Paradojas que no tienen nombre
Alberto Fernández dijo el viernes que la serie de restricciones a los que está sometida la Argentina desde marzo ha dejado de llamarse «cuarentena», pero no comunicó el nuevo rótulo. Lo que nos pasa, pues, no tiene nombre. En la jerga popular, lo que no tiene nombre es algo inaudito, inaceptable.
Y sí: no tiene nombre que estrechos seres queridos tengan prohibido visitarse desde hace cinco meses. Los muy longevos temen no poder ver a los suyos nunca más, y no por culpa del Covid, sino por la propia extinción que pueda marcarles en este extendido tiempo su propio reloj natural, algo de lo que no habla ningún comité de expertos, al menos públicamente.
Tampoco tiene nombre la insensibilidad de ningunear a los sectores más castigados de la construcción, el turismo, el transporte, la gastronomía y el entretenimiento, entre otros sectores, y a los que viven de las changas y de la venta callejera, sin olvidar a los cientos de miles de desocupados formales e informales que va arrojando esta crisis sanitaria mundial. ¿Alguien en verdad cree que los subsidios que reparte el Estado alcanzan, y llegan a todos los que los necesitan?
El Presidente solía decir que entre la economía y la vida, elige a esta última. ¿Pero cuántas vidas terminará llevándose una economía tan maltrecha? Secuelas de todo tipo, también psiquiátricas, otras enfermedades y las prevenciones tardías, dejarán su huella profunda durante años.
Si las políticas del gobierno anterior producían «tierra arrasada» y heladeras vacías, según no se cansaban de fogonear los que ahora están en el poder, y a eso se le agrega el discutible manejo local de la pandemia que deparó que el consumo interanual en julio bajara 5,2%, hay quienes piensan que esa situación debería llevar por nombre un insulto.
«No disfruto ninguna cuarentena, que no existe», sentenció Fernández. «Eppur si muove», podrían responderle los más golpeados por las restricciones, tal como musitó Galileo Galilei ante el tribunal que lo quería quemar vivo si seguía repitiendo que los planetas daban vueltas alrededor del Sol y no al revés.
En la conferencia de prensa, el Presidente dio por inexistente algo que sí existe -la cuarentena o como quiera llamársela (de hecho extendió por undécima vez su vigencia por otras dos semanas) – y, en cambio, tanto el jefe del Estado como Axel Kicillof hablaron como si fuese un hecho consumado y sí existiese la vacuna de Oxford, una posibilidad ciertamente muy auspiciosa, pero que se encuentra aún en fase experimental, aunque la Argentina y México empezarán a producirla de todas maneras.
«Es un tiempo distinto», dijo crípticamente el Presidente, como si esa consigna por sí sola tuviese el don divino del alivio. El relato llevado al extremo: «¿Cuál es la cuarentena eterna?», se preguntó Kicillof que, además de atacar como siempre a los medios de comunicación, crucificó a los que juegan al golf. Insólito.
Las paradojas no son patrimonio exclusivo del Gobierno. En la vereda de enfrente se acumulan otras cuantas. Propiciar una movilización, como la que se convoca para mañana en estos tiempos raros y cruentos, tiene también sus costados ambivalentes y contradictorios.
Las protestas callejeras motorizadas por la militancia de Juntos por el Cambio solían antes realizarse en fechas al azar, pero este año se suceden en feriados patrios, lo cual funciona como un ordenador aglutinante más previsible. De paso, asocia a la principal coalición opositora con los recordatorios de nuestras principales gestas históricas, lo que invita al cotillón celeste y blanco, algo que el kirchnerismo también transitó pero circunscripto al 25 de mayo, intentando resignificarlo por la asunción como presidente de Néstor Kirchner, en aquel día de 2003.
La movilización convocada para mañana presenta en sí misma una gran paradoja: si es exitosa -ergo, masiva- se pondrá en riesgo la máxima prevención sanitaria, que es precisamente evitar las aglomeraciones, causa principal de contagios. Si fracasa, en caso de no conseguir una concurrencia importante, la principal oposición agregará un nuevo motivo de debilidad frente a un gobierno que juega al gato y el ratón con sus contrarios. Muchos tocarán bocinas desde sus autos.
Ayer, durante la emisión de su programa en Radio Mitre, Marcelo Bonelli se comunicó con Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, quienes exhibieron posturas divergentes ante la convocatoria. La presidenta del Pro dijo que iba a participar, en tanto que el jefe de gobierno porteño expresó que no sería de la partida. Ya el vicejefe, Diego Santilli, había dicho que no creía que la marcha fuera conveniente. Pero tal desmarque del ala más dura de Cambiemos no conforma al periodismo militante oficialista que con sus bruscos modales habituales le exige a Larreta que «haga algo» y los disperse. Comunicadores coreanocentristas, algo más sobrios, también buscaban definiciones más contundentes.
El actor Luis Brandoni, que ya se convirtió en el célebre vocero de estas marchas, intentó tranquilizar desde las redes: «Vamos a hacernos oír cumpliendo todos los protocolos que hay que respetar».
La cuarentena dejó de llamarse así y una marcha busca el éxito sin aglomeraciones.