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Patricio Navia: Es imposible castigar al Parlamento

Que Chile tenga ahora un sistema de representación proporcional más permisivo hace imposible que la ciudadanía recrimine a los parlamentarios.

Ante la amenaza de que la oposición en el Congreso optará por una estrategia obstruccionista, algunos en el gobierno sugieren que la mejor forma de evitar que el gobierno del Presidente Piñera pague los costos por las reformas que no podrán ser promulgadas como ley es que la gente castigue al Parlamento por su negativa a dialogar. Lamentablemente para este gobierno—y para cualquiera en el futuro— el hecho que Chile tenga ahora un sistema de representación proporcional más permisivo hace imposible que la ciudadanía recrimine a los parlamentarios.

Todos los sistemas electorales distorsionan la voluntad popular. Los mayoritarios, como aquellos que existen en Estados Unidos, Reino Unido o Francia, tienden a premiar a los partidos que obtienen la votación más alta, mientras los proporcionales, como el que existe en el país, buscan privilegiar una mayor diversidad en la cantidad de partidos y visiones que tienen representación parlamentaria. Hasta las elecciones de 2013, el sistema binominal combinaba algunos atributos de los sistemas mayoritarios —al elegir solo 2 escaños por distrito— y de los sistemas proporcionales —al evitar que la coalición con más votos se quedara con una mayoría abrumadora de los escaños. En la práctica, el sistema representaba un seguro contra la derrota. La coalición que sacaba la segunda mayoría relativa veía aumentar su representación en desmedro de las coaliciones y partidos menores.

Pero el sistema binominal tenía un pecado de origen: fue creado en dictadura, lo que hizo que la Concertación/Nueva Mayoría quisiera remplazarlo. Aunque el binominal efectivamente ayudó a mejorar la representación de la derecha en los primeros años después de la transición, en las últimas elecciones había favorecido también a la Concertación/Nueva Mayoría, siempre en desmedro de los partidos menores y candidatos independientes.

Como se eligen entre 3 y 8 diputados por cada distrito, resulta muy difícil que los votantes sepan quiénes son sus diputados.

Cuando el gobierno de Bachelet logró juntar los votos para remplazar el sistema binominal, el Congreso demostró estar mucho más preocupado de cuidar los escaños de los legisladores en ejercicio que de implementar un sistema que lograra balancear adecuadamente las fortalezas de los sistemas mayoritarios y proporcionales. Los 28 distritos que se crearon para la Cámara de Diputados simplemente agruparon los antiguos 60 distritos. Así, ningún diputado en ejercicio perdería bolsones de votantes. Esta lógica de agrupación hizo que el nuevo mapa electoral violara flagrantemente el principio de una persona, un voto. Mientras en Maipú y otras comunas de la Región Metropolitana, cada uno de los 8 diputados representa a 182 mil personas, en Copiapó, cada uno de los cinco diputados representa a 57 mil personas. Las distorsiones en la representación de los escaños del Senado son todavía peores.

Pero el nuevo sistema electoral tiene problemas aun más graves.Como se eligen entre 3 y 8 diputados por cada distrito, resulta muy difícil que los votantes sepan quiénes son sus diputados. Incluso las personas más interesadas en política tienen problemas para identificar los nombres de todos los diputados de sus distritos un año después de que el nuevo Congreso asumiera sus funciones. Difícilmente se puede castigar a alguien a quien uno ni siquiera conoce.

En las semanas que vienen, el gobierno se jugará su legado con las reformas que deberán ser votadas en el Congreso.

Pero aun si una mayoría de los votantes quisiera castigar a algún legislador, el hecho que ahora exista un sistema proporcional hace imposible que ese castigo se haga efectivo. En un distrito con 5 diputados, un legislador solo necesita obtener un 16% de la votación para asegurar su reelección. Si el diputado es el más votado de su partido o coalición, puede asegurar su escaño con una votación sustancialmente menor. Luego, el diseño del nuevo sistema electoral hace imposible que una mayoría de los electores en cada distrito puedan castigar a sus legisladores. Por eso mismo, resulta mucho más fácil que el Congreso adopte una estrategia obstruccionista ahora que cuando estaba en vigencia el antiguo sistema electoral. Aunque, incluso entonces, los chilenos en general preferían castigar al gobierno que al Parlamento cuando fracasaban los intentos por forjar acuerdos que permitieran promulgar reformas.

En las semanas que vienen, el gobierno se jugará su legado con las reformas que deberán ser votadas en el Congreso. Si se impone la estrategia del obstruccionismo, no habrá castigo para los legisladores —aunque la gente quisiera hacerlo. Afortunadamente, precisamente porque los legisladores ganan más negociando que obstruyendo, lo más probable es que veamos al Congreso apoyando la idea de legislar y después usando tácticas dilatorias y obstruccionistas para lograr más concesiones de parte del Ejecutivo. Este es el nuevo escenario de la política chilena desde que entró en vigencia el nuevo sistema electoral. Hay que comenzar a acostumbrarse.

 

 

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