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Ofendidos (y ofendedores) del mundo, uníos

Hace unas semanas, Arturo Pérez-Reverte escribía en estas mismas páginas un artículo revelador. Con el título de Ofendidos del mundo, uníos, se hacía eco de cierta teoría del profesor de la Universidad de Bérgamo Daniele Giglioli, según la cual la víctima se ha convertido en el héroe de nuestros días. Según Giglioli, actualmente, y propiciado por las redes sociales, «ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica y garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable». Y sí, en esas estamos. A poco que mire usted alrededor se dará cuenta. Nos encontramos rodeados de víctimas, de personas que se declaran ofendidísimas por todo. Ofendidas porque, según ellas, la sociedad heteropatriarcal se encuentra infestada de homófobos, de racistas, de machistas, de fascistas a los que hay que desenmascarar y denunciar vigorosamente. Giglioli y Pérez-Reverte resaltan que ser víctima otorga prestigio e inmuniza contra cualquier crítica. Yo, por mi parte, añadiría que se ha convertido, además, en un modo de vida y también, en ciertos casos, en lucrativa profesión. Oféndase usted y tiene asegurada instantánea cobertura mediática, así como esos quince minutos de gloria de los que hablaba Andy Warhol. De este modo, si está usted en contra del maltrato aviar, pongamos por caso, puede salir en la tele proclamando (como ya ha hecho alguien) que está en contra de los gallos porque son supermachistas y violan sistemáticamente a las gallinas. O, mejor aún, puede usted declararse ofendido y/o maltratado por un famoso como hizo, por ejemplo, una amiga de la oscarizada actriz Mila Kunis, a la que reclamó cinco mil dólares por el sufrimiento emocional que le causara en su infancia al apropiarse de un pollito que tenía de mascota. ¿Estúpido? ¿Grotesco? De ninguna manera, si sabe usted jugar sus cartas, esos quince minutos de gloria warholianos pueden convertirle en lo que ahora llaman un ‘famoso’. Esto es, un individuo que nadie sabe a qué se dedica, pero que está hasta en la sopa (boba) y vive de ella.

Paradójicamente, en contraposición a la profesión de ofendido, existe la de ofendedor, y es incluso más lucrativa. Esta suele estar relacionada con el mundo del arte, pero, descuide, para triunfar en ella no hace falta talento. El modus operandi es sencillo. Consiste, simplemente, en buscar a quién ofender y cómo. Las creencias religiosas, por ejemplo, son un filón. Pero, ojo, no cualquier creencia. Ofender a los musulmanes es peligroso y meterse con los judíos, poco aconsejable. La Iglesia católica, en cambio, es ideal. Puede usted, como Charo Corrales hace unos años, exponer un fotomontaje con el título de Con flores a María, en el que se veía a la Virgen desnuda y tocándose. La monarquía, por su parte, ofrece también interesantes posibilidades a los ofendedores. El Macba de Barcelona decidió, tiempo atrás, cancelar la exposición La bestia y el soberano (31 artistas deshacen las lógicas del poder). En una de estas espléndidas obras podía verse al entonces rey de España sodomizado  por una lideresa indígena boliviana que a su vez era montada por un perro. Si al exponer una obra de arte de estas características alguien le acusa de provocador, o más injustamente aún de oportunista, convoque de inmediato una rueda de prensa para exigir que se respete su libertad de expresión, llame ‘trogloditas’ y ‘fascistas’ a quienes quieren amordazar la suya y, por supuesto, oféndase muchísimo; ya verá como nadie le tose. Mejor aún, como en el caso de la autora de la obra antes mencionada, tendrá la satisfacción de ver a centenares de ofendidos concentrarse a las puertas del museo para clamar por «un arte más democrático». Todo esto mientras su cotización artística sube como la espuma, claro está. Por eso yo, y si usted en su benevolencia me lo permite, modestamente me atreveré a tunear el título del antes mencionado artículo de Pérez-Reverte para añadir una pequeña apostilla: «Ofendidos (y ofendedores) del mundo, uníos, porque juntos sois imbatibles».

 

 

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