta censura de las instituciones. Posteriormente –y como pasa con todo conflicto que implica a más de una nación–, el desajuste en la política y la economía mundial que significó el fin de la Guerra fría repercutió en el frágil equilibrio social, político y económico de la isla, provocando fenómenos que ayudarían a la apertura de las ideas y a la relajación cultural. En los años noventa, los escritores en ciernes fueron testigos de la crisis económica, un creciente cuestionamiento a los postulados políticos oficiales y la guerra de Angola.

 

El cambio en la sensibilidad artística y cultural fue percibido por el gobierno, que comenzó a modificar las políticas editoriales con respecto a los contenidos de las obras que habrían de ser difundidas dentro del país. Así, en la década de 1990 empiezan a ganar los premios Casa de las Américas (la institución cultural más importante de la isla) novelas que algunos años atrás hubieran sido descartadas. La ruptura literaria de los Novísimos sigue alimentando a la literatura cubana actual; autores como Ena Lucía Portela, Pedro Juan Gutiérrez, Leonardo Padura, Antonio José Ponte, Wendy Guerra, Karla Suárez, Ronaldo Menéndez, Alberto Garrandés, Ana Lidia Vega, Ángel Santiesteban Prats, Alberto Garrido, Pedro de Jesús, Mylene Fernández, por sólo mencionar algunos, abrieron, cada uno desde su obra y su estilo particular, un diálogo con la tradición y una aguda crítica a los discursos políticos más desgastados. Un diálogo que se ha transferido a los primeros años del presente siglo y que se ha enriquecido con la narrativa y excelente crítica literaria de escritoras como Margarita Mateo y Marilyn Bobes.

Otro factor importante, producto de la crisis económica, fue la paralización de la industria editorial, cuya falta de papel provocó que fuera casi imposible publicar alguna novela, pues los recursos disponibles se reservaron para los clásicos, premios nacionales y una que otra antología. En consecuencia, los escritores noveles acudieron al relato corto, el cuento, la crónica y el periodismo para dar a conocer su obra. Al mismo tiempo, el gobierno permitió a los escritores buscar contratos editoriales con casas editoriales extranjeras, las cuales no tenían el menor interés en mantener un contenido ideológica y políticamente “correcto”.

Aunado a esto, la importación de libros extranjeros permitió la entrada de las ideas del postmodernismo a la isla; un factor importante que dio a la estética de estos escritores un giro hacia el relativismo, la ironía, la parodia y un aparente nihilismo de los personajes. La sombra del caminante (2001), de Ena Lucía Portela, es paradigmática en este aspecto, pues a lo largo de la obra encontramos burlas y diálogos con todo tipo de discursos que transgreden los límites de la literatura, del género y de la norma, perceptible desde la presentación del personaje principal:

 

Entre ellos, proyectos de ciudadanos prósperos, felices y muy patrióticos, futuros hombres nuevos por ahora igualiticos a sus congéneres de todas las épocas, se encuentra Lorenzo Lafita. Y, en su mismo espacio, también se encuentra Gabriela Mayo. No se trata de dos personas distintas, ni de una sola con doble personalidad, ni de la metamorfosis de Orlando, ni del misterio de una Trinidad donde el Padre y el Hijo se hubieran confabulado para expulsar a patadas al Espíritu Santo […]. Sólo están ahí, ambos.

 

La elección de los temas en la nueva literatura constituyó un acto rebelde en sí mismo, pues en los años noventa las obras comenzaron a problematizar ciertos aspectos de la sociedad cubana: sexualidad, homosexualidad, erotismo, daños psicológicos de los soldados en Angola, miseria, hambre, racismo, prostitutas, padrotes, locos, drogas, sida; es decir, el lumpen de esta sociedad sumida en la crisis. El retrato de Pedro de Jesús (Fomento, 1970) es icónico, pues inaugura en esta nueva era literaria el relato de temática gay con una fuerte carga homoerótica que tendría su equivalente femenino en Ena Lucía Portela. A todo esto habría que agregar la particularidad de las y los que, desde su obra, denuncian el machismo de la cultura cubana y ciertas prácticas de violencia de género.

