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Pedro Sánchez, el aspirante a jugador de póquer

 

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Desde que alcanzó poder partidista en el otrora gran partido socialista español, Pedro Sánchez ha desplegado un estilo de conducción de los asuntos políticos que solo puede ser descrito como estratégicamente torpe, tácticamente ingenuo, e ideológicamente falaz.

Con él se ha desdibujado aún más un partido ya bastante golpeado desde la desdichada gestión de Rodríguez Zapatero. Nada que ver con el partido fundado por el tipógrafo ferrolano Pablo Iglesias el 2 de mayo de 1879, lo cual lo convierte en uno de los partidos socialistas más antiguos de Europa y del mundo, solo superado en el viejo continente por el Partido Socialdemócrata (SPD) alemán. La organización es una pálida copia del PSOE de sus mayores glorias, bajo la dirección de Felipe González.

Veamos algunas consideraciones.

En el atardecer posterior a las batallas políticas es ley y costumbre que el juicio final democrático lo dan los apoyos logrados, no los conflictos generados. El señor Sánchez ha sido pugnaz cuando lo estratégico indicaba que debía ser empático, e ingenuo cuando lo aconsejable era mostrar firmeza táctica. Así, tanto Rajoy como Pablo Iglesias (alias “El Coletas”, nada que ver con el fundador del PSOE), una y otra vez lo han dejado con la bola en la mano, y el hombre siempre ha reaccionado como aquellos personajes que oyen un chiste en una reunión y no lo entienden, y encima se les nota en la cara. 

Luego de las elecciones generales del pasado diciembre, una lectura evidente era que Sánchez había conducido a su partido al peor resultado de la historia democrática iniciada luego de la transición postfranquista. Los números no engañan:

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Su mejor resultado lo obtienen los socialistas con Felipe González, 202 diputados de 350, en las elecciones generales de 1982 (primera victoria de González y el nuevo PSOE). González había obtenido 121 en 1979, y 118 en 1977, sus dos resultados más bajos, con un partido en pleno crecimiento, y deslastrado del marxismo como núcleo ideológico (en 1979, bajo iniciativa de González). Luego Rodríguez Zapatero obtendrá, como sus mejores números, 169 diputados en 2008. Gracias a su infausta gestión, se inicia un declive hasta hoy imparable: 110 diputados en 2011, bajo el liderazgo de Alfredo Pérez Rubalcaba, y ya con Sánchez en la conducción, 90 diputados en diciembre 2015, y apenas 85 seis meses después, el pasado 26 de junio.

En 1982, con un universo de votantes necesariamente menor, el PSOE y González sacaron 10.127.392 votos; Zapatero, en 2008, todavía popular, obtuvo 11.289.335; Sánchez, el pasado 26 de junio, consiguió apenas 5. 424.709.

Es decir, casi la mitad de los diputados y votos que el partido sacara en 1982, y claramente menos de la mitad de los obtenidos en 2008. De lejos y con gran ventaja, un resultado pésimo. Rubalcaba con 110 diputados renunció. Sánchez, con 85, se comporta como si hubiera sacado 200.

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“Forme usted gobierno pero yo no le dejo”, es el mensaje que Sánchez le envía a Rajoy una y otra vez. No entiende que permitirle –con la abstención del PSOE- formar gobierno no significa apoyarlo, sino dejarlo gobernar y encabezar una oposición democrática; porque la alternativa es ir a unas muy enojosas terceras elecciones, y ya me dirá usted, amigo lector, qué podrán pensar los electores de un líder obtuso, negado a todo diálogo, que ha desdibujado el socialismo español, aterrado como está por no perder con Unidos Podemos (comunistas de vieja y nueva data) la supremacía en los terrenos de la izquierda española.

