Oswaldo Páez-Pumar: Un encuentro inesperado
Por esa inmensa vía que es Internet me ha llegado durante el fin de semana un artículo referido a Alfredo Salun. Se trata de una persona que es identificada en el artículo como médico, de nacionalidad norteamericana y que logró resolver una epidemia que afectó la vista de los cubanos, particularmente a los niños, habiendo detectado la causa que la originaba.
La epidemia se origina en la década de los 90 del pasado siglo XX y la causa que la originó me resultaba conocida desde hace muchos años. La causa fue la falta de alimentación que desde luego no afectó la infancia de Castro, ni de su hermano Raúl, ni tampoco la de Díaz-Canel, aunque naciera después de la llegada de Castro, porque la Unión Soviética (U.R.S.S) ya muerto Stalin -recordado porque cuando la hambruna en Ucrania, dictaminó que si tenían hambre se comieran los unos a los otros- bajo la nueva dirección de Khrushchev, en plena “guerra fría”, consideraba útil que los cubanos estuvieran bien alimentados porque eran parte de las tropas en las “guerras de liberación” en África y otras regiones del mundo, incluida Venezuela y Bolivia donde moriría Guevara.
Lo que me resultó extraño en la información contenida en el artículo es que no hubiera una mínima mención a la persona del doctor Rafael Muci Mendoza, cuyo aporte en la solución de la epidemia en los años 90, fue precisamente la de determinar que la ceguera se debía a la falta de o pobreza en la alimentación, nada menos y nada más que de los niños cubanos, nada menos y nada más que el sector más indefenso de la población, que se originó por la suspensión de la ayuda a Cuba por parte de la Unión Soviética al desintegrarse ésta, pero que no impidió durante ese tiempo que Castro se mostrara robusto y obsequioso con sus visitantes de izquierda como GGM y otros que no vale la pena mencionar, que comían langosta.
Venezuela, en ese tiempo de la República Civil, no solo prestó su ayuda profesional para combatir la epidemia, sino desde luego también la ayuda alimentaria para impedir que ésta se siguiera expandiendo. Desconozco lo realizado por el doctor Salun y no pretendo descalificarlo como otro artífice y participe en el combate de la epidemia, pero que casi treinta años después porque nos referimos a hechos ocurridos tempranamente en la década de los 90 del siglo pasado, no se mencione al doctor Muci Mendoza, no puede atribuirse sino a ignorancia de lo ocurrido, o al deseo de recontar la historia.
Si se trata de ignorancia de lo ocurrido, no tengo absolutamente nada que decir, salvo que si se pretende hacer elogio de una persona la prudencia recomienda investigar bien los hechos, para no exponerse el autor a una crítica de lo narrado, pero sobre todo para no exponer al elogiado que seguramente cuenta con méritos suficientes, a que el elogio se revierta en su contra y se le pueda llegar a tener como usurpador de una fama que no le corresponde, aunque lo más probable es que la tenga bien ganada, sin que pueda exhibirla como exclusiva, en cuya exclusividad desde luego no tiene la culpa el elogiado, sino quien lo elogia.
Hoy Cuba está enfrentando una nueva epidemia de ceguera que no afecta al sector más indefenso de la población que son los niños, sino a los adultos nacidos hace sesenta años que creen que pueden obtener resultados diferentes aplicando las mismas fórmulas que han probado su ineficacia por espacio de sesenta y dos años, nueve meses y 10 días cumplidos ayer; y que a diferencia de lo que ocurriera en Cuba con la ceguera de los niños en los años 90 del siglo pasado que fue producida exclusivamente por la falta de alimentación, esta nueva aunque pudiera catalogarse de antiquísima es contagiosa incluso a los que luce bien nutridos, porque ella es producto de la falta de alimentación del intelecto y produce cegueras de tan inmensa dimensión que no caben en los cuerpos del usurpador Maduro, ni del libidinoso Ortega.
Caracas, 11 de octubre de 2021