París se quema, se quema París
Ver arder Notre Dame sugiere la pavorosa idea de una Europa hecha cenizas. La catedral, como espacio urbano, preside nuestro imaginario, y así, más que un incendio, las llamas parecen una advertencia
Más que un incendio, las llamas sobre Notre Dame parecen una advertencia. Boquiabiertos, incrédulos aún, vimos arder algo que nos pertenecía a todos. Se carbonizaba una idea, un espíritu. La catedral europea gótica propició la noción de ciudad. Se construyeron como el lugar destinado al culto y las reliquias, pero se convirtieron en un espacio de reunión que acompañó la extinción del burgo feudal y dotó de identidad a quienes vivían a su alrededor.
Alrededor de las catedrales se agrupaban los gremios y las personas dirimían sus asuntos. Eran políticas por dentro y por fuera, el fruto de una mezcla de saberes y oficios. A diferencia de la iglesia románica, hecha de pesados y gruesos muros, la catedral Gótica deja pasar la luz. Sus vitrales fueron posibles gracias a ese sistema de bóvedas que descongestionó el peso de sus paredes abriéndolas a la luminosidad del mundo.
Boquiabiertos, incrédulos aún, vimos arder algo que nos pertenecía a todos. Se carbonizaba una idea, un espíritu
Muchos templos medievales nacieron con el fin de guardar y exhibir reliquias: la catedral de Santiago o la del Chartres, por ejemplo. Pero eso no las eximió de hacer las veces de concierto y sumatoria de sensibilidades. La música como principal elemento de cohesión dio pie a las composiciones más importantes, desde las piezas para órgano o los oratorios en los que se volcaron músicos como Bach, Mozart, Liszt, Haydn o Schubert. En la piedra de la catedral europea está impresa la naturaleza cultural del continente.
Ver arder Notre Dame invita a mirar con espanto la idea de una Europa hecha cenizas, porque la catedral como espacio urbano preside nuestro imaginario y lo alimenta. Desde la de París como pórtico con el que Víctor Hugo retrató la ciudad en 1831, pasando por la de Rouen, que preside los paseos de Emma y Leon en Madame Bovary hasta las agujas góticas que cruzan el cielo de Combray o ese campanario “dorado y recocido como un gran brioche” que describe Proust en las páginas de Por el camino de Swann.
Francia es hoy el eslabón más débil de Europa, escribió Nicolas Baverev. Algo en esas llamas parece darle la razón
Siendo un accidente -o no- ese incendio golpea y previene. Francia, el corazón y la cuna de Europa, no deja de recibir un ataque tras otro. En especial París, capital y epicentro de ese espíritu. Es como si la modernidad anunciara su muerte justo en el lugar donde nació. “Francia es hoy el eslabón más débil de Europa», escribió Nicolas Baverev en La France qui tombe, en español Francia en declive, un polémico ensayo en el que el historiador, ensayista y economista analizó la profunda crisis de identidad que vive la sociedad francesa y cuya hipótesis esclarece en buena medida porqué Francia se ha convertido en el flanco idóneo de una cruzada ideológica contra Europa y por supuesto, Occidente. Algo en esa aguja ardiendo le da la razón a Baverev. Más que un incendio, las llamas sobre Notre Dame parecen una advertencia.