Pedro Sánchez: El día que perdió el autocontrol
Pedro Sánchez no va a caer. Su capacidad de resiliencia a la adversidad se ha convertido en un caparazón que lo protege de la frustración. Su resistencia y capacidad para recomponer la figura cuando resulta golpeado responden ya a cánones inéditos en nuestra política, y empiezan a ser dignos de una tesis doctoral para politólogos. Incluso colocando a Sánchez frente al espejo de sus propias contradicciones, su tenacidad para moldear la realidad a conveniencia resulta sorprendente, con tal de salir indemne de cualquier golpe a su instinto de supervivencia.
Nadie en el PSOE cuenta con que el varapalo de su tesis doctoral le vaya a apear de La Moncloa porque sus mecanismos de autodefensa son proporcionales a su pulsión de poder.
La peor semana en política
Sánchez ha vivido su peor semana en política. O la segunda peor… porque emocionalmente le afectó más la expulsión que sufrió de la secretaría general del PSOE a manos de sus propios compañeros de partido, la renuncia al escaño, su enfrentamiento a la gestora que lideró Javier Fernández, y la estrategia de descrédito personal que puso en marcha Susana Díaz antes de recuperar la secretaría general. Sin embargo, Moncloa y el PSOE son conscientes de que el estigma de su tesis va a perdurar, porque la crisis de reputación en esta fase de nuestra democracia de cacerías masivas y escrutinio extremo de la ejemplaridad queda indeleble sin derecho al olvido. Sánchez puso el listón y ahora le ha caído encima.
Moncloa lo ha considerado una declaración de guerra, un ataque personal ajeno a las clásicas reglas no escritas de la política, similares a las del antiguo fútbol, cuando no había veinte cámaras televisivas captando hasta el más mínimo escupitajo al contrario. «Lo que ocurre en el campo, se queda en el campo», se dijo siempre. Hoy, lo que ocurre en el campo se ve en calidad digital. En política, el proceso es idéntico, y esas normas no escritas de respeto virtual a las «líneas rojas» que delimitaban la agresión política e ideológica de la estrictamente personal han desaparecido.
Cierre de filas forzado
El PSOE ha cerrado filas de modo forzado e impostado, y con una convicción muy mejorable, porque sus dirigentes y candidatos son conscientes de que la estrategia de ocultación de la tesis doctoral de Sánchez, las revelaciones de ABC sobre el plagio, la tardía reacción en hacer público el trabajo universitario, o la composición de un tribunal «ad hoc» que calificó «cum laude» un trabajo discutible, son severos indicios de que el deterioro en la credibilidad de su líder solo puede tender a crecer.
El pasado miércoles, cuando Albert Rivera alteró su pregunta en el pleno de control del Congreso para interrogar a Sánchez por su tesis doctoral tras haber caído la noche anterior la ministra Carmen Montón, el presidente del Gobierno cambió su tono y su mirada. Por primera vez dio la percepción, a su grupo parlamentario y al resto, de que perdía el autocontrol… de que algo se había roto en la rutina amodorrada de ese tipo de plenos. Rivera había abierto la espita de la agresión «personal» como factor de combate político. La irritación de Sánchez era máxima, en la seguridad de que las mismas exigencias que había impuesto para relevar a Montón iban a afectarle de lleno en cuestión de días.
Odio personal hacia Rivera
Rivera ha pasado de ser el socio hipotéticamente conveniente para el PSOE tras las elecciones generales -se celebren cuando se celebren- a ser un enemigo personal no fiable. Los gestos con el separatismo han empezado a empeorar la expectativas de Sánchez en las encuestas, y el PSOE ha asumido -pese a las sorprendentes piruetas de Josep Borrell- que no hay visos de rectificación alguna de la Generalitat, y que el futuro de Sánchez debería girar en torno a una eventual alianza con Ciudadanos. Pero el golpe de Rivera había castigado su hígado, y el de ABC le noqueaba poniendo de nuevo a prueba su capacidad de reanimación. Por eso, Rivera ha pasado a ser un traidor a esas reglas no escritas y un enemigo personal más que un rival político. Será la secuela del «¡os vais a enterar!» que Sánchez dirigió a los escaños de Ciudadanos.