 

Ser mujer, escritora y cubana

 

Esta denuncia ha provocado que la narrativa de mujeres haya cobrado fuerza en la última década. Escritoras como Portela (La Habana, 1972) y Wendy Guerra (La Habana, 1970), son referentes de esta nueva estética que transgrede el género en todas sus acepciones (sexual, literario y artístico). Así, entre referencias a la literatura y al cine, presencias musicales en el estilo y la recuperación de la cultura popular, de Cuba y el mundo, estas narradoras plasman a un sujeto marginal y fragmentado cubano (casi siempre mujeres) que lucha por sobrevivir en una sociedad que le es hostil económica, moral e ideológicamente. El hambre, la miseria, el racismo, la sexualidad, la violencia de género y la escritura de una voz excluida, son los temas de las novelas de Portela que, con una ironía destructora y un humor finísimo, dota a sus personajes tragicómicos de un profundo carácter universal. Las novelas de Guerra (Todos se van, 2006 y Negra, 2013) hacen énfasis en el discurso femenino que utiliza el diario íntimo para plasmar las contradicciones de un ser en busca de una nueva identidad alejada de estereotipos: “No sé en qué momento permití que me quitaran todo y me dejaran sola, desnuda, con el Diario en una mano y un carmín en la otra, tratando de colorearme la boca de un rojo que parece demasiado subido para esta edad indefinida.” (Todos se van).

 

Por otro lado Karla Suárez, cuya cuentística gana por knock out (“Un poema para Alicia”), retoma en La Habana año cero (2011, publicado sólo en francés y en portugués) la década de los noventa, época en donde sus personajes deben vivir una realidad cubana que se enfrenta, después de treinta años de relativa estabilidad, a la apabullante presencia del dinero como fin único para la supervivencia: “Todo ocurrió en 1993, año cero en Cuba. El año de los apagones interminables, cuando La Habana se llenó de bicicletas y las despensas se quedaron vacías. No había de nada. Cero transporte. Cero carne. Cero esperanza.” La representación de la marginalidad como personaje y como espacio vivido es una de las constantes no sólo en la obra de Suárez, sino de toda esta generación de escritores.

La Habana, la ciudad como espacio cerrado y más aislado que nunca con la crisis, es el escenario de casi todas las obras de la literatura cubana actual, que han dejado de ver a la capital como el centro de progreso técnico y educativo. En contraste, nos encontramos con una imagen de La Habana en ruinas, desgastada por la humedad, el tiempo, la falta de mantenimiento y su modificación paulatina para albergar a una población en crecimiento constante desde los años sesenta. Esta ciudad mítica para tantas generaciones de escritores “se crece hacia adentro, se torna densa, una colmena, un avispero” (Portela, Cien botellas en una pared, 2002), condición que representa con maestría Antonio José Ponte (uno de los escritores más importantes de los últimos años) en su cuento “El arte de hacer ruinas”. Con la representación del espacio como un texto, Ponte inserta su visión de la ciudad en ruinas en una tradición que pasa por las representantes habaneras de Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante.

En esa ciudad fragmentada, la novela negra y el relato policial surgen como un género casi natural; Ronaldo Menéndez (La Habana, 1970) y Leonardo Padura (Mantilla, 1955) son dos de las figuras más importantes de este tipo de relato. Aun cuando no forma parte de los Novísimos, Padura es un escritor que se ha convertido en referente de la literatura de habla hispana y ha sido premiado dentro y fuera de Cuba. Su novela El hombre que amaba a los perros (2009), basada en la vida de Ramón Mercader, asesino de Trotski, tiene la virtud de los inicios memorables al transcribir un fragmento de la declaración del criminal ante la policía mexicana: “Leandro Sánchez Salazar: ¿Él no estaba desconfiado?/ Detenido: No. /l.s.s.: ¿No pensó que era un indefenso anciano y que usted estaba obrando con toda cobardía? / d.: Yo no pensaba nada. […] l.s.s.: Inmediatamente después de que le asestaste el golpe, ¿qué hizo este señor? / d.: Saltó como si se hubiera vuelto loco, dio un grito como de loco, el sonido de su grito es una cosa que recordaré toda la vida.”

 

La tradición del porvenir

 

Mucho se ha dicho que la literatura cubana lleva poco más de una década escribiendo el mismo tipo de texto, centrándose en las narraciones de temas escabrosos y dejando de lado la calidad literaria. La afirmación, como todo, tiene varias caras y, aun cuando sí se produzcan textos de poca calidad que encuentran una salida gracias a la demanda del mercado editorial español, que sigue pensando en la isla como el paraíso perdido de la música, el baile y la fiesta, existen obras de un gran valor estético y una profunda ética contenida en el aparente nihilismo de los personajes. Este nuevo canon literario dio cuenta de un proceso histórico de cambio. Con la reanudación de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, nos asomamos a una etapa distinta en la vida política y social cubana, cuyos escritores habrán de registrar con otros temas y problemáticas que formarán, dentro de unos años más, una nueva tradición literaria. Sólo el tiempo dirá si merece o no nuestra atención.

 

 

*Ana Fernanda Aguilar Alatorre (Ciudad de México). Egresada del Colegio de Estudios Latinoamericanos de la UNAM, actualmente concluye la maestría en Letras Latinoamericanas también en la UNAM. Ha participado en varios coloquios en el país y el extranjero, y la mayor parte de su trabajo está dedicado a la literatura cubana.

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