Una y otra vez el hombre se niega incluso a escuchar las voces maduras y sensatas de Felipe González, de Javier Solana, de algunos de los barones regionales de su partido, que le dicen que se deje de tonterías y actúe con responsabilidad. Esfuerzos inútiles. Hay en Sánchez un rechazo enfermizo, antipolítico, contra Mariano Rajoy y el Partido Popular, en la esperanza quizá de alcanzar una mayoría de gobierno modelo “sopa de letras”, con Unidos Podemos y algunos partidos nacionalistas, incluyendo –vade retro, dicen los barones regionales- a formaciones independentistas.

Afirma reiteradamente que “jamás pactará con la derecha”, olvidando que hace pocos meses llegó a acuerdos muy definitivos para intentar formar gobierno con Ciudadanos; luego, con el fin de seducir a Iglesias, alabó en esos días su tesis de la necesidad de construir una mayoría centrada en la “transversalidad”, y no en la vieja división derecha-izquierda. Maese Pedro cambia más de postura ideológica que de corbatas. Quien lo entienda que lo explique.

No comprende el hombre que es desde la reconquista de las playas democráticas, con un discurso moderno, empático y sincero, que los bajeles socialistas pueden intentar lograr los apoyos de antaño, recuperar simpatías y lealtades, volver a contar con los millones de votantes perdidos, no pactando con quienes no solo quieren destruir al PSOE, sino incluso la democracia española.

No discierne que en una democracia parlamentaria debe predominar la política del pacto, del diálogo, frente a la del veto, del no inmaduro e infantil. Sánchez lidera una oposición que semeja un grupo de burros dándole vuelta al molino.

Si el líder supremo es idiota, imaginemos cómo serán los mandarines y correveidiles que le rodean; por ejemplo, el número dos, el secretario de organización, César Luena, quien, en una entrevista reciente, intentando explicar por qué el PSOE votaría en contra de una candidatura de Rajoy para la jefatura del gobierno, afirma “somos oposición, y la oposición siempre vota en contra, siempre”. Claro, que su partido hermano alemán, el Partido Socialdemócrata, no solo no vote en contra, sino que incluso tenga años gobernando en coalición con los demócrata cristianos de Ángela Merkel, no es un dato importante para el cantamañanas sanchista.

Pedro Sánchez pertenece a la raza de políticos que únicamente negocian con su propio ego y solo trabajan para sí mismos.

Para colmo, la tensión partidista es tal que se puede tocar; el partido es una olla a presión. Sánchez, ante un discurso agotado, ha optado por  guardar silencio buena parte del tiempo. Al momento de escribir estas líneas, está de vacaciones veraniegas. Se dice que esperará hasta el último minuto,  que tensará la cuerda hasta que un Comité Federal partidario lo “obligue” a cederle la abstención parlamentaria a Rajoy, para así usar la excusa, en el próximo congreso del partido, de que no fue su culpa que Rajoy pudiera formar gobierno, buscando mantener su puesto como jefe del partido contra vientos y mareas. Mientras, ha tenido que oír a Felipe González alabar el gesto negociador de Albert Rivera, quien “ha ejecutado el primer acto de responsabilidad política que ha habido desde las elecciones”. No por nada, una encuesta reciente destaca que es el líder del PSOE con peor valoración ciudadana antes de unas elecciones en los últimos cuarenta años.

Pedro Sánchez no es un hombre de Estado; a duras penas es un mediocre apparatchik.  ¿En verdad es posible creer que este señor puede liderar una recuperación del socialismo democrático español, asediado como está, con el espacio achicado tanto por su derecha como por su izquierda?

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En lenguaje de póquer, Sánchez es el “sucker”, el tonto que en toda mesa existe para provecho de los demás jugadores. Y en lenguaje del economista Carlo Cipolla, en sus extraordinarias “Leyes fundamentales de la estupidez humana”, el pobre hombre califica como un perfecto estúpido, el que no sólo le hace daño a los demás, sino también a sí mismo. Pero eso es tema de una nota futura.

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