Patricio Navia: El coronavirus y el radical cambio de agenda
Si la gran preocupación detrás del estallido social de octubre era la desigualdad —y que las pensiones no alcanzaban, que el acceso a la salud era insuficiente o que los sueldos eran muy bajos—, en las próximas semanas la preocupación más creciente será no sumarse a la lista de desempleados.
Ahora que la amenaza del coronavirus ha cambiado radicalmente la agenda y las prioridades, tanto el gobierno como la oposición necesitan redefinir sus prioridades y estrategias para lograr salir a flote en una cancha completamente distinta a aquella en la que se jugaba la política chilena a partir del 18 de octubre. Aunque el gobierno de Sebastián Piñera estaba moribundo, la amenaza del coronavirus le ha dado una sorpresiva oportunidad para recuperarse. Al resto de los chilenos, en tanto, nos obliga a repensar los juicios que teníamos sobre las fortalezas y debilidades del país. Igual que un matrimonio que estaba por divorciarse y que de pronto recibe la noticia de que un hijo tiene cáncer, las prioridades en el país han cambiado radicalmente. Después de la crisis, los problemas que teníamos se habrán profundizado y el quiebre será todavía más inevitable o bien la crisis habrá permitido reconstruir la relación y salir fortalecidos como país.
Hasta hace una semana, los chilenos todavía hablaban más del proceso constituyente que del coronavirus. Pero a medida que fue aumentando el número de casos reportados, la preocupación popular aumentó y el gobierno decidió apurar su respuesta declarando el estado constitucional de catástrofe. En una semana, pasamos de ser un país que veía con preocupación el efecto que el virus tenía en otros países del planeta a ser uno que —aunque todavía no se reporta ninguna muerte a causa del virus— se reconoce bajo el ataque de esa pandemia.
De esta forma, con la misma sorpresiva velocidad con la que se apoderó de la agenda a fines de octubre, el estallido social pasó a un incuestionable segundo plano. Tanto es así, que la respuesta que dio la clase política al estallido social —el proceso constituyente— ha sido aplazado en varios meses. El plebiscito de entrada fue retrasado en seis meses. Los que mañosa e injustamente reclamaban que habían esperado 30 años, ahora tendrán que esperar seis meses más.
El cambio de fecha del plebiscito introduce una cuota adicional de incertidumbre sobre su resultado. En seis meses cambian muchas cosas. Si las encuestas anticipaban una fácil victoria para el Apruebo en la votación del 26 de abril, el resultado de la votación en la nueva fecha del 25 de octubre tiene un saludable grado adicional de incertidumbre.
En lo que respecta al descontento con la desigualdad -el problema que gatilló el estallido del 18 de octubre-, el efecto que tiene el coronavirus sobre la economía hace que las prioridades también estén cambiando muy rápidamente. Por un lado, aunque la desigualad sigue siendo un problema, la destrucción de riqueza que ha generado la reacción mundial ante el coronavirus ha hecho que los ricos sean mucho menos ricos. De ahí que esperar ahora que los que más tienen hagan un esfuerzo mayor parece más difícil. Los que más tienen, comprensiblemente, dirán que ahora tienen mucho menos. La gallina de los huevos de oro dejó de poner huevos y ahora hay menos riqueza para repartir.
Por su parte, los que menos tienen tendrán todavía menos después de que termine la crisis del coronavirus. El efecto de la crisis en las bolsas y en la economía real será devastador. Si la gran preocupación detrás del estallido social de octubre era la desigualdad —y que las pensiones no alcanzaban, que el acceso a la salud era insuficiente o que los sueldos eran muy bajos— en las próximas semanas —mientras más se extienda el periodo de menor actividad económica— la preocupación más creciente será no sumarse a la lista de desempleados.
Este radical cambio de escenario y prioridades en la opinión pública obliga a todos a repensar sus estrategias y posiciones. Si bien no hay garantía de que pueda salir del hoyo en que actualmente se encuentra, el presidente Sebastián Piñera tiene ahora una oportunidad. Como cualquier desahuciado al que le dicen que hay una opción que le puede permitir prolongar su vida, la situación relativa de Piñera ha mejorado sustancialmente. Es verdad que nada garantiza que el país pueda salir relativamente bien parado, teniendo como punto de comparación el lamentablemente caso emblemático de Italia o a lo que vaya a pasar en los otros países de la región. Pero para Piñera, cuya presidencia estaba moribunda, la situación actual al menos le da una oportunidad de hacer bien las cosas y con un poco de suerte y la colaboración de la ciudadanía puede liderar al país en la lucha contra la pandemia minimizando el número de vidas perdidas.
Para la oposición, en cambio, la situación es mas compleja, ya que la crisis hizo que perdiera el control de la agenda. La mayor preocupación de los chilenos pasó del estallido social y el proceso constituyente al coronavirus y su impacto económico. Al retrasar el plebiscito en seis meses, la oposición arriesga perder el amplio apoyo que hoy tiene iniciar un proceso constituyente. Para el resto de los chilenos, igual que para una pareja que estaba por divorciarse, el nuevo escenario los obliga a repensar las fortalezas y debilidades de la sociedad en que vivían. El miedo a perder lo que ya tenían hará que la preocupación por lograr más pase a un segundo plano.