En el PSOE rondan preguntas sin respuesta. ¿Por qué Sánchez tenía celosamente vetada la tesis?, ¿por qué estaba oculto un trabajo académico «cum laude», orgullo de cualquier profesor universitario? Las consecuencias son ahora imprevisibles desde cualquier perspectiva de análisis político, porque la reputación personal estaba hasta ahora a salvo de la bronca política en España. Esa regla quedó dinamitada con Cristina Cifuentes y Sánchez la sufre ahora en primera persona. Además, España entra en una nueva fase que además ha abierto, hasta dejarla en carne viva, la evidencia de que la preparación de nuestros candidatos es endeble y se construye a través de campañas de marketing político, una involución moral en las redes sociales, y mentiras que han dejado de permanecer ocultas. Cuando se acercan las urnas, al PSOE le interesa más la estabilidad electoral y la proyección de victorias que los liderazgos específicos. El riesgo de que el liderazgo de Sánchez se convierta en un contaminante tóxico amenaza ya al PSOE como marca en el resto de España.
Rectificaciones masivas
El debate político oscila. Ya no es discutible que copiase, y su autodefensa gira hacia qué porcentaje de plagio es admisible… Por eso, la imagen de la coherencia argumental de Sánchez sobre la ética en política es peor que ayer. Y su desgaste se agravará cuanto más prolongue la convocatoria de las urnas, con el temor añadido de sectores del PSOE a un efecto arrastre inevitable. Moncloa no contaba con esta crisis, ni con la imagen crispada que ha ofrecido Sánchez como gota que colmaba el vaso de un cúmulo de decepciones políticas, empezando por el sacrificio de Carmen Montón.
De hecho, la inestabilidad orgánica de los últimos días en el Gobierno ha sido solo el culmen de otra serie de rectificaciones que apenas han adquirido relevancia, pero que son demostrativas de lo que algún dirigente socialista ya califica en privado de propias de «un Ejecutivo amateur en el que la gestión de los intangibles y la coordinación interna se han convertido en un caos». Es un dato objetivo que el aparato de Moncloa no da abasto para rectificaciones.
La semana comenzaba con el reconocimiento del Gobierno de que no será factible ajustar las pensiones al IPC. Después, Montón… Y Borrell anunciando la condición de «nación» de Cataluña, la rectificación para la venta de 400 bombas a Arabia Saudí justificada en una «extraordinaria precisión» incapaz de causar masacres civiles, y finalmente la retirada de una polémica reforma del Código Civil para una anulación automática de la patria potestad en casos de violencia machista sin participación de un juez. Es la servidumbre de disponer solo de 84 escaños, y la esclavitud de depender de equilibrios imposibles. Todo, agravado también por el fallido intento de aprobar una propuesta conjunta con el PDECat para iniciar un diálogo «sin condiciones» con la Generalitat de Cataluña, tumbada por ERC.
El Gobierno más descoordinado
En el PSOE se asume que existe la necesidad de que cuando Sánchez se rebata a sí mismo, lo haga con una convicción de la que empieza a carecer. Algo en Sánchez ha cambiado esta semana, con solo tres meses en el Gobierno de acuciado deterioro. Ha comenzado a demostrar debilidad porque no cuadran las piezas del puzle de su tesis y porque la hemeroteca le delata en incoherencias flagrantes. Empieza a importar menos la figura política de Sánchez, y más la figura electoral, porque la inconsistencia argumental con que se maneja, sus dudas y medias verdades, y -lo más extraño en un superviviente como él- su inseguridad sobre el terreno que pisa en un Gobierno fallón y descoordinado, ya se han convertido en un «meme» viral sistemático generador de incertidumbre y desasosiego en el PSOE. Por eso ya ha empezado a recibir mensajes de que cuanto más tarde en convocar las urnas, menos opciones de sumar escaños tendrá.