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Pensar como país

El más reciente hallazgo de marketing político lanzado por el presidente Miguel Díaz-Canel se sintetiza en su llamado a «pensar como país». La convocatoria se proyecta en medio de un alza de los salarios «en la zona presupuestada del sector estatal» y pretende movilizar la conciencia de los diferentes actores económicos para, por una parte, evitar una subida indiscriminada de los precios y por otra aumentar la diversidad y cantidad de las ofertas en bienes y servicios.

Continuador manifiesto de Fidel Castro, Díaz-Canel parece inspirarse en aquel postulado idealista del máximo líder de que lo correcto era crear riquezas con conciencia y no a la inversa, como proponen las reglas materialistas del marxismo ortodoxo.

El lema pensar como país resultaría aceptable si los que gobiernan dejaran de pensar como partido. O mejor aún si los que gobiernan se dieran cuenta de que partido y país no son sinónimos.

Solo se puede pensar como país cuando el pensamiento en cuestión es fruto de un consenso nacional donde los intereses partidistas quedan relegados para priorizar los más compartidos intereses de la nación, la población, la ciudadanía, o como se prefiera. Si se invoca como condicionante la Revolución, el socialismo, el legado de Fidel Castro ya no se está pensado como país, sino como partido.

Solo se puede pensar como país cuando el pensamiento en cuestión es fruto de un consenso nacional donde los intereses partidistas quedan relegados para priorizar los más compartidos intereses de la nación

Para determinar lo que le conviene al país a corto y a largo plazo hay que escuchar a todos, pero de nada vale tener la voluntad de escuchar cuando se reprime a quienes expresan ideas diferentes, cuando desde los medios gubernamentales se ataca y se descalifica a quienes se apartan del pensamiento oficial.

Mientras se siga identificando al discrepante nacional con el enemigo extranjero, pensar como país solo será un lema vacío. Este país llegará tarde a la cuarta revolución industrial si sigue empeñado en la autarquía económica; comprometerá su futuro si mantiene encadenadas las fuerzas productivas del sector no estatal; empobrecerá su creación intelectual y su producción espiritual si las instituciones culturales no abandonan su vocación de mordaza.

Este país, diverso, plural, con genes de modernidad y propensión a conectarse con el resto del mundo, puede expandir un pensamiento avanzado, humanista e innovador, generador de soluciones. Basta con que se deje de criminalizar al que opina diferente.

 

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