¿Ortega es un candidato fuerte o débil?
Antes de decidir ir no ir a las elecciones, la oposición debe poner las cartas sobre la mesa con la/los presidenciables, empresarios, financieros y CxL
Daniel Ortega suma catorce años consecutivos siendo presidente de Nicaragua –más otros diez años en los que gobernó junto a otras personas–. Con apoyo de la OEA –que hoy debería reparar el daño por semejante aberración–, estableció como un hecho jurídico que su derecho a ser elegido, vale más que los derechos de casi cuatro millones de votantes nicaragüenses; que ese derecho es perpetuo y compartible o traspasable a su esposa e hijos. Todo a nombre de una ideología que solamente sirve a los intereses de una corporación y cuya visión es servirse del país, no servir al país.
Con sus asesores extranjeros –aunque él odia la intervención extranjera–, Ortega logró montar un populismo que le ha dado ganancias. Creó un sistema educativo en el que niñas y niños de quinto y sexto grado no entienden lo que leen, no saben multiplicar sin un celular, pero conocen su biografía personal y aprendieron el “respeto” y la sumisión que se debe a los líderes: el comandante y la compañera. Ese aparato le ha servido para renovar su envejecida masa partidaria, la fuerza policial, la del Ejército y por si eso fuera poco, una fuerza “paramilitar” dispuesta a asesinar si eso ayuda a limpiar la ruta trazada por el liderazgo.
Con ese andamiaje se diría que el candidato presidente está seguro de ganar las próximas elecciones. Sin embargo, la fuerza de ese engranaje parece no ser suficiente y siente la necesidad de acosar y apresar a opositores que pueden hacerle sombra. Persigue a la prensa independiente. Inhibe a personas que se perfilan como contendientes. Quita legalidad a un partido que podría hacer una alianza con un sector de la oposición, bajo el alegato de que se alejó de su visión bíblica ¡Santa madre del Señor!, y con ello anula opciones de voto para un amplio sector de la población. ¿Cómo entender esta contradicción? ¿Candidato fuerte o candidato débil?
El aparato que sostiene a Ortega es fuerte, por lo menos eso aparenta la lealtad de los jefes de sus principales poderes: Ejército, Policía, Asamblea, sentados en la plaza mientras el líder los ilumina con sus ideas. Este gobernante ha construido lealtades y en su papel de presidente ha cumplido a sus socios corporativos, pero a Nicaragua le ha fallado.
El Gobierno no reconoce fallas y justifica el desastre socioeconómico argumentando que es producto de la rebelión en 2018. Sin embargo, hay evidencias de malas decisiones tomadas por el hoy nuevamente candidato presidencial junto a los miembros de su corporación. Néstor Avendaño es un reconocido econometrista nicaragüense que ya desde hace años alertaba sobre políticas riesgosas y la necesidad de cambios en el rol del Estado para mejorar la economía.
En 2012, Avendaño alertaba sobre el incremento desproporcionado de la deuda, en relación a la capacidad de pago de la población nicaragüense, él no habla del impacto en la población, pero sabemos que cuando un Gobierno se endeuda, el pueblo paga la jarana con los incrementos al combustible, el agua y la luz; con más carga de impuestos, recorte en beneficios sociales; es decir, el Gobierno reduce presupuesto a Salud, Educación, pensiones, etc., para pagar la cuota que le toca cada año; nos aprietan el cinturón para que el señor presidente quede bien con sus prestamistas-.
En 2015 la microeconomía –la suya, la mía, la de su familiares y amistades—andaba mal y el descontento social se hacía sentir. Avendaño lo explicaba en aquel momento por “los bajos niveles salariales que existen en los sectores formal e informal de la economía”. A la par alertaba sobre una situación que requería atención: los bajos niveles de productividad del país debido a “los pocos años de escolaridad promedio de la población y la ausencia de educación técnica media y superior”.
