Borges es un estimable dirigente democrático venezolano de estos tiempos. Entre el 2000 y 2005, con Leopoldo López, Capriles Radonski, Carlos Ocariz, Leopoldo Martínez, Liliana Hernández, Gerardo Blyde, Ramón Jose Medina y otros, comenzó el partido Primero Justicia, brioso protagonista de la oposición a la narcodictadura castrochavista, en las pasadas dos décadas.
Siempre reconocimos a Julio Borges como un diestro operador político. Por eso estamos alarmados por su incoherente conducta de los últimos meses. Veamos:
Actúa como canciller del gobierno legítimo de Juan Guaidó y, al propio tiempo, como opositor a Guaidó.
Pide que los liderazgos cambien y él lleva más de 20 años al frente de Primero Justicia.
Propone que se le quite al gobierno legítimo el control de los activos de la República en el exterior y se coloquen en un “fideicomiso”. Proposición inconsulta y carente de todo asidero.
Incluso, los gerentes de PDVSA y CITGO, se han ofrecido para rescatar a Borges de su ignorancia en materia petrolera y él se niega a escucharlos. Al contrario, un diputado de apellido Millán, con alarde de su amistad con Borges, atropella el consolidado sentido meritocrático de nuestra industria petrolera.
Y lo más incomprensible, Julio Borges se muestra de acuerdo en que el gobierno interino legal de Guaidó, fenezca en enero próximo, con lo cual quedarían al garete nuestros activos en el exterior, las representaciones diplomáticas y cuanto instrumento de protección de la democracia podamos utilizar gracias a la constitucionalidad que nos asiste.
Esa posición suya es suicida para la democracia, para la unidad patriótica y también para el propio Borges. Y como él no es tonto sino más bien muy astuto, nos cuesta entender hacia dónde quiere ir. No puede ser que su rivalidad con Guaidó, López, Capriles y otros líderes, nos lleve al abismo.