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Oswaldo Páez-Pumar:  Son otras las raíces

 

Leí con interés un artículo sobre Castro, más bien un artículo de Norma Moradini publicado en El País sobre una obra de Loris Zanatta que lleva por título “El último rey católico”. Al concluir la lectura sentí cierta displicencia y ofrezco anticipadamente excusas al autor, si al enjuiciar el artículo, sin haber leído el libro, adelanto juicios sobre su contenido basado en lo que el artículo me ofrece.

El artículo me ofrece la figura de un dictador que persigue la redención de un pueblo por la vía del sacrificio. Casi se trata lo emprendido por Castro como si fuera una empresa religiosa. No es Francisco de Asís, ni miembro alguno de órdenes mendicantes, anacoretas o cartujos, que se imponen a ellos mismos una vida de privaciones, sino la de alguien que no se privó de nada, pero privó al pueblo cubano de todo por espacio de exactamente 62 años que se cumplieron el 1° de enero próximo pasado, aunque él ya tenga cuatro años de muerto. Un algo curioso que me desvía del tema, pero que estoy obligado a recordar, es que a diferencia de lo que ocurrió con Stalin que fue defenestrado a raíz de su muerte no ha ocurrido lo mismo con Castro, cuyo nieto se pasea “por las calles de La Habana” como se paseaba hace 80 años “la mulata Trinidad”, con la diferencia de que ésta lo hacía caminando y no en “automóvil de lujo” como lo hiciera aquel torero que “en las astas del toro se quedó al ir a matar”.

Su breve pasantía por el colegio Belén de los jesuitas en La Habana, que efectivamente fue breve, pues no cursó primaria y no concluyó el bachillerato, es el punto de apoyo que ensarta a Castro con la misión redentora que se le atribuye, aunque en la miríada de alumnos de la “compañía real que Jesús con su nombre distinguió” no son muchos los que asimilan ese mandato y dedican toda su vida a darle cumplimiento con tal ferocidad. Ni siquiera entre los que ingresan a la orden. Que haya influencia, sería necio negarla, pero atribuirle tal impronta parece rebuscado, o quizá se trata de encontrar a quien enrostrarle la culpa del “genocidio” en el momento de aplicarle a Castro el olvido y el descrédito que acompañó a Stalin.

El marxismo, que es una religión, debe ser excluido de responsabilidad en la obra de Castro para lo cual se necesita encontrar otra a la cual endilgársela; y como resulta mucho el cristianismo, que mejor culpable que la Compañía de Jesús, que desde su fundación hasta hoy encuentra en todas partes no solo críticos, sino quienes le atribuyen todos los males con lo que nos tropezamos.

Los padres de Castro junto a sus contemporáneos son la primera generación de cubanos que dejan de ser españoles y pasan a ser cubanos, aunque en buena medida ven que la tal independencia solo significó un cambio de dependencia, para confirmar lo cual no necesitan un ejercicio intelectual, sino mirar al lado, a Puerto Rico, para percibir la realidad. En esa cuna nació Castro y aunque también todos sus contemporáneos, en él anidó de manera especial la semilla antinorteamericana, que antes de la aventura en la Sierra Maestra era alimentada nada menos que por su emoción por el Führer, por lo que atribuir al Colegio Belén y a la Compañía de Jesús los 62 años de tortura de Castro a su pueblo, por haber sembrado en esa alma juvenil e idealista la necesidad de acometer la salvación de su pueblo por la vía del sacrificio, no puede ser sino el resultado de una búsqueda orientada a cómo poder hacer sobrevivir el comunismo o el marxismo en Cuba cuando se desplome el régimen.

 

Caracas, 17 de marzo de 2021

 

 

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