En enero 2017, el presidente se enorgullecía de sus logros macro económicos: Inflación bajo control, paridad córdoba-dólar estable, reservas internacionales suficientes. Sin embargo, detrás de ese éxito, había algunos trucos. En enero de ese año Avendaño escribió: “…al cierre del año pasado, cuando dos días antes registraban una caída de USD115 millones… Los grupos financieros depositaron USD79 millones en el BCN el 31 de diciembre en concepto de exceso (más de lo que está) de encaje en moneda extranjera, pero retiraron USD71 millones el 4 de enero de este año y las reservas volvieron a caer. En esa forma, el BCN pudo declarar que las reservas internacionales brutas se mantuvieron en niveles adecuados, con una cobertura de 2.5 veces la base monetaria y de cinco meses de importaciones de mercancías CIF”. Los grupos financieros se demostraron una vez más como “socios corporativos” de Ortega.
En enero 2018, Avendaño señalaba decrecimiento económico y demasiado endeudamiento. A la par advertía a las autoridades que para salir de la pobreza era necesario el crecimiento económico, no solo el endeudamiento que parecía y parece ser la primera estrategia de Ortega. En esa ocasión Avendaño escribió: “…la VI Encuesta de Medición de Nivel de Vida (EMNV) de 2014, muestra que el 62% del total de familias en el país, con todos sus ingresos, no podía adquirir todos los 53 productos de la canasta de consumo básico”.
En 2018, después de la masacre y la puesta en marcha de la política del “Vamos con todo”, algunos empresarios –no estoy segura sobre los banqueros -, se deslindaron de la instancia corporativa que les permitía un cogobierno seguro y eficaz para su estabilidad y progreso económico en Nicaragua y en la región.
En 2021, el legado de Ortega, su consorte y socios corporativos -incluyendo a empresarios, banqueros y otros actores dentro del Estado y el partido es lamentable: El segundo país más pobre después de Haití y tercero más corrupto de América Latina (Transparencia Internacional); una deuda desproporcionada respecto a la capacidad productiva del país, una base territorial paramilitarizada obediente al partido y sobre todo, una parte de la población que considera que trabajar, tener acceso a salud, educación y otros servicios debe pagarse con sumisión, lealtad, o silencio.
Ortega es un candidato débil. Su desempeño individual ha sido lamentable en todo sentido. No pudo, no quiso construir un Estado de Derecho y creó un Estado de prebendas y privilegios corporativos y partidarios. Se sumió junto a sus socios corporativos en una estrategia de usar a Nicaragua y sus recursos para enriquecerse, lograr lealtades y mantener al pueblo controlado. Esto explicaría por qué Ortega necesita fuera de las elecciones a una oposición que reclama hacer cambios en lo que él ha construido. Por eso ataca a la prensa independiente y los liderazgos de la oposición. Es por ello que necesita a un CxL independiente de cualquier grupo que amenace o ponga en riesgo lo que él y su consorte han construido y mejor aún si va con un candidato que jamás amenazaría los privilegios de la corporación. Los Ortega Murillo son débiles porque sin esa alianza corporativa de antes de 2018, no tienen mucho camino por delante. Ortega no necesita de nadie para ganar, pero necesita de los empresarios y los financieros para mantenerse en el poder. CxL solo es el vehículo. Lo triste es que el sector empresarial y financiero no sea consciente de su poder.
Un país como Nicaragua altamente endeudado y poca capacidad productiva, en pocos años dejará de ser buen cliente para los bancos internacionales, con o sin alianza con empresarios y financieros. Las donaciones para mantener programas sociales ya casi no existen y aparte de votos de apoyo o asesorías especializadas, Venezuela y Cuba no tienen mucho para aportarle a la sostenibilidad de un Ortega de 77 años, con visible deterioro físico y cognitivo, o una vicepresidenta errática y perdida en un mundo fantasioso y seudorreligioso. En esta situación, como oposición, antes de decidir ir no ir a las elecciones, o comenzar a llamar a la abstención, habría que poner las cartas sobre la mesa con la/los presidenciables, empresarios, financieros y CxL.