Carlos Marx —tan brillante como soberbio— convencido de que su metodología historicista era científica y realizable, calificó de utópicos a los socialistas que le precedieron. Sin embargo, la propia historia demostró que el marxismo es tan utópico como la sociedad sin propiedad privada de Proudhon, y en la concreta solo ha servido como herramienta de unas élites para desplazar a otras.
No hay un solo ejemplo histórico donde la aplicación del socialismo —con cualquier apellido—no haya terminado en dictadura y pobreza. Se ha intentado en todos los continentes y en diferentes culturas con distintos estadios socioeconómicos obteniéndose invariablemente el mismo resultado: pérdida de derechos humanos y miseria.
El liberalismo o neoliberalismo, por su parte, sí puede mostrar muchos países donde, aplicadas sus recetas, no solo se consiguieron mejoras económicas a niveles y velocidad ocasionalmente descritas como milagro, sino que en numerosos casos ha logrado mantener e incluso reconducir la sociedad hacia procesos democráticos, como sucedió en Chile o España.
Para una Cuba destruida económica y moralmente no hay más alternativa que el liberalismo, como mismo no la hubo en el momento más oscuro de la historia de Perú, Alemania, Japón, Suiza, Corea, Botsuana, Israel, Singapur e incluso China, naciones que despegaron cuando emprendieron el camino liberal.
Insistir en llamar neoliberal —que incluye lo liberal— al paquetazo castrista no solo tergiversa la realidad, sino —y más importante— que esparce una pedagogía funesta entre un pueblo ya políticamente iletrado, al asociar liberal con castrismo y fracaso económico.
Las razones de muchos periodistas y analistas para catalogar de neoliberal el paquetazo que sufre Cuba es la fuerte alza de precios implementada y, además, porque es comunicacionalmente fácil tildar al castrismo de hipócrita tras tanto acusar a otros de neoliberales y estar ahora haciendo lo mismo… solo que no, no es lo mismo lo que están haciendo.
Si bien muchos paquetes neoliberales han convivido con una inflación explosiva, esto se debe, fundamentalmente, a que los gobiernos previos intervenían el mercado, entre otras formas reprimiendo los precios e inyectando dinero inorgánico para su propio beneficio político, todo lo cual está detrás del fracaso de esos regímenes antiliberales, pero cuyos efectos se expresan más intensamente cuando se transparenta una realidad vuelta inocultable, como está sucediendo hoy en Argentina.
Durante algunos ajustes liberales, la inflación surge como resaca de los excesos del régimen previo, pero nunca es objetivo del liberalismo manipular los precios en ningún sentido, sino liberarlos para que jueguen su papel como señales económicas que permiten mejorar la colocación de los recursos disponibles, lo que aumenta la inversión de capital y mediante ella la productividad, único modo de elevar sosteniblemente el nivel de vida de una nación.
Pero lo que estamos viendo en Cuba no es una inflación residual, sino una inflación directamente provocada por un Gobierno que no encuentra otra manera de mantener lubricado su sistema que empobrecer progresivamente a los cubanos, erosionándoles el poder adquisitivo hasta extremos de miseria, confiado en que esto será compensado, al menos parcialmente, vía remesas.
El objetivo distintivo de los paquetes liberales es conseguir el aumento de la inversión privada como motor del desarrollo sostenible —siempre dentro de márgenes democráticos—, para lo que liberaliza la economía reduciendo costos de transacción —normativos y burocráticos—, así como costos fiscales, para permitir que los recursos no sean malgastados por el Gobierno y sí invertidos por los privados; todo ello acompañado por políticas de apertura comercial y garantía a la propiedad para captar ahorro extranjero vía inversión directa.
Nada de eso hay en el paquetazo castrista, cuyo objetivo obvio, más que económico, es mantener el control político a cualquier precio. Nada de lo anunciado ayuda al sector privado, al contrario, han aumentado significativamente la carga fiscal y los precios de bienes y servicios monopolizados por el Estado, como el de los combustibles; por ello, este paquetazo que mantiene centralizada la economía no puede ser catalogado como neoliberal, sino claramente como socialista.
Es extremadamente nocivo para el futuro de Cuba caer en las matrices informativas internacionales de claro sesgo antiliberal, y estigmatizar desde ahora las únicas ideas funcionales que pueden ser alternativa exitosa al desastre castro-socialista. No solo es injusto, es suicida fomentar animadversión en la ciudadanía hacia el liberalismo, cuando la culpa de lo que está sucediendo y el modelo que se está aplicando es claramente socialista.
Las recetas liberales son las únicas que, aun habiendo fracasado en algunos lugares, pueden mostrar éxitos en todos los continentes durante los tres siglos que llevan vigentes. ¿Vamos a renegar de eso?
No debe centrarse la crítica en una supuesta contradicción del castrismo al aplicar ahora recetas que antes ha rechazado y desacreditado, la verdadera crítica está en que siguen aplicando las mismas recetas socialistas universalmente fracasadas, aun cuando saben los efectos devastadores que implican para el pueblo.
No es cuestión de caprichosa semántica, sino de tener claro, como sociedad, cuál camino debemos abandonar y cuál debemos emprender. Cuba podrá tener un pasado socialista, pero la única manera de que logre un futuro es si este es liberal.