Podemos, de ida y de vuelta
Podemos tiene raíces latinoamericanas. Sus cabezas visibles han estado en la nómina del chavismo y de la Revolución Ciudadana ecuatoriana. La petro-diplomacia se hizo en base a petro-euros; “se hizo” porque el barril estaba a cien, no a cuarenta. Más importante que las platas, sin embargo, son los insumos intelectuales, ya que tienden a mantener su influencia después que los Euros se agotaron. Además, las ideas son siempre calles de ida y vuelta, calles que hay que explorar.
Podemos adolece de un cierto encandilamiento con los populismos latinoamericanos, o más bien con la versión de Laclau sobre ellos, una lectura entre muchas y no necesariamente la más rigurosa, la cual termina en una apología romántica del momento plebiscitario original del populismo. Eso parece haber perseguido Podemos en aquella masiva manifestación del 31 de enero. Quienes venimos de más al sur “no podemos”—valga el truco—sino ver allí un intento de hacer un 17 de octubre en la Puerta del Sol. El inconveniente es que hacía demasiado frío para meter las patas en la fuente.
Dicho de otro modo, la especificidad histórica nunca puede ser reproducida a voluntad. Podemos lee a Laclau de manera acrítica, siendo su interpretación del populismo consecuentemente distorsionada. Primero, porque ese momento plebiscitario, y su imprescindible pero vano intento de reproducción a perpetuidad, concluyen inevitablemente en formas de dominación autoritarias. El populismo no solo ha sido el vehículo para la redención de los pobres y los excluidos—el empoderamiento ciudadano, en lenguaje Podemos. Institucionalizado, también ha sido una aceitada maquinaria de control social, atributo que Laclau e Iglesias ignoran por igual. Segundo, porque esta disonancia remite a uno de los problemas centrales de la teoría democrática: el mayoritarismo. En democracia la mayoría es necesaria para formar gobierno, solo que si las minorías pierden sus derechos en el camino ya no tendremos democracia alguna. Así de simple.
Llevemos la discusión a Europa. El problema intelectual de Pablo Iglesias es que la “razón populista” de Laclau le sirvió a Chávez y a Correa tanto como le podría haber servido a Milosevic. El genocidio y la limpieza étnica también fueron un ritual, expresión plebiscitaria de la mayoría. De allí que la singularidad de la democracia es ser el sistema político de las minorías, más que de las mayorías. Con una densidad institucional mucho más espesa que la de América Latina, no le será fácil a Podemos mantener esa retórica. Esas mismas instituciones le cobrarían muy alto cualquier desviación autocrática. Tal vez por esa razón Iglesias haya comenzado a desmarcarse de Maduro—no así Monedero, sin embargo—como se vio recientemente en su disgusto por el arresto de Ledezma.
Esto en cuanto a Podemos de ida, lo que se ha llevado de América Latina. ¿Cuánto vendrá de vuelta? Ello importa en tanto España siempre ha sido un legitimador en la región. Los que hicieron la transición miraban a Adolfo Suárez. Quienes intentaron construir gobiernos socialdemócratas miraban a Felipe González. La pregunta de hoy es si los que intentan reproducir las formas bolivarianas tendrán en Podemos una similar fuente de legitimación, eso especialmente después del cambio de ciclo, con la desaceleración de la economía y un pobre desempeño del mercado laboral.
Claramente, ni Podemos ni nadie podrá relegitimar al chavismo, perdido en la descomposición del tejido social y una catástrofe económica. Tampoco podrán auxiliar al Kirchnerismo en Argentina, donde los tres presidenciables de octubre han expresado su deseo de gobernar con apego a los principios constitucionales. Pero sí podrán robustecer a Morales y Correa, quienes no necesariamente se encuentran en la fase descendiente de su poder y sus respectivas economías están en mejor forma. Y más aún, tal vez Podemos sirva como metáfora para algunos casos inesperados, donde la política bien podría recrearse en términos plebiscitarios.
Piénsese en Perú, eximido de la ola bolivariana, pero con una serie de constantes: periodos presidenciales que siempre terminan con bajísimos niveles de aprobación, un sistema de partidos estructuralmente débil—muchos partidos desaparecen luego de un ciclo electoral—y una vieja tradición populista—el APRA—que el liderazgo de Alan García ha logrado mantener bajo una cierta racionalidad. ¿Hasta ahora? No es impensable un 2016 con la candidatura de Nadine Heredia, esposa del presidente en ejercicio, dirigida a desatar los impulsos populistas contenidos. Los dirigentes de Podemos podrían pasar por la vecina Lima en sus acostumbrados viajes a Quito.
Piénsese en Chile, donde la polarización es marcada y la crispación en el debate político no tiene precedentes desde la transición de 1989. Varios grupos dentro de la Nueva Mayoría se sienten frustrados por la extrema lentitud de las prometidas reformas sociales. Los hay quienes proponen por ello una reforma constitucional para acelerarlas, implementada por simple mayoría en el Congreso, no necesariamente por Convención Constituyente. No es descabellado imaginar al pulcro y razonable sistema político chileno expuesto a la pulsión populista. Pablo Iglesias aún no ha disertado en Santiago.
México también es candidato. Un PRI que regresó al poder en 2012 con sus viejos instintos autoritarios, pero crecientemente desconectado del México real. Hoy un país trizado por la violencia de una constelación de autoritarismos criminales a nivel subnacional, la acelerada disolución del PRD en la izquierda y un descontento que precipitó el surgimiento de cientos de candidaturas independientes, a su vez impugnadas por el Tribunal Electoral. Esta decisión bien podría empujar a estos nuevos liderazgos en dirección de los movimientos radicalizados de la sociedad civil. La clientela natural de una opción populista se hace así visible.
A ambos lados del Atlántico el debate es curiosamente el mismo, la democracia, pero la democracia con lo que le es propio para ser tal: derechos y garantías constitucionales, separación de poderes, libertades individuales. Los líderes de Podemos son todos profesores universitarios, pero no les haría mal volver a sentarse en un curso de teoría democrática. Hasta entonces, tal vez prefieran ejercer influencia por América Latina.