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Patricio Navia: Derechos humanos y deberes ciudadanos

En una sociedad que se basa en un contrato social legítimo, debemos aceptar que tenemos deberes que son tan inalienables como los derechos que poseemos.

La polémica que generó la declaración del Director del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), Sergio Micco, muestra la importancia de subrayar que, precisamente porque queremos que se respeten los derechos humanos, debemos insistir en que todas las personas cumplan sus deberes como ciudadanos.

En una difundida entrevista a El Mercurio el fin de semana pasado, Micco señaló que “no hemos hecho lo suficiente para comunicar una de nuestras verdades: no hay derechos sin deberes”. Las críticas a Micco no se hicieron esperar. Los propios consejeros del INDH aclararon que “el respeto por los DD.HH. no está sujeto a condición alguna en cuanto a ellos emanan directamente de nuestra dignidad como personas humanas”. Como Micco es militante del PDC, varios de sus camaradas salieron en su defensa, argumentando que, en realidad, a Micco le estaban cobrando cuentas antiguas asociadas al hecho que un sector de la izquierda se siente propietario de la defensa de los derechos humanos. Así, las declaraciones de Micco presumiblemente estaban siendo usadas para forzar su salida y su eventual remplazo por algún miembro del círculo de activistas de derechos humanos.

Pero los dichos de Micco reflejan tanto el sentido común detrás de lo que dijo el Director del INDH como la visión purista y radical de los que han convertido la declaración universal de los DD.HH. en unas tablas de la ley modernas que emulan la santidad que, para los cristianos, representan los diez mandamientos.

Desde el sentido práctico, lo que dice Micco es sentido común. Si las personas no cumplen con sus deberes como ciudadanos, resultará imposible para el Estado financiar las instituciones que, con fondos públicos, velan por el respeto a los DD.HH. Si los mismos que demandan la defensa de los derechos humanos no pagan sus impuestos, difícilmente podrá existir un Estado con el presupuesto necesario para asegurar el cumplimiento de los derechos de las personas. Podemos concordar en que los derechos humanos están por sobre todo, pero si no hay recursos para velar por el respeto a los derechos humanos, las declaraciones taxativas sobre la superioridad de los derechos humanos serán letra muerta.

Por cierto, corresponde recordar que la declaración universal de los derechos humanos es producto de un proceso político generado por el fin de la segunda guerra mundial. Apoyar y defender dicha declaración no nos puede llevar a negar que es una imposición de la cultura capitalista democrática occidental sobre el resto del mundo. Aunque a muchos les cueste aceptarlo, el desarrollo de la cultura de respeto a los derechos humanos ha crecido al amparo de las sociedades democráticas y capitalistas modernas.

 

Desafortunadamente, las declaraciones de Micco fueron respondidas con la misma agresividad y totalitarismo propio de las fanaticadas religiosas que defienden dogmas como si fueran tablas de la ley y no principios que inspiran y guían nuestro accionar.

 

Ahora bien, parece razonable defender la idea de que los derechos humanos no deben estar supeditados a condiciones específicas. Después de todo, si son derechos inalienables, no pueden asociarse a que las personas cumplan primero ciertos deberes. Pero ser poseedor de un derecho inalienable en un contexto en que es imposible que se te garantice hace que el derecho sea letra muerta. Guardando las proporciones, es como tener entradas al mejor asiento del estadio para ver las clasificatorias al mundial de futbol en tiempo de coronavirus. De poco sirve tener derechos que no pueden ser ejercidos.

Ahí la importancia y pertinencia de las declaraciones de Sergio Micco. Porque en una sociedad que se basa en un contrato social legítimo, debemos aceptar que tenemos deberes que son tan inalienables como los derechos que poseemos. Para que la sociedad funcione, necesitamos cumplir nuestros deberes. Es inviable que en una sociedad una persona demande su derecho a expresar su punto de vista, pero sistemáticamente esa misma persona obstruya los derechos de los demás a hacer lo mismo. Si yo demando mi derecho a marchar a favor de cualquier causa, pero en la marcha violento el derecho de los otros a circular libremente por la vía pública, estoy haciendo lo que Micco precisamente señalaba como un problema.

Desafortunadamente, las declaraciones de Micco fueron respondidas con la misma agresividad y totalitarismo propio de las fanaticadas religiosas que defienden dogmas como si fueran tablas de la ley y no principios que inspiran y guían nuestro accionar. Después de todo, los derechos humanos existen en un contexto de sociedades que tienen un contrato social vigente y legítimo que incluye la existencia de un Estado y de un sistema judicial que tiene la fuerza y la capacidad para hacer respetar los derechos humanos y para sancionar —aunque sea después de una larga espera— las violaciones a los derechos humanos. Para que exista la estructura institucional necesaria para promover la defensa de los derechos humanos se requiere, primero, que haya ciudadanos que cumplan sus deberes de acuerdo al contrato social que rige las sociedades modernas.

 

